El origen del nuevo día en el santoral capitalista, el Black Friday, no está exento de controversia, son múltiples las teorías que tratan de explicar su origen (lo que sí que está claro es su ámbito geográfico, se originó, sin duda, en Estados Unidos). Trataremos en este humilde artículo, a partir de algunas de estas teorías sobre sus orígenes, extraer algunas lecciones fundamentales sobre el funcionamiento de nuestras sociedades regidas bajo los designios del Dios Mercado.
Comencemos por el principio. Misisipi era uno de los estados más prósperos a mediados del siglo XIX. Las plantaciones de algodón florecían e incluso les sobraba mano de obra, esto suponía un gasto extra para los terratenientes, lo que les habría llevado a vender sus esclavos con grandes descuentos. El día elegido, el viernes siguiente a Acción de Gracias. Esta historia según la mayoría de los historiadores sería solamente un mito, pero no por ello deja de encerrar una aleccionadora metáfora sobre el funcionamiento actual del Black Friday.
Efectivamente, si ese día adquirimos en el mercado una prenda textil a precio de ganga, en realidad lo que estamos comprando es una pequeña parte del trabajo realizado por un enorme ejército de trabajadores que, al realizar su labor en condiciones de semiesclavitud, permiten, aún así, obtener grandes plusvalías a su propietario, el capitalista. Es decir, compramos una diminuta porción de ese "esclavo a tiempo parcial" que es como Aristóteles definió al trabajador hace más de dos milenios. Solo que en esta ocasión el esclavo no procedería de una plantación de algodón del sur de EEUU después de haber sido capturado en el África negra, sino que probablemente se trate de una niña indonesia o bangladesí. Una de las que trabajan en talleres clandestinos cosiendo ropa para las grandes marcas occidentales por menos de un dólar en día en jornadas de 12 horas los siete días de la semana en condiciones de inseguridad e insalubridad (recordemos, a modo de ejemplo, el colapso del edificio conocido como Rana Plaza en Daca, Bangladesh, donde murieron sepultados más de 1100 trabajadores de talleres que fabricaban ropa para Inditex, H&M o El Corte Inglés).
Si por el contrario, decidimos ese día hacernos con el último gadget del Mercado tras una oferta increíble, estaremos, con toda probabilidad, alquilando durante un pequeño tiempo a uno de los miles de niños esclavos que trabaja en las minas de coltán (mineral fundamental para el desarrollo de cualquier aparato relacionado con la tecnología digital) de la República Democrática del Congo, país que posee el 80% de las reservas mundiales de este nuevo "oro negro", y donde la extracción de cada kilogramo de ese mineral cuesta la vida a cada dos de esos niños.
O si aprovechando la coyuntura decidimos, gracias a un descuento inverosímil, suscribirnos a una de las plataformas que están ofreciendo en su integridad el actual Mundial de fútbol, estaremos siendo propietarios por un breve instante de tiempo de uno de los cientos de miles de trabajadores procedentes de Bangladesh, India o Nepal que construyeron en condiciones de esclavitud los estadios y donde miles de ellos fallecieron durante el proceso.
Sin embargo, todo parece indicar que para hallar el verdadero origen del Black Friday debemos trasladarnos al crack bursátil del 24 de octubre de 1929 que se llevó por delante la vida, los empleos y los ahorros de millones de personas. El mayor desplome de la historia de Wall Street que provocó la Gran Depresión. Con este triste panorama, el dueño de los grandes almacenes Macy’s de Nueva York, Fred Lazarus, buscaba una forma de reactivar las ventas e impulsar las rebajas prenavideñas. Necesitaba adelantar la fecha de Thanksgiving para tener un periodo más largo, de un mes, y animar el consumo de cara a las fiestas. En 1939, el presidente Franklin D. Roosevelt escuchó sus plegarias y firmó un decreto para adelantar Acción de Gracias una semana. Desde ese momento, Thanksgiving sería el cuarto jueves de noviembre, en lugar del último jueves para extender la temporada de compras previa a las Navidades (solo añadir como curiosidad que la expresión Viernes Negro nace del colapso vivido en la ciudad de Filadelfia en 1952 por la convivencia de las compras prenavideñas después del día de Acción de Gracias y un tradicional partido de fútbol americano, lo que obligó a los servicios públicos de la ciudad a trabajar sin descanso, y a los policías a doblar el turno para evitar tumultos).
Difícilmente podremos hallar una anécdota histórica tan ilustrativa como la anterior que sintetice de manera tan magistral todos los mecanismos de funcionamiento de nuestras teocracias bajo el Dios Mercado. Previamente, tenemos el famoso crack del 29, que como toda crisis capitalista va indisolublemente ligada a un hecho que dejaría atónito a cualquier ser humano nacido antes del advenimiento del capitalismo: la sobreproducción. Es decir, en este estado del desarrollo humano somos la primera civilización de la Historia que entra en crisis por producir demasiadas cosas, y no por carecer de ellas.
Las crisis, que terminan provocando verdaderos cismas en el seno de la doctrina capitalista, sobrevienen porque nuestros mercados se han llenado de cosas que nadie puede comprar (aquí la asimétrica relación capital-trabajo juega un papel fundamental), y la solución no pasa por distribuirlas, sino, más bien al contrario, por impedir por todos los medios coercitivos el acceso generalizado a las mismas. Solo el que realiza los sacrificios adecuados y respeta la ortodoxia doctrinal tiene derecho a su disfrute. Así lo vimos, por ejemplo, en la (pen)última crisis del 2008 sobrevenida principalmente porque se habían fabricado multitud de viviendas para las que no existían compradores, y la solución a seguir pasó por dejar a gente sin casa y casas sin gente.
Ver a todo un presidente de Estados Unidos accediendo a las peticiones de un representante de la casta sacerdotal simplemente nos recuerda, una vez más, aquella frase del sabio de Tréveris: "El Gobierno viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa". Más significativo sin duda resulta un fenómeno que suele pasar desapercibido cuando se estudia el capitalismo, y es su capacidad de aculturación. Así, en la anécdota anterior no es solo que Roosevelt haga suyo el ruego del capitalista, sino que incluso modifica el calendario de festividades para adaptarlo a las nuevas exigencias doctrinales del Dios Mercado. Es algo que observamos a menudo en nuestras sociedades contemporáneas, el capitalismo es un sistema cultural-doctrinal que logra competir con éxito contra el ordenamiento social emanado durante siglos de la principal religión de Occidente, el cristianismo.
Vayamos a la Navidad, esa razón última por la que Roosevelt decide trasladar la festividad de Acción de Gracias. Según podemos leer en las sagradas escrituras no es posible que Cristo naciera el 25 de diciembre. La razón se explicaría en que los judíos enviaban a sus ovejas a los desiertos cerca de la Pascua y estas volvían cuando llegaban las primeras lluvias, que comenzaban durante el otoño. Cuando Jesús nació, según San Lucas, las ovejas pastaban al aire libre, por lo que todavía no había llegado octubre. Como muy tarde su nacimiento tuvo que ser a finales de septiembre o principios de octubre.
El porqué de la elección de esta fecha se relaciona con la necesidad de la recién oficializada religión cristiana de imponerse sobre los tradicionales cultos paganos romanos. En diciembre se celebraba, en el gran espacio ocupado por el Imperio Romano, el culto a Saturno, dios de la agricultura (principal sustento y actividad económica de estos pueblos). Las Saturnales se realizaban del 17 al 23 de diciembre, los días más cortos del año, y luego el 25 de diciembre se consideraba el nacimiento del nuevo sol. El Papa Liberio en el año 354 eligió entonces ese día como el del nacimiento de Jesús como estrategia en su proceso de expansión a través de la aculturación, en el que sistemáticamente buscó absorber y fusionar sus celebraciones con los ritos paganos de los diversos pueblos convertidos.
Lo que menos podía sospechar aquel Papa es que, milenio y medio después, la celebración de nada menos que el nacimiento del hijo de Dios se iba a ver desplazada por el culto popular a un duende-obispo viajero de aspecto bonachón con una botella de Coca-Cola en la mano, pues eso es lo que a grandes rasgos representa Papá Noel como figura del santoral capitalista.
Si bien podemos hallar los orígenes del mismo en el culto paleocristiano a San Nicolás, este pronto fue víctima de la reforma protestante del siglo XVI, y quedó reducido, principalmente, a los Países Bajos, donde lo llamaban Sintaklaas. De allí, como muchos holandeses en busca de un futuro mejor, su leyenda emigró a Nueva Amsterdam que, después de su conquista por los ingleses, no tardó en llamarse Nueva York. En 1822, ya consumada la independencia de Estados Unidos, el reverendo americano Moore escribió un poema que se hizo enormemente popular para sus hijos en el cual hablaba de un duende llamado «Sant Nick». Procedía de Europa del Norte, era de gran generosidad (al igual que San Nicolás), tenía una larga barba blanca (por su sabiduría y experiencia), vestía una prenda roja (color episcopal) y se desplazaba de techo en techo durante la Nochebuena. La estocada final en su reconversión a la religión capitalista llegaría en 1931 con una famosa campaña de publicidad de Coca-Cola que duró hasta 1964 y fijó el aspecto con el que hoy todos los creyentes reconocen a Santa Claus/Papá Noel.
En definitiva, si el cristianismo reconvirtió y resignificó los cultos paganos de los romanos, los cuales a su vez reinterpretaban y hacían suyos otros ritos más ancestrales ligados desde siempre al fenómeno astronómico del solsticio de invierno, el capitalismo ha terminado por dejar en un segundo plano el mayor acontecimiento de la religión cristiana como es el nacimiento del hijo de Dios para rendir culto a una figura salida de la mente del publicista Haddon Sunblom en su etapa como trabajador en la compañía de la bebida que es la chispa de la vida (como anécdota, molestado por tanta herejía, el obispo francés de Dijon quemó una efigie de Papá Noel frente a su catedral, lo cual llevó al antropólogo Claude Lévi Strauss a concluir en su libro "El suplicio de Papá Noel" que "la Navidad es esencialmente una fiesta moderna").
¿Y cuándo y cómo llega el Black Friday a España? Para ello hubo que revisar algunos dogmas del cuerpo doctrinal capitalista vigente en nuestro país, los cuales impedían la declaración de ese día como festividad en honor al Dios Mercado. No fue hasta el 2012 que el Gobierno, aprovechando la enésima crisis de la religión capitalista, decidió reescribir algunos preceptos y, entre otras tantas cosas, desregularizó los periodos de rebaja y los horarios comerciales. El Mercado, como Dios supremo, pasaba a operar de esta forma los 365 días del año, las 24 horas del día, y sus precios fluctuarían libremente, sin límites, fiel a su naturaleza omnipotente. El magisterio del cristianismo quedaba así nuevamente desplazado. ¿cómo santificar ahora las fiestas? (el catecismo católico es claro al respecto: "Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo"). Los centros comerciales pasaron a ser los nuevos templos a visitar para rendir culto al nuevo Dios en el día del (viejo) Señor.
Y así, en noviembre de 2012, un profeta llegó a nuestro país anunciando la buena nueva. La cadena alemana Media Mark proclamaba el viernes 23 de ese mes como día para glorificar al Dios Mercado. Y lo hizo acompañándolo de una sencilla oración: "Yo no soy tonto". Y desde entonces, la consagración ha alcanzado tanta devoción que hasta los mercadillos de los viernes en los pueblos de nuestra España vaciada anuncian jubilosos la llegada de la festividad.
No sea tonto, recuerde que hoy se celebra también el Ciber Monday, donde los descuentos se concentran tradicionalmente en la electrónica (móviles, ordenadores, tabletas o relojes inteligentes)… y también en las compras por internet. Ayude al Sumo Pontífice Jeff Bezos a alcanzar el espacio interestelar para que en misión apostólica se dirija hacia las civilizaciones extraterrestres aún desconocedoras de las bondades de la única y verdadera fe materialista, el capitalismo.
O hágase el tonto y actúe como un hereje no comprando nada. Ahorrándose el 100% del precio de algo que realmente no necesita. Ya que, si fuera cierto, como afirma el filósofo Zizek, que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, al menos permítase ese humilde gesto de apostasía.