En mayo de 2019, Xavi Hernández, actual entrenador del FC Barcelona, quien había colgado las botas y había pasado a ser entrenador del club Al Sadd, de la Qatar Star League, declaró: "Qatar es un país muy fácil para vivir: cómodo, acogedor y seguro". Es decir, alguien que siempre se había mostrado sumamente consternado por la situación de los políticos presos en Cataluña calificaba la dictadura teocrática qatarí como un país "amable". Ya antes, su exentrenador Pep Guardiola, quien en la Premier League fue multado por portar durante los partidos lazos amarillos en apoyo a la libertad de aquellos políticos presos, había representado el papel de embajador de la candidatura qatarí y afirmó que "la gente allí tiene libertad". Xavi o Guardiola son simplemente una muestra más de aquello que es más viejo que la Tana: el dinero todo lo lava, incluido el crimen.
Lo único cierto es que Qatar es desde hace décadas una dictadura (o monarquía absoluta) de carácter teocrático (por supuesto ya lo era cuando fue elegida por la FIFA como sede mundialista) que sistemáticamente atenta contra los derechos humanos que dice defender el mundo libre. Las mujeres están discriminadas en la legislación y en la práctica del día a día. Las menores de 25 años siempre han tenido que buscar y conseguir el permiso de sus tutores varones para hacer prácticamente cualquier cosa. A cualquier homosexual le pueden detener, juzgar y condenar a penas de cárcel, o incluso la muerte. Desde 2014, el Código Penal permite imponer la flagelación y la lapidación como sanciones penales.
Para organizar un Mundial es necesario previamente disponer de estadios en los que se disputen los partidos y, en un país como Qatar, sin tradición futbolística, apenas había alguno. De su construcción se ocuparon migrantes procedentes de Bangladesh, India o Nepal. Casi dos millones, el 90% de la mano de obra necesaria. Todos ellos trabajaron bajo el sistema kalafa, es decir, un sistema de explotación utilizado para monitorear trabajadores migrantes en países islámicos tales como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Irak… No pueden cambiar de trabajo, no pueden salir del país y tienen que esperar meses para cobrar sus salarios. Resumiendo, a todos los efectos, el trabajador pasa a ser propiedad del empleador, quien dispone arbitrariamente sobre su suerte.
En el caso de Qatar diferentes organismos internacionales de defensa de los derechos humanos han aportado algunos datos. Para conseguir empleo esos trabajadores tuvieron que pagar elevadas comisiones, que iban desde 500 a 4.300 dólares estadounidenses, a contratistas sin escrúpulos en sus países de origen. Fueron alojados en condiciones de hacinamiento y de falta de higiene y seguridad. Los salarios fluctuaban entre los 200 y los 300 dólares mensuales, que tardaban varios meses en cobrar. Los empleadores confiscaron el pasaporte a los trabajadores. Ninguno podía abandonar el trabajo, si bien pocos deseaban realmente hacerlo pues tenían una enorme deuda que pagar por haber obtenido el empleo. Quienes se negaban a trabajar debido a las condiciones de esclavitud eran amenazados con deducciones de la paga, o con ser entregados a la policía para su expulsión sin recibir el sueldo que les correspondía.
Y así, bajo jornadas laborales de 16 o 20 horas diarias a temperaturas de 50 grados centígrados ocurrió lo inevitable: miles de muertes. Nadie sabe cuántas. Una investigación del diario The Guardian daba en febrero de 2021 la cifra de 6.751 trabajadores fallecidos limitando su investigación únicamente a las personas procedentes de Bangladés, India, Nepal, Pakistán y Sri Lanka tras solicitar las cifras oficiales a las autoridades de esos países. El régimen qatarí solo reconoce 32 muertes.
Tras lo relatado anteriormente, solo en los últimos días previos a la celebración del Mundial, a pesar de que esto, o resultaba conocido (la vulneración de los derechos humanos) o resultaba esperable (la siniestrabilidad laboral) con solo molestarse en echar un vistazo al sistema político y jurídico imperante en el país desde el mismo momento en que fue nombrado por la FIFA como sede en 2010, se ha producido un tímido movimiento de protesta llamando a alguna forma de boicot a su organización.
Así los capitanes de Inglaterra, Alemania, Francia, Dinamarca (que además vestirá una camiseta donde no se distinguen los emblemas del país), Gales, Bélgica, Países Bajos y Suiza lucirán en Qatar los colores que representan al colectivo LGTBI (España, de momento, no se unirá a este movimiento). En Alemania un 70% de los aficionados harán un "apagón" mediático según desveló una encuesta de la televisión pública ARD (dos de las hinchadas con más impacto en Europa, como son las del Borussia Dortmund o del Bayern de Múnich, ya han expresado su repudio por la celebración del Mundial en Qatar y han pedido al resto de ciudadanos que se unan al apagón). Artistas como Rod Stewart, Shakira o Dua Lipa, a pesar de los millones de dólares que los jeques han puesto sobre la mesa, se han negado a participar en los festejos de celebración.
E incluso se ha llegado a oír alguna voz crítica con la celebración del Mundial dentro del propio mundo futbolístico, como ha sido la de los entrenadores Jorge Sampaoli y Jurgen Klopp, o la de los futbolistas Toni Kroos y Héctor Bellerín (nuestro seleccionador ya ha manifestado que no le supone ningún problema jugar en Qatar). El resto de críticas de gente del fútbol, escasas, se han centrado, en general, en los efectos que el calendario de competición podría causar en el estado físico de los jugadores de cara a la recta final de la temporada en sus respectivos equipos.
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Es muy probable que a la FIFA este humilde movimiento de protesta le haya cogido por sorpresa. Al fin y al cabo, desde el partido de vuelta para la clasificación del Mundial de Alemania entre Chile y la URSS, prácticamente nadie se ha atrevido a cuestionar su autoridad para hacer negocios. En aquella ocasión, ante las protestas de los soviéticos por el lugar en el que tenía previsto celebrarse el encuentro, la FIFA estableció una comisión que inspeccionó el estadio Nacional de Chile en el que aún había unos 7000 detenidos tras el reciente golpe de Estado de Pinochet. Según testimonio de Gregorio Mena Barrales, preso político en aquel estadio, aquella comisión "visitó el campo, se paseó por la cancha, miró con ojos lejanos a los presos y se fue dejando un dictamen: en el estadio se podía jugar".
La selección soviética nunca viajó, argumentando que el estadio Nacional era un centro de detención ilegal donde se agolpaban más de 7000 presos políticos y donde se torturaban a muchos disidentes tras el golpe de Estado contra Salvador Allende. Los soviéticos enviaron una carta a la FIFA explicando que «por consideraciones morales, los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos». La URSS renunciaba así a la posibilidad de disputar un Mundial.
La FIFA dispuso que el partido se celebrara de todas maneras. El "encuentro" tuvo una asistencia de 17 418 personas, y duró, literalmente, 30 segundos, lo que tardó la selección chilena en marcar un gol desde el saque inicial. Antes del mismo, los 7000 detenidos fueron trasladados a un campo de concentración en el desierto de Atacama. La FIFA declaró el partido como victoria chilena 2:0.
Este sería el inicio de una larga lista de ignominias de la máxima institución futbolística a nivel mundial, y que al contrario que en aquella ocasión, encontraron escasa resistencia. Recordemos Argentina 78. "Mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados", dijo la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo. Según el periodista de The New York Times, Ezequiel Fernández Moore, fueron 50 los desaparecidos durante aquellos días del mes del Mundial, nueve de ellos mujeres embarazadas. Mientras se disputaban los partidos en Monumental de River Plate, las abuelas y madres de desaparecidos por la dictadura buscaban a los suyos, muchos de ellos secuestrados a tan solo 700 metros del estadio, en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Podría argumentarse que cuando Argentina fue nombrada sede para el Mundial no vivía bajo una dictadura militar, sin embargo, una de las primeras medidas del régimen de Videla fue ratificar la organización del evento, con el apoyo de la FIFA. "Argentina está ahora más apta que nunca para ser la sede del torneo", afirmó el presidente de la máxima institución futbolística Joao Havelange. El fútbol, la FIFA, al servicio del terror.
Solo Amnistía Internacional llamó a boicotear el Mundial, y solo obtuvo la modesta respuesta del Parlamento de Holanda conminando a sus jugadores a no participar en actos oficiales. Las figuras futbolísticas más destacadas que se negaron a participar fueron el holandés Johan Cruyff y el alemán Paul Breitner, a los que se uniría otro héroe más grande si cabe: Jorge Carrascosa, capitán histórico de la selección de Menotti, abandonó el equipo un año antes por "cuestiones de conciencia".
¿Y qué decir de nuestro Mundial, el del 82, el de Naranjito? Muchos pensarán que ahí nada se puede decir pues nuestro país ya poseía una democracia consolidada. Sin embargo, la decisión de que España fuese sede del Mundial se tomó en el congreso de la FIFA del 6 de octubre de 1964 en Tokio, y fue ratificada dos años más tarde en el siguiente congreso en Londres. No hace falta recordar bajo que régimen vivíamos los españoles por aquellos años. Como dato significativo apuntar que solo un año antes de ser elegidos, en 1963, se creaba en nuestro país el Tribunal de Orden Público (TOP), un instrumento de persecución de la disidencia política (con especial énfasis al comunismo y la masonería) y de represión gestionada por una institución civil y no militar; se "civilizaba" la represión. Más 22.600 procesos reprimieron el asociacionismo, la propaganda, las reuniones y las manifestaciones consideradas actividades ilegales.
Es posible también que la FIFA se sintiera segura en su decisión al ver que la celebración de la Supercopa de España o Italia en sus últimas ediciones tuviese lugar en Arabia Saudita. Una de las teocracias más sanguinarias del planeta fue la elegida por sus respectivas Federaciones para acoger un torneo que lleva el nombre de sus países. Todas las vulneraciones de derechos humanos que nos podemos encontrar en Qatar aquí las tenemos ampliadas en varios órdenes. Solo por aportar un dato, en el año 2015, entre enero y septiembre, hubo 134 decapitaciones públicas. Los motivos fueron desde el tráfico de drogas o el homicidio hasta la brujería, la apostasía o el adulterio y, en algunos casos, alcanza la sospecha y no son necesarias pruebas concluyentes. Si alguien desea hacer un llamamiento al boicot aún está a tiempo. En enero de 2023 se volverán a celebrar ambos eventos en Riad.
También les habrá ayudado a ganar confianza en su decisión el haber visto que en estos últimos años tanto la UEFA como las primeras Ligas europeas, así como la mayoría de sus aficionados, han dado por buena la entrada de petrodólares procedentes de las grandes dictaduras teocráticas de Oriente Medio para apropiarse de algunos de los clubes más laureados. Ahí tenemos el caso del potente Manchester City, en manos del jeque Mansour bin Zayed Al Nahyan, miembro de la familia gobernante de Abu Dabi, emirato perteneciente a Emiratos Árabes Unidos, indistinguible de Qatar en todo lo referente a su sistema político, teocrático bajo forma de monarquía absoluta, y respeto por los derechos humanos (elegido también como destino para su exilio dorado por uno de nuestros monarcas, el Emérito). O el del Newcastle United, propiedad del príncipe heredero de la corona de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman.
Otro miembro de la familia real saudí, Abdullah bin Mossad, compró el Sheffield United en el 2013. Un jeque qatarí, Nasser Al Jalaifi, es el dueño del todopoderoso PSG (aunque en este caso no forme parte de la realeza del país, como empresario, su fortuna tiene sus orígenes en el sistema neoesclavista kalafa del que hablamos anteriormente). Y en España, tampoco faltan ejemplos. El Málaga CF, el Girona FC, la Cultural Leonesa, el Albacete Balompié o el UD Almería tienen como máximos accionistas a familiares directos de las petromonarquías teocráticas de Arabia Saudita, Qatar o Emiratos Árabes.
Más allá de cuál es el grado de propiedad de esos Estados en los equipos europeos, no debemos dejar de mencionar el patrocinio, en forma de publicidad, de empresas o fundaciones procedentes de esos países (donde, recordemos, toda la economía se halla bajo control de las monarquías absolutas que los rigen) a los más importantes clubes.
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Cuatro años después de su retirada, "Dios" dijo que la pelota no se mancha, en referencia a que su vida privada no podía empañar su vida deportiva. Quizás muchos de los que lo idolatran hayan podido hacer ese ejercicio imaginativo. Lograr extirpar de su naturaleza todo aderezo y desnudarlo hasta alcanzar su forma pura: el fútbol como nada más que un juego, con sus reglas, como todo juego, y que transcurre en un trozo de tierra definido, sobre el que Maradona se mostró como su artista más virtuoso.
Para muchas personas, el llamado deporte rey es un juego hermoso de practicar o de ver. Pero bajo el capitalismo nada es inocente. Por debajo del tapete de juego se ocultan los más abyectos crímenes. La pelota hace tiempo que está manchada de sangre. Pero es el sistema dentro del cual se organiza el espectáculo del balompié lo que resulta intolerable, no el fútbol en sí. Pero tampoco nos llevemos a engaño, lo que sí es también intolerable es que aceptemos con indiferencia un mundo en el que jugar a la pelota tenga algo que ver con la historia universal de la infamia.