A principios del siglo XX, el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski viajó a unas islas al norte de Papúa Nueva Guinea. Allí convivió durante largo tiempo con un grupo de pescadores ajenos a todo contacto civilizatorio y que pervivían bajo los conocidos modelos de cazadores-recolectores propios del paleolítico. En el libro que publicó a su vuelta a Inglaterra cuenta, en detalle, las experiencias vividas junto a aquellos individuos sujetos de su estudio.
Los indígenas realizaban la mayor parte de su actividad pescadora en los lagos interiores de las islas, lo que resultaba en una captura predecible. Casi siempre podían capturar peces muy parecidos en cuanto a tamaño y especies. Pero en una ocasión uno de los individuos de aquella tribu se adentró en mar abierto y para su sorpresa pudo pescar, con relativa facilidad, un pez mucho mayor en sus dimensiones que aquellos a los que estaban acostumbrados. Aquella situación produjo una gran conmoción dentro del grupo, y pronto, atraídos por la idea de pescar peces más grandes y variados, muchos de sus miembros comenzaron a imitar ese comportamiento.
Sin embargo, enseguida percibieron que aquello no resultaba tan fácil como habían imaginado: aquella actividad pesquera en el océano rara vez daba sus frutos. A pesar de ello no desistieron en su empeño, y pronto se olvidaron de su anterior ocupación. Su única obsesión era capturar aquellos peces tan diferentes a todo lo que habían conocido hasta ese momento. Y ahí, en paralelo a todo aquel proceso, el antropólogo pudo asistir in situ al surgimiento de una característica universal de todo homo sapiens: el pensamiento mágico.
Primeramente, aquellos indígenas atribuyeron a su compañero pionero, el que había capturado aquel primer ejemplar con tanta facilidad, habilidades mágicas que el resto del grupo claramente no poseía, y pronto fue elevado a la categoría de hechicero de la tribu. Posteriormente desarrollaron todo tipo de rituales durante la pesca: bailes de invocación dirigidos al mar, cánticos para atraer a los peces o hechizos mágicos oficiados por aquel primer afortunado pescador reconvertido en brujo.
Podríamos pensar que esto del pensamiento mágico y sus supersticiones asociadas es un tipo de mecanismo adaptativo que sólo ocurre en humanos. Nada más lejos de la realidad. Esta tendencia a emplear los rituales como forma de manejar situaciones inciertas se da también en animales. Casi a la vez que Malinowski publicaba sus resultados, Skinner, el conocido psicólogo conductista americano, ofreció resultados parecidos experimentando con palomas.
Skinner enseñó a las palomas a pulsar una pequeña palanca cada vez que estas deseaban ser alimentadas. Más tarde rediseñó su experimento para que la comida apareciera de forma aleatoria, en intervalos ya establecidos, independientemente de que la paloma pulsara la palanca o no. Por lo tanto, no había ningún tipo de patrón detectable por el que las palomas pudieran predecir la aparición de comida.
Durante esta condición experimental fue cuando Skinner observó que las palomas empezaban a mostrar conductas extrañas antes de pulsar la palanca: movían la cabeza hacía un lado, emitían un silbido, o daban una vuelta alrededor de la caja. Es decir, aquellos animales, frente a circunstancias impredecibles, desarrollaron conductas supersticiosas. Pulsar la palanca no parecía suficiente y por eso construyeron una pauta o relación entre la aparición de la comida y lo que creían que había ocurrido justo antes. Es decir, como tantos otros humanos, llevaron a cabo un mecanismo que es la antesala de todo pensamiento mágico: confundir correlación con causalidad.
Este tipo de pauta la observamos en multitud de situaciones de la vida diaria. Ese estudiante que realiza los exámenes con el mismo bolígrafo, el de la suerte, pues en una ocasión obtuvo con él una nota superior a la esperada; ese aspirante a un puesto de trabajo que asiste a la entrevista con su jersey fetiche pues con él fue con el que logró su primer empleo; o ese futbolista que ata sus botas siguiendo siempre el mismo patrón pues así fue como lo hizo antes de saltar al campo el día que marcó su primer gol.
Como ya habrá adivinado, esta tendencia natural del ser humano a buscar patrones causales donde solo hay correlaciones es la base también del producto más refinado del pensamiento mágico: la religión. El papel de aquel pescador reconvertido en hechicero de la tribu es ahora el del sacerdote. Ambos operan entre el sujeto que desea una cosa, buena o mala y el objeto de su deseo. Uno conjura, el otro normalmente ora y sacrifica. Ambos son los guardianes del rito. Uno en forma de danza, el otro en forma de homilía. Pensamiento mágico que normalmente, con gran eficacia psicosocial, actúa como mecanismo de defensa, logrando reducir la ansiedad de todo ser humano ante las incertidumbres de la vida (y de la muerte).
"Gracias a todos los que me han hecho llegar sus oraciones, hasta el Papa me ha mandado un rosario bendecido. No sabéis el altar que tengo en casa con estampitas, medallas, música... Milagro, el que yo esté aquí", en estos términos cargados de puro pensamiento mágico se expresaba la comunicadora Ana Rosa Quintana tras superar un cáncer de mama ante millones de espectadores. Ni una sola palabra de reconocimiento a la Ciencia o la labor investigadora. La guinda a su discurso llegó cuando calificó el aumento del gasto público en sanidad o investigación, entre otros campos, como "el milagro de la multiplicación de los votos y los peces" (si bien es cierto que no hay aquí ninguna contradicción; una persona de su condición socioeconómica no hace uso de la sanidad pública para tratar sus dolencias; cosa bien diferente, que excede los límites de este artículo, sería comprobar si esa sanidad "privada" se financia o no realmente a través de lo público).
El recurso a lo sobrenatural o a lo milagroso es algo habitual entre personas que padecen una grave enfermedad, y es una de las formas más comunes de pensamiento mágico. Si bien, como todo lo humano, tiene un límite. No se conoce hechicero, brujo o sacerdote que para tratar su enfermedad se dedique en exclusiva a danzar, conjurar o rezar, y no acuda a un centro de salud pudiendo hacerlo; de la misma manera que Ana Rosa no permaneció en su casa sin asistir a sus sesiones de quimioterapia a la espera de comprobar los efectos salvíficos del rosario bendecido por el Papa.
Cuando hablamos de ciertas dolencias graves, existe otro recurso, quizás más mayoritariamente extendido, asociado al pensamiento mágico. Nos referimos al uso de un lenguaje bélico-voluntarista cargado de épica. A pesar de que jamás nadie ha oído expresiones del tipo "está dando la batalla contra la diabetes" o es un "guerrero de la enfermedad cardiovascular", cuando hablamos de cáncer todo está permitido. Una de las enfermedades más complejas y multifactoriales que se conocen en el campo de la Medicina es tratada como si su curación dependiera del coraje, la valentía y por supuesto, la voluntad del paciente. El enfermo debe siempre mostrar una actitud positiva y estar dispuesto a "luchar", aunque nadie sepa decir contra quién o qué.
De momento no se ha descubierto, y nos tememos que hay serias razones para pensar que eso nunca sucederá, ninguna actividad cerebral (pues eso y no otra cosa son nuestros pensamientos o actitudes, incluida la voluntad) que pueda detener el proceso descontrolado en la división de las células de algún órgano. Así, la enfermedad, ya cruel de por sí, termina categorizando a sus pacientes en dos tipos de personas: los que dan la batalla y terminan superando la enfermedad atribuyéndoles un mérito del que carecen, y los que se muestran acobardados o angustiados (la amplia mayoría pues somos humanos), y cuando fallecen acaban engrosando el bando de los perdedores.
Sin embargo, todos conocemos personas que, con una gran voluntad y una enorme alegría de vivir, han fallecido víctimas de la enfermedad (recordemos la reciente muerte del doctor Spiriman), y por supuesto, también lo contrario, personas que durante el duro proceso de tratamiento se mostraron desesperanzadas o cayeron en estados depresivos, y, sin embargo, finalmente, se curaron. Ya bastante duro es para muchas personas la pérdida de un ser querido como para añadirle la etiqueta de que quizás falleció porque no luchó todo lo que debía, se dejó vencer o no mostró la suficiente voluntad de vivir. Claro que este tipo de pensamientos no surgen en el vacío, son el fruto de un zeitgeist vinculado al neoliberalismo como vector ideológico dominanteque ya tratamos en un anterior artículo, en la que no está permitido discutir si realmente fueron las circunstancias (condiciones laborales, factores ambientales contaminantes, estado de la atención pública sanitaria..) y no el yo, las que finalmente terminaron con la vida de esa persona.
A lo milagroso y al relato épico voluntarista, se añade una variable más dentro también de los cánones del pensamiento mágico: el rito. Un rito laico, pero rito, al fin y al cabo, y con todas las connotaciones propias de la brujería y la superstición. Así, hace unos días, como ocurre de manera periódica desde hace varios años, hemos visto como muchas personas portaban lazos rosas, participaban en marchas populares vestidas con camisetas también de color rosa, lanzaban globos de helio a la atmósfera también rosas… mientras políticos de todo tipo pronunciaban elocuentes discursos públicos junto con mujeres enfermas o ex enfermas de cáncer de mama, cargados de toda la épica anteriormente descrita. Todo en un ambiente lo más "despolitizado" posible en el sentido clásico del término (ya sabemos que lo político hoy en día desune más que une en este tipo de eventos y siempre es mirado con sospecha).
Todos estos actos rituales mágicos, similares a los realizados por la tribu de pescadores de Papúa Nueva Guinea que describíamos al inicio, resumen a nuestro entender perfectamente lo que significa vivir bajo la posmodernidad. Gran parte de estas acciones no tienen vinculación causal alguna con lo que realmente debe importarnos: la erradicación o al menos minimización de los efectos devastadores de la enfermedad en el futuro. Sin embargo, no parece excesivamente difícil para un ser dotado de una mínima racionalidad darse cuenta que lo mejor que puede hacerse para lograr esta finalidad es aumentar desde las diferentes administraciones la inversión en sanidad pública y en investigación científica (salvo que creamos que la Ciencia solo es un relato más para interpretar la realidad tan válido como cualquier otro).
Mientras eso ocurra, tendremos que ver a políticos con capacidad para modificar esta realidad a través de la legislación, enfundados en camisetas y adornados con lazos participando en protestas populares contra los cambios genéticos que interfieren en los procesos ordenados de división celular, para, al finalizar,lanzar a la atmósfera unos globos de helio cuyos trozos caerán con mayor probabilidad en el océano, y que servirán de alimento a delfines, ballenas, pájaros marinos o tortugas, pudiéndoles causar la muerte por obstrucción intestinal.