Lunes y viernes me toca eso, martes y jueves acelgas o judías verdes, de esas de frasco que se rehogan en la sartén en un pispas, miércoles el bote de fabada asturiana de marca blanca y dejo para el sábado y domingo un pollito asado, que me reservaba Paco, el del bar Sevilla, el cual troceaba para sendos días. Es mi dieta lo quiera o no, sea repetitiva y aunque no cumpla con lo saludable que debe comer una persona de sesenta y cinco años. Como se puede imaginar cualquiera un jubilado que cobra menos de ochocientos euros al mes, con todos los gastos habidos y por haber que genera la existencia, no puede aspirar a mucho más. Incluso, como diría algún político reaccionario o no, pero sí a mucho menos, y así poder ahorrar algunos euros para gastos extras. En fin.
Me fue sencillo dar con Candel a través de las redes sociales. Le dejé un mensaje en el chat y por la noche me contestó. Hablamos por encima de nuestra vida pasada (mucha vida puesto que hacía cincuenta y cuatro años desde la última vez que nos vimos) sin que yo le contara los pormenores de mi separación ni de la semimiseria en la que vivía. Él tenía dos hijos, ya casados, y disfrutaba de una buena jubilación como funcionario.
— No me puedo quejar, Sabina, la vida me ha tratado a cuerpo de rey.
Me dijo e imaginé su rostro de niño de once años resplandeciente de complacencia.
Quedamos en vernos el viernes a mediodía y "comemos en un sitio por el centro que lo hacen chanchi.", apostilló con solvencia. "Chanchi", ¿cuánto tiempo hacía que no escuchaba esa palabreja?
El restaurante estaba por el barrio de Salamanca. Vi la entrada y lo que se cocía tras la cristalera y no me pareció un lugar ampuloso a tenor del barrio donde estaba. Suspiré en mi interior porque no paré de darle vueltas a la cabeza en lo que podía costarme el menú.
Candel llegó algo tarde montado en una moto que aparcó sobre la acera. "Como he trabajado en Tráfico las multas se volatilizan.", dijo con socarronería al bajarse, y valorando mi gesto inquieto.
Tomamos unas cañas en la barra antes de sentarnos a comer.
Tenía un aspecto envidiable, aunque le hubiera reconocido entre mil. Su buena fachada se completaba con un optimismo que rebosaba en sus ojos vivarachos y unas ganas de vivir que se reflejaba en su atuendo deportivo y juvenil. Vivía con su mujer en un chalet en Pozuelo. Yo le conté que vivía en Fuenlabrada (el piso que ahora ocupaba sólo mi exmujer tras el divorcio) y felizmente casado, y no en la calle de la Madera en una buhardilla ruinosa de treinta metros cuadrados. Me sentía avergonzado junto a él con mi vida oscura, pinta pobretona y mi barriga estrangulando los botones de mi camisa.
— Oye ¿te acuerdas de Sender, Elías Sender?
No esperé a que su confortable vida nublara mi auténtico objetivo.
Por supuesto se acordaba. Candel estuvo todo el bachiller elemental con Sender en otro colegio. "Fuimos compañeros inseparables en segundo, tercero y cuarto. Un crack el Sender.", me dijo con los ojos velados por la nostalgia.
Sentí la punzada de una traición pueril. ¿Por qué no me avisaron de que iban a ir a ese otro colegio? Joder, podríamos haber seguido juntos los tres. No seas absurdo, Juan, me cuchicheó mi Pepito Grillo, con once años los padres son los que deciden, capullo.
— Era un tipo raro también -siguió- ¿Te acuerdas de que nunca iba a la plaza del Cabo con nosotros y se quedaba en su casa tarde sí y tarde también? Pues así siguió. Era un eremita que sólo en cuarto de bachiller cambió algo. Te cuento: nos eligieron, por ser los alumnos mayores del colegio, para controlar el trasiego de padres y familiares en las comuniones en la iglesia del convento de las Comendadoras de Santiago de ese año. Bien, pues desde ese mismo día hicimos un grupito de compañeros en el que estaba él. Duró poco más que ese verano pero Sender acudió a las quedadas como uno más. Me pareció asombroso su comportamiento y sus ganas de hacer piña con todos. Sé que su familia se mudó a Carabanchel, a una calle que se llamaba…… -Candel hizo memoria tocándose las sienes varias veces- Sí, Vía Lusitana, eso es. Años después, tras deshacerse el grupito, hicimos una comida de reencuentro. Rozaríamos los veinte años porque recuerdo que Sender nos dijo en esa comida que en un par de meses se iba a hacer la mili.
— ¿Os comentó algo de que se dedicaba a la poesía? -le pregunté mientras mis tripas rugían de hambre.
— Hombre, claro. Y nos recitó unos poemillas al final de esa comida. -añadió Candel algo guasón- Él había dejado de estudiar, mientras la mayoría de los demás estábamos en la universidad, y andaba dando tumbos por ahí entre revistas marginales literarias y antros de poetas de mala muerte. Bohemios y perdidos, ya sabes. El caso es que le vimos descentrado, enfebrecido con su pose de poeta y, sobre todo, hecho un bebedor de categoría. Cuanto más le daba al trago, más se alargaba su rollo poético. No sé, le noté cambiado, no sé cómo te diría…… Estrafalario, no sólo en su vestimenta, sino en sus ansias de arrollar como literato. Un pesado, Sabina, si quieres que te lo diga en un par de palabras.
La comida, para mi fortuna, la pagó Candel sin dejarme siquiera que hiciera ademán de rascarme la cartera. "En la próxima hacemos una barbacoa en el jardín de mi casa. Tú te encargaras de las chuletas y estamos en paz. Eso sí, quiero verte allí con tu parienta.", me dijo tras abonar el ágape.
Antes de que se fuera le pregunté que si recordaba el número de esa casa en Vía Lusitana.
— Joder, si que te ha dado llorona con el Sender. - me dijo, dándome una palmada en la espalda.
Sonreí sin saber qué decirle.
— Uf, ni idea, Sabina -me dijo junto a su moto- Creo….sí, creo que dijo que era el último bloque de la calle, uno que hacía esquina junto a un parque. Pero no me hagas mucho caso, han pasado tantos años.
En casa recapitulé. Poeta bohemio-Carabanchel- Vía Lusitana, último número de un bloque que hacia esquina. No era mucho pero acababa de comenzar.
Por supuesto que la editorial del libro de Sender ya no existía, como pude comprobar hurgando en internet. Sí que pude averiguar que la editorial estaba por la zona de Cuatro Caminos y que, actualmente, existía una librería que se llamaba de la misma manera y que también andaba cerca de esa zona de la ciudad. Librería Martos, apunté en el bloc de notas del móvil. Puede que fuese una mera casualidad pero no andaba sobrado de pistas.
Sentado en la cama y dándole vueltas al tema que me llenaba el tiempo, recordé que en ese barrio de Tetuán, donde se juntaba con su primo Ramón y con su amigo Benito, su familia tenía una empresa que se dedicaba a la construcción. Me puse como meta para el próximo día ir a la Hemeroteca Nacional para buscar periódicos de aquellos años y rastrear empresas de construcción (era de imaginar que sería pequeña) por la zona de Tetuán.
Desvelado, volví a coger el libro de Sender que ya había leído los días anteriores. En los primeros años sus poemas hablaban de una mujer que le "sacó de su propia sombra", una luz que le ayudó a "descargar el yugo espinoso" que parecía causarle pesadumbre y soledad. Pero años después sus poemas no mejoraron en su contenido. Se me antojaron poemas apocalípticos y denuncias sociales de un hombre que no hallaba su sitio en la vida. Sender sufría y lo plasmaba bien. Me gustaba, a pesar de que no ayudaba, precisamente, a mi estado de ánimo proclive al pesimismo. …Profeta milenario de la incertidumbre, huido de palabras conceptuosas, de enteras visiones, de momentos débiles… Eso leía cuando debí dormirme.