La llamada (4ª parte)

17 de diciembre 2024

Agoté las opciones médicas sacando en consecuencia que la única solución plausible eran las pastillas. Como era de esperar, el resultado del análisis del sueño fue nulo puesto que no llegué a completarlo.

Aquel médico joven, al que parecía que mi caso le hacía tanta gracia, me instó a que repitiera la prueba, pero me negué. Estaba decepcionado de la medicina y comenzaba a valorar la recomendación de Carmen.

Así se lo espeté, sin ni siquiera saludarla, nada más entrar en la tienda de las maletas.

— Si te soy sincera, -me contestó tan congratulada que sus ojos chispeaban- ya he hablado con mi amiga para que la visites.

No me gustó su franqueza e hice un gesto brusco.

Seguía sin confiar en esas brujas que todo lo ven a través de visiones del más allá, sin embargo, y ese era el quid que me hizo cambiar de opinión, al dejar de confiar en la medicina quería darles, con todos los peros que albergaba hacia ellas, una oportunidad. En realidad, no me quedaba otra.

— Estoy segura que cuando la conozcas cambiaras de parecer -dijo mi compañera mirándome a los ojos- Le he contado toda tu historia y está más que interesada. "Tengo que despertarle de ese mal sueño", me ha dicho.

¿Sueño? Precisamente era lo que me faltaba. Era ese ruido latoso el que no me dejaba conciliar el sueño. De todas formas no quise echar más leña al fuego y le dije a Carmen que me diera su teléfono para concertar una visita.

— No te apures por eso, esta misma tarde a las ocho y media te espera. Ya te dije que hablé con ella y me sugirió que ya tomase cita. "Es un caso que pudiera ser grave si se prolonga", me dijo ayer.

Bueno, pues parecía que entre todos sabían lo que me convenía sin contar conmigo.

La médium se llamaba Madame Bonnet y su casa estaba situada en un barrio del extrarradio de la ciudad. No me pillaba demasiado mal de casa.

— ¿Afrancesada? -le pregunté irónico.

— No, claro que no. Es su nombre profesional. A las 20,30, recuerda. Y, por favor, se puntual. Ella valora mucho el tiempo. Y otra cosa, olvídate del dinero. Ya haré yo cuentas con ella. ¿Entendido?

No estaba dispuesto a que Carmen cargara con los gastos de la bruja.

— Supongo que cuando estés curado, despierto, como dice Madame Bonnet, comprenderás que tu sanación es un bien común.

Lo dicho: todos sabían más que yo. Pero el que soportaba el soniquete por las noches era yo.

Para mi sorpresa, a mi mujer le pareció bien la idea de ir a ver a la médium, a tenor de la inquina que le producía todo lo tocante a Carmen.

— Seguro que esa señora da con la tecla - me dijo, colocándome una bufanda en el cuello- Si es una obsesión tuya, que tiene todas las papeletas para que lo sea, ella te despejará la mente, ya que a una no le haces ni caso.

A las ocho y veinticinco minutos estaba tocando el timbre de un chalet adosado, con ínfulas de clase adinerada, de un barrio suburbial del sur de la ciudad.

Cuando iba a pulsar por segunda vez, una mujer escuálida con el rostro maquillado al extremo me abrió la puerta. Me miró fijamente unos segundos para después pronunciar mi nombre de pila con un ligero acento andaluz.

— Pues creía que era usted francesa, por su apellido, claro, pero noto que su acento es bastante español.

Le dije con toda la intención.

No me respondió. Me hizo pasar a una habitación en penumbra en la que se requemaban una multitud de cirios. Olía a cera hasta la extenuación. La parte de la casa que atravesé estaba repleta de figuras mitológicas que me parecieron de índole budista, hinduista, brahmanisma o, lo mismo, taoísta. Estaban todas iluminadas por una pequeña vela que las mecía en una claroscuro siniestro.

Me indicó con un gesto que me sentara sobre un cojín de colores chillones que había frente a una mesa hecha de bambú. Ella se sentó al otro lado de la mesa.

Vislumbré, tras un mueble que me pareció como un depósito, una serie de lucecitas que se encendían y apagaban con armonía. Por unos instantes, en el silencio que la médium imponía con los ojos cerrados, creí escuchar el sonido familiar que alteraba mi sueño. Intenté aguzar el oído elevando un poco la cabeza, pero entonces Madame Bonnet me dijo que cerrara los ojos y que pusiera la palma de mis manos sobre las de ella, extendidas sobre la mesa de bambú que nos separaba.

— Klaus, disminuya dos puntos el oxigeno en la cámara de hibernación. Hágalo muy lentamente, por favor, y atento a que la pantalla nunca llegue a la zona roja. Yo estaré atenta al monitor de sus constantes vitales.

¿Con quién hablaba esa Madame? Su voz era muy tenue, apenas un susurro. Entreabrí los ojos y no vi a nadie.

— Tiene que despertar, despertar, despertar…..

La voz de Madame Bonnet me resultaba cada vez más lejana al contrario que el zumbido nocturno que le sentía revivir más intenso. Al contrario que en las noches, el sonido me parecía cercano, como si estuviese en el cuarto de los cirios.

— Despertar, despertar, despertar….

Sí, me dije con cierta alegría y sin poder abrir los ojos, estaba en el lugar donde sonaba la máquina

— Disminuya un punto más la entrada del oxigeno. Debe reaccionar ya o le perderemos.

El ruido no era tan molesto como cuando me despertaba. Era una especie de resonancia que me llegaba filtrada por algo que se interponía. A pesar de todo no me incomodaba. Estaba a gusto como si estuviese tumbado en mi cama y disfrutando de un sueño placentero. Ya no oía la voz de la médium ni olía la cera, me hallaba relajado, tan relajado que supuse que estaba profundamente dormido pero con una consciencia de vigilia. Fui sintiendo una fatiga paulatina, me costaba respirar, sin embargo era tal mi relajación que no me alarmaba. Traté un par de veces de abrir los ojos sin conseguirlo. Estaba tan en paz, tan satisfecho de esa situación que destensaba mis músculos, liberaba mi mente, levitaba mi cuerpo, que despertar me parecía un chasco. No deseaba despertar. Sin embargo, una asfixia repentina me hizo abrir los ojos de par en par. Mi cabeza chocó con algo al incorporarme. Fue entonces cuando se abrió la urna que me contenía.