Un ejemplo fácil: además de su increíble talento para reflejar las pulsiones humanas, Javier Marías fue, siempre lo será, un gran prescriptor literario, especialmente por el impulso que dió en artículos y columnas y desde su editorial, la utópicaReino de Redonda-cuyo cierre definitivo se acaba de anunciar ahora, tras sobrevivir dos años a la muerte del escritor madrileño- a autores y autoras cuya obra nos resultaba, por variadas razones, desconocida o poco valorada frente a la de otros contemporáneos de más fuste.
Rebecca West es una de ellas. Nacida Cicely Fairfield, sus tiempos coincidieron con los de H.G.Wells (con quien tuvo un hijo), con los de Virginia Woolf (de quien no recibió más que desdén, devuelto con los años, a ella y a todos los del círculo de Bloomsbury), con los de Marcel Proust, (alejado de Inglaterra e imbatible), con los de otros genios de las letras de comienzos del XX, etapa fecunda como pocas, también en España, antes de que todo se fuese al garete.
Escritora vocacional, reportera, jovencísima sufragista y feminista, cubrió el juicio de Nuremberg y dejó un corpus literario que poco a poco empieza a hacerse más conocido en nuestras letras. En las nuestras, porque en el mundo anglosajón su reconocimiento fue otro y la revista Time, dedicándole una portada en diciembre de 1947, la definió como "indudablemente la mejor escritora del mundo".
Tras leer El regreso del soldado(1919, Planeta, 2022), una pequeña novela de 148 páginas, Rebecca West no solo se incorpora al modesto Olimpo literario de uno sino que su talento y su manera de encarar la vida y la literatura provocan en este lector la intención de seguir conociéndola, tanto en sus trilogías familiares como en sus crónicas de viaje o incluso en los reportajes realizados en los juicios de Nuremberg que tanta fama le dieron a mitad de siglo. A continuación les expongo las razones de este enamoramiento de una autora que reconoció "escribir libros para descubrir cosas", esperando perdure en el tiempo y no sea amor de una sola novela.
El punto de partida de El regreso del soldado, una nouvelle como queda dicho, es sencillo: tras varios años de ausencia y tras ser malherido en la Primera Guerra Mundial, Chris Baldry regresa a su casa familiar, en la que vive con Katty, su esposa, y Jenny, joven pariente acogida por la familia. Sufre una pérdida de memoria que le lleva a recordar únicamente a Margaret, su amor de juventud, de inferior clase social, detalle que es fundamental en el devenir de la narración. Margaret es reclamada por los propios Baldry para participar en las sesiones médicas organizadas en su mansión con el fin de recuperar su salud mental.
El éxito de West es alejar la historia de este triángulo amoroso del costumbrismo formal y lo folletinesco y acercarla al modernismo literario de sus tiempos. Lo consigue por medio de un factor novedoso: en vez de optar por un narrador que sobrevuele los hechos, es la propia Jenny la que nos relata lo que acontece en la mansión de los Baldry desde el momento en que es anunciada la reaparición de su propietario.
La objetividad de Jenny -el clasismo que destila en sus comentarios y observaciones sobre la rival de su prima, sobre los médicos que atienden a Chris, o incluso sobre los espacios de la ribera del Támesis donde Margaret vive con su marido le acompañará durante todo el relato- irá evolucionando con la obra hasta conducirnos a la aceptación y el razonamiento finales. Por eso, su rol como narradora dota a la obra de unas características personalísimas y la hacen diferente.
Mientras que la lupa implacable atraviesa toda la obra describiendo de manera implacable aspectos físicos, gustos estéticos e incluso movimientos de Margaret, con saña por momentos, apenas otorga Rebecca West significación alguna a Katty, la esposa dolida, incapaz de admitir que sea Margaret la única mujer a la que su marido recuerda pese a no saber nada de ella en los últimos tres lustros. West la despoja de todo papel protagónico y la limita a usarla para explicarnos lo vacua que puede resultar la belleza física.
Por eso, frente a la negativa de Katty a admitir la realidad, será Jenny la que en una evolución que recorre las páginas del libro de principio a fin acabe por entender que el mal de Chris solo se puede mitigar cuando está con la persona con la que desea estar. Se erige en portavoz de ambos y encuentra en la descripción de sus miradas el antídoto perfecto para la dolencia de Chris, una neurosis provocada por la guerra que Rebecca West aprovechó, adelantada a su tiempo, para poner en primera línea del debate.