Siguiendo esta sencilla norma, Pablo Otero formaba parte de mi familia. Él abandonó este mundo el pasado día 8 de junio y, como es normal cuando pierdes la presencia física de un ser querido y admirado, el desconsuelo ronda de manera eficaz por todo tu ser desde el momento preciso de su partida.
A mí a Pablo me lo presentó otro miembro de mi familia: sin saber cómo ni por qué, las familias van creciendo a lo largo de nuestra vida gracias a personas que tienen a bien ir colocando en tu árbol genealógico a gente maravillosa e imprescindible que acaba estando contigo hasta el final de tus días, dándole sentido al sinsentido de la existencia.
Pablo era uno de esos genios un tanto incomprendidos al que merecía la pena escuchar muy detenidamente. Su vena artística era prácticamente insuperable: filósofo, cantero, escultor, compositor musical y novelista. En el año 2019 publicó su primera -y única- novela bajo el seudónimo de Pablo Ferrao, una novela de amor y viajes de ida y vuelta de la aque, de algún modo, el autor siempre trataba de hablar con suma humildad, sin ningún tipo de ego ni artificios exuberantes.
Una de las características principales de Pablo era su respeto hacia las personas que le rodeaban y las maravillosas anécdotas vitales que relataba con énfasis, con extraordinaria emoción. En varias ocasiones se sentaba muy cómodamente en la silla del bar de turno y nos narraba a los que allí le acompañábamos las ocasiones en las que tuvo la oportunidad de tomarse unas copas con los ilustres pontevedreses Manuel Jabois y Rafa Cabaleira, acabando las susodichas historietas con un severo y contundente "Jabois y Cabaleira tienen mucho nivel". En otras ocasiones, adulaba sin fisuras al cantante Julio Iglesias, y gustaba de tararear la canción "Quijote", como si en la letra de esa cantinela habitasen las particularidades de su propia existencia o de una vida que le hubiese gustado haber vivido.
Pablo, con barba desaliñada y mirada de noches en vela -cual irreverente poeta maldito del siglo pasado-. Pablo halagador de los artistas, del arte, de la lírica… Tanta era la confianza que tenía en mi persona, en mis letras, que, si yo tuviese la mitad de esa confianza en mí mismo, mañana por la mañana me plantaría en el despacho del director de la Editorial Planeta y conseguiría lo que cualquier ambicioso escritor anhela conseguir.
En definitiva, Pablo Ferrao o Pablo Otero Ferradás era, fundamentalmente, una persona buena, un ser humano de los que ya casi no quedan; era uno de esos hombres que tanto necesita esta sociedad colmada de artimañas, hipocresías y apariencias, cosas que, a secas, sólo consiguen malograr el alma de las personas que todavía ostentan moral y ética.
La tarde que me dieron la noticia de su fallecimiento, sin saber yo muy bien el porqué, me vino a la cabeza la frase del escritor estadounidense Mark Twain en la que nos indicaba que "tras todo humorismo se esconde siempre un gran dolor; por eso en el cielo no hay humoristas".
Así pues, descansa en paz, amigo, ahora que deseo con absoluta sinceridad que en ese cielo en el que estás continúes haciendo sonreír a las almas que no lograron ser enteramente felices en su paso por la Tierra.