¡Feliz año nuevo!
Que gusto volver a escribirles, no nos leíamos desde el año pasado ¿eh?
…Ya hice el chiste de turno. ¡Hecho! ¡Vayamos a lo importante!
¿Y qué es lo importante se preguntarán? Pues supongo que son los propósitos de año nuevo. Sí, esos que nos decimos todo convencidos el 1 de enero y que el día 7, tras tirar el papel de regalo del Día de Reyes, olvidamos.
Supongo que muchos de ustedes tendrán los típicos. Apuntarse a ese gimnasio 24 horas tan guay que hay en Blanco Porto, comer más sano, aprender un nuevo idioma, viajar más para romperse la espalda con los asientos de Ryanair, ahorrar más, planear el asesinato de todos tus familiares porque después de tantas fiestas no quieres volver a verlos el año que viene… ya saben, lo típico.
Yo no tengo propósitos de año nuevo, así que ni me pregunten. Porque realmente, me parece lo máximo del absurdo esa creencia de que a la medianoche del último día del calendario occidental, el mundo a tu alrededor se reinicie como quien lo hace con el ordenador. ¿Los problemas del 2018 se disiparán por obra y magia de los Dioses? ¿Tú amigo tocapelotas que te hace chistes sobre que rozas los treinta parará? ¿Ese examen que tienes la segunda semana de enero dejará de preocuparte? ¿Los políticos de golpe serán honrados?
Alerta de spoiler: la respuesta es no.
Seguiremos siendo las mismas e inocentes personas que éramos el año anterior. Tendremos los mismos problemas, las mismas preocupaciones y habremos empezado el 2019 de la misma forma que años anteriores: con una resaca del quince y muchas lagunas sobre si te pusiste a bailar el riverdance sobre la barra del Triskel. Porque si lo piensan a nivel de la historia, solo es un año más.
No me malinterpreten. Empezar el año con buena actitud no está mal.Es una forma de enfrentarse a otros 365 días de pruebas, peleas, depresión y estrés. De coger fuerzas para seguir adelante, pero el problema, es que todos los 31 de diciembre hacemos lo mismo. Y la intención nos dura menos que un telediario y nos rendimos cuando el año solo acaba de empezar. Como un corredor de maratón que lo da todo a principio de carrera y nunca llega a terminarla o yo cuando digo que empiezo a hacer ejercicio el lunes y nunca lo hago. Porque esa magia de fin de año se disipa en muy pocos días entre bromas de «hace un año que no nos vemos».
Por mí, fin de año podría ser un día más en el que me quedo en casa leyendo tan tranquila y levantarme a la mañana siguiente como si no hubiera pasado nada. No es porque aquí servidora sea una asocial que rehúye de las fiestas. Si alguien le ha dicho eso, miente…un poco. En realidad, más que pensar de año en año, me gusta pensar en el día a día. Puedo llegar decir que en este 2019 me gustaría ser más organizada, pasar más tiempo con mi familia, trabajar en más proyectos o no ser tan lenta estudiando. Pero claro, eso es pensar a gran escala y si algo he aprendido en la vida es que las cosas se hacen paso a paso y con pequeños objetivos. No puedo marcarme objetivos para cumplir durante doce meses cuando tal vez mañana ocurra cualquier imprevisto y se me vaya todo a la mierda. ¿No les ha pasado?
Decir que en cierto tiempo conseguirán algo y la vida se empeña en ponerles trabas y obstáculos como resaltos tenemos en la ciudad. Pueden pensar que a mediados de año estarán listos para la operación bikini pero en marzo pueden caer enfermos, o peor, un familiar muy querido.
Este es mi consejo para este año 2019 si tanto quieren pensarlo como un año nuevo, distinto y completamente novedoso: vivan al día a día como si fuera el último y no cada año como si el mundo fuera a terminarse.
Feliz año nuevo.