Políticamente incorrecto: Quince días con Suárez

24 de marzo 2014
Actualizada: 18 de junio 2024

Adolfo Suárez es sin duda el nombre propio de estos días. Su figura, como la de todos los grandes hombres, se agranda con su muerte y recobra importancia con la perspectiva de los años; aunque en su día fuese atacado por todas partes, denostado por muchos, acusado de traidor por otros, e incluso no votado por la gran mayoría de los españoles. No olvidemos que este país le castigó en las urnas tras abandonar la Presidencia del Gobierno. Parece que ahora nadie se acuerda de todo aquello.

Yo conocí a Adolfo Suárez cuando ya no era Presidente del Gobierno e intentaba impulsar su proyecto político del CDS. Era el año 1989 y un servidor formaba parte de la comitiva periodística que le acompañó cada día de su campaña electoral para las elecciones autonómicas de Galicia. El candidato del CDS era el médico pontevedrés, Jesús Osorio, y Suárez su principal apoyo en toda la campaña.

Fueron quince días intensos de mítines y autobús por toda Galicia. Actos de todo tipo en los que el ex Presidente hacía gala de su tirón electoral, de su gancho entre las mujeres de todas las edades que lo comían a besos y a piropos, pero también de su saber estar en las distancias cortas. Era un animal político, de eso no hay duda.

Un día, en aquellas horas muertas de viajes, me preguntó de dónde era y al comentarle que de Pontevedra nos pasamos un buen rato hablando de esta provincia, y puedo dar fe que la conocía bien y que le encantaba. Por eso eligió pasar algunas de sus vacaciones en la Atlántida, en O Grove, siendo Presidente del Gobierno.

Pero en esos quince días tuve tiempo también de ver al Adolfo hombre. Y me sorprendió verlo como una persona reservada, callada, que sin embargo tenía sus momentos de chispa contando anécdotas o manteniendo largas conversaciones sobre todo tipo de temas. Siempre amable, cercano y con una sonrisa en la boca, que hacía resaltar sus impecables dientes blancos.

Transmitía sensaciones de ser buena persona, aunque difícil de catalogar en su ideario político. Después de quince días de conversaciones, estoy convencido de que Suárez no era de derechas ni de izquierdas, me atrevería a decir que incluso no tenía ideología política al uso. Quizás por eso inventó el centro; un punto equidistante en donde poder justificar el "Suarismo", un ideario propio, profundamente democrático, que iba planteando propuestas según las circunstancias; algo así como los antiguos tecnócratas o los verdaderos hombres de Estado.

No sé por qué, pero la imagen que me quedó grabada de Adolfo Suárez en aquella intensa travesía por Galicia, es la de un hombre triste, melancólico, resignado a su destino. Lo estoy viendo, sentado en aquel autobús de campaña, pensativo y reflexivo durante los largos trayectos entre mitin y mitin. Una imagen de tristeza, incluso soledad, que igual no se ajusta a la realidad, pero que a mi me impactó porque no me lo esperaba así.

Hace días, esto mismo se lo comenté a una de las personas que mejor le conoció, el maestro de periodistas Fernando ÿnega, su estrecho colaborador y redactor de discursos en el Gobierno. ÿnega me dijo que Suárez era un hombre vitalista pero que por aquellas fechas lo estaba pasando mal a nivel personal, y que posiblemente mis impresiones fuesen muy reales.

Quizás también, digo yo, porque en aquellos días de diciembre de 1989, intuía lo que se le venía encima, que no era sino la progresiva desaparición del CDS y su salida definitiva de la vida política. En aquellas elecciones, que Fraga ganó e inauguró su larga era en Galicia, el CDS no consiguió ningún diputado con los 38.200 votos que obtuvo. 

La noche electoral, en un hotel de Santiago, fue dura. Suárez esperó hasta última hora para hacer una valoración de aquellos resultados que no dudó en calificar de muy malos. Pero lo hizo, como siempre hacía las cosas, dando la cara, asumiendo errores y aceptando el resultado. Creo que ahí empezó el principio del fin de su carrera política que terminaría dos años después renunciando a su escañó y a la presidencia de su partido.
Recuerdo perfectamente cuando, antes de retirarse, tras su rueda de prensa, vino a saludarme y a darme las gracias por el trabajo realizado para la cadena Ser. Acababa de sufrir una derrota más en su vida pero se despidió con una amable sonrisa y un apretón de manos. Y eso no lo hacen todos los políticos, puedo dar fe de ello.

Visto ahora, creo que aquella tristeza o melancolía que yo detecté formaba parte de su carácter, presagiando quizás lo que le tocaría vivir años más tarde: la muerte de su esposa y de su hija mayor a manos del cáncer.
Está claro que Adolfo Suárez no tuvo una vida fácil ni en lo público ni en lo privado. Por eso ahora, cuando recuerdo aquellos quince días de campaña electoral, ya no me sorprende aquella imagen de tristeza en un hombre que lo fue todo, curtido por innumerables contratiempos y resignado por la vida que le había tocado. Quizás por eso su cerebro, cansado de aguantar, decidió que era mejor olvidar que seguir sufriendo.

Esperemos que a partir de ahora le dejen descansar en paz.