De joven me aficioné a la lectura, a la música, al teatro, a viajar. De esas aficiones – quizás adicciones – me mantengo ahora, ya de edad avanzada. Mejor aún, no sólo me mantengo, hacen también que desee seguir viviendo. La memoria, los recuerdos, la melancolía me gratifican hasta por encima de lo que acaso merezco. Y ¿qué aúna mejor esas cosas que la poesía? Decía Gil de Biedma: "la poesía no se ha hecho para los críticos, se ha hecho para los lectores. La poesía es lo que hacen los lectores leyendo un poema". Y añadía que, aunque la separación entre la poesía y el canto se hizo mayor a partir de la imprenta, todavía hay poesía para ser cantada. ¡Y tanto!, me agarro yo a esta afirmación, a mí la canción, la música, no sólo me acerca la poesía, me la mejora incluso. Puede que haya poemas que no necesiten acompañamiento musical porque ya ellos la encierran. Sin embargo, hay canciones - sean hechas a través de poemas o no – que resultan insuperables.
A mí, mitómano afrancesado me llaman algunos amigos, las horas de soledad de la edad avanzada, vejez, dejémonos de eufemismos, me la llenan de alegría, rabia, pena, melancolía : Lèo Ferré, Brassens, Brel, J. Greco, Piaff, Moustaki…
Y cuando mis amigos me miran raro y adivino que piensan "ya está este pesado con la canción francesa" los compadezco al mismo tiempo que me refugio en el poema de Joan Margarit "Soneto de dos ciudades" que se inicia y se cierra con un verso de Ferré precisamente: le rouge pour naître a Barcelone, le noir pour mourir à Paris. O en Gil de Biedma y su "Elegía y recuerdo de la canción francesa": "Y fue en aquel momento, justamente en aquellos momentos de miedo y esperanzas – tan irreales, ay- que apareciste, oh rosa de lo sórdido, manchada creación de los hombres, arisca, vil y bella canción francesa de mi juventud".
De esa famosa canción francesa, vamos a llamarla clásica, que llena todo el período de los años 40, antes y después de la segunda guerra mundial, y continúa hasta prácticamente finales de siglo pasado, surgen de alguna manera nuestras Nuevas Canciones, vasca, catalana y gallega. Naturalmente que la canción francesa, como todas las demás, tiene una historia con décadas detrás. Pero aquí y ahora nos interesa la que a partir de los años cincuenta, marca de manera más evidente,
el regreso a las fuentes literarias por medio de los cantautores. De ellos es de los que me sigo nutriendo ahora, tomen, o no, poetas famosos como autores de sus textos: Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Aragon.
La lista es muy amplia, la calidad de intérpretes también. Montand y Reggiani, son "sólo" intérpretes excelsos. Y Boris Vian poeta, cantor, y agitador cultural en las "caves". Pero a mí entre los que me "salvan" (de ello he empezado a hablar al principio) destacaría el mítico trío de Brassens, Brel y Léo Ferré, mi "Santisima Trinidad" que preside el lugar más sagrado de mi casa, en una foto muy conocida en Francia de una reunión que consiguió un afortunado periodista radiofónico en torno a una mesa de estudio, llena de humo, botellas de cerveza y entrecruce de miradas inteligentes.
Suele considerarse "Ne me quitte pas" la más bella canción de amor. Esta sí universalmente conocida, más incluso que "La chanson des vieux amants". Del "no me dejes" a "Nos fue necesario mucho talento, para ser viejos sin ser adultos". O al "Viellir" de "Mourir", eso no es nada. Pero envejecer… ¡oh envejecer! "Brel muere a los 49 años, prácticamente retirado, quizás harto de sudar en el escenario (le sudaba, sin duda, el alma al interpretar), habiéndose orientado a hacer películas mediocres después de haber figurado en la cima de la canción.
Brassens hizo buena parte de su inmensa obra en calidad y extensión escondido en la casa de una pareja de trabajadores, Jeanne – a quién dedicó una conocida canción - estaba enamorada de él y allí, en el Impasse Florimont, vivió con Georges y con su marido. Curioso trío. Brassens rechazó entrar en la Academia: en su canción sobre el pequeño flautista, éste llevaba su música al castillo, por la gracia de sus canciones, el rey le ofreció un blasón. Brassens no quiso ser noble. Fue consecuente con su canción sobre el pequeño flautista.
Hace unos años visité el Impasse Florimont, allí al entrar timidamente, se me acercó un señor ya de edad, que sin duda había coincidido con él y me dijo "faites comme chez vous" (está usted en su casa "). Se conservaba el espíritu sin duda.
Pero el más prolífico – más de 200 canciones, algunas en colaboración con colegas poetas y cantantes también como Jean Roger Caussimon – fue Léo Ferré. Atravesó todos los estilos, cantó en todo tipo de escenarios, llegó hasta a dirigir orquestas que le acompañaban o se acompañaba él mismo del piano en momentos en que era difícil distinguir si cantaba, lloraba o susurraba. Ferré es inclasificable y, según su antiguo biógrafo Sergio Laguna, la figura más compleja y desorientadora de la canción francesa y aún universal. Decía Léo que la canción tiene tal fuerza que arrastra a la poesía y que los poetas son tipos extraños que atraviesan la bruma con pasos de pájaros bajo el ala de las canciones. Pero no nos llegarían varios tomos para resumir sus versos más impactantes.
Este articulo tiene una duración limitada, hay que ir por lo tanto acabando y no puedo impedir citar su formidable "Ne chantez pas la mort" : "No cantéis la muerte es un tema mórbido, la mía no tendrá lugar como en el Larousse". O, la que muchos consideran su mejor canción, "Avec le temps" que termina: "y se siente uno engañado por los años perdidos. Entonces, verdaderamente con el tiempo ya no se ama".
Yo escucho todos los días (y no estoy loco, es más quizás por eso no estoy loco) "La vie d´artiste". Ferré es mi tratamiento. Me evita el psiquiatra y es más barato.