Palestina fue un destino tan deseable como Irlanda del Norte, con la única diferencia que uno se olvidaba del frío y del chubasquero. Por eso, cuando se arriaron las banderas de la Union Jack de forma definitiva, tonto fue el último uniformado británico en salir pitando de allí. A buen seguro, ninguno se atrevió a mirar atrás, no por miedo a convertirse en estatua de sal, sino a que la Muerte le cogiera de refilón.
No era un destino agradable. La tensión y los actos terroristas contra el dominio británico eran el pan nuestro de cada día, y los firmaban tanto grupos árabes como judíos. Por eso, en 1948, el Reino Unido se desembarazó del bulto, abriendo los libros de texto a uno de los más longevos conflictos de posguerra, cuyos pálpitos resuenan con fuerza a fecha presente.
Sin embargo, nuestra corta visión occidental nos impide reconocer que el choque tiene más siglos de los que nos atrevemos a contar con los dedos.
El Estado de Israel es la consecuencia directa y sobre el terreno de la ideología sionista, una corriente que aboga por la creación de un país para el pueblo judío, preferentemente en la antigua Tierra de Israel. Surgido en el s. XIX de la mente del periodista austro-húngaro Theodor Herzi, el sionismo es un nacionalismo en la diáspora y de autodeterminación del pueblo judío frente a la persecución antisemita que resurgía en Europa a finales de la referida centuria. Ya entonces había fuertes movimientos políticos a nivel internacional para que Palestina fuera considerada como la patria judía y como punto geográfico donde asentar un estado. Años después, en 1917, el Reino Unido veía con buenos ojos la idea en la Declaración de Balfour, a la cual se adhirieron países como Estados Unidos de América.
Sin embargo, el Reino Unido jugaba a dos bandas, prometiendo Palestina, una vez finalizado el Mandato, tanto a árabes como a judíos. Así lo solicitó ante las Naciones Unidas durante la reunión del 29 de noviembre de 1947, dividiendo el país en dos estados, con Jerusalén bajo administración internacional. Aunque la comunidad judía se aquietó en su mayoría a la decisión, la árabe no comulgaba con semejante ocurrencia y estalló la guerra civil, la cual llevó a una radicalización de posturas y a la declaración del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, curiosamente siguiendo el plan previsto por Naciones Unidas.
Pero era como mezclar el aceite con el agua. El Estado de Israel, débil, se sostenía con los supervivientes del Holocausto nazi, deseosos de huir del terror y de encontrar, en la tierra de sus ancestros, un lugar que defender donde vivir y medrar: donde no fueran perseguidos por simplemente profesar el judaísmo. Pero para muchos fue como saltar de la sartén a las brasas, pues la comunidad árabe palestina y la repartida por todos los países limítrofes (Egipto, Siria, Transjordania, Irak y Líbano), no iba a consentir dicho Estado o semejante grano en el culo: guerra de Independencia, guerra de los Seis Días, guerra de Yom Kipur, etc., son buena muestra, aunque la cosa no salió bien, pues en cada ocasión, Israel fue ganando cacho.
El Reino Unido, junto con las Naciones Unidas, no supo gestionar bien el problema. El sionismo preconizaba la colonización de Palestina bajo el aforismo de "Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra", olvidando que allí vivía otra gente también. El galopante sentimiento de culpabilidad occidental, al menos de cara a la galería, tras los anteriores desmanes antisemitas condensados en la ideología nazi, así como el reconocimiento justo del derecho del Estado de Israel a existir como tal (y a defenderse) era la política imperante. Los árabes se negaban a la creación de un estado judío en sus fronteras, hostigándolo por medio de la guerra abierta y el terrorismo… Todo espinas.
Pero la complejidad del asunto llega mucho más allá. No queda confinada en los márgenes de los dos últimos siglos. Como dije antes, nuestra corta visión occidental nos impide conocer realmente la idiosincrasia cultural del conflicto. Para desempañar nuestras gafas, tenemos que remontarnos al pasado, mucho más allá de aquel de las Cruzadas. Tenemos que remontarnos hasta los tiempos de la redacción del Antiguo Testamento.
Entre esta colección de legajos, los estudiosos de las Sagradas Escrituras han ido recopilando infinidad de datos dispersos que nos derivan al concepto de "guerra santa", el cual era común en todos los pueblos de Oriente medio, tanto politeístas como monoteístas.
La declaración de guerra santa entre aquellas naciones conllevaba la funesta consecuencia, una vez que un bando obtuviera la victoria total: el Jerem. Se traduce como anatema y equivale a una maldición de destierro y aniquilación: toda la población vencida debía ser asesinada, sus animales domésticos debían ser sacrificados, su cultura y sus ciudades debían ser borradas («[…] no dejarás con vida nada de cuanto respira»), lo cual se entiende como una especie de rito de purificación y de sacrificio de sangre a Yahvé. En la crónica de la guerra de Saúl contra los amalecitas (Samuel I, 15:3), se da a entender que no puede haber piedad ni para ancianos ni niños, arrasándose con todo; e incumplir esta Ley se pagaba caro, pues se entendía como delito de idolatría.
Estos apuntes se obtienen tras el estudio de la Biblia, pero, como ya he dicho, el Jerem se practicaba (y practica) por todos los pueblos de Oriente Medio. No son ajenos a fecha presente todos los implicados, por cuanto judíos y musulmanes profesan religiones monoteístas y el concepto de apostasía y demás corretea por el lugar como el alcohol en una barra libre. Además, es la tierra por donde se puso en boga lo del "ojo por ojo".
Y es por culpa del Jerem que estoy convencido que el conflicto sólo terminará con un único y posible resultado: el exterminio del contrario. Un Jerem a practicar por el vencedor y que ya veremos qué Leyes internacionales serán capaces de ponerle freno. Por tanto, aquí no hay verdugos de un bando y víctimas del otro: todos están encerrados en la letal espiral.
La resistencia palestina, por ponerle un nombre, se proclamó en un primer momento como únicamente antisionista. Se manifestaba contraria a la existencia de un Estado de Israel, pero no a la presencia de semitas en el territorio de Palestina, aunque no era un aserto del todo sincero. Luego, se convirtió en abiertamente antisemita, achacando a los judíos la razón misma de todos sus males, granjeándose de paso el beneplácito de ciertas corrientes políticas europeas radicales, como la extrema izquierda y también la extrema derecha.
Lo que pocos se atreven a decir, ahora que han salido las pancartas prefabricadas de siempre a la calle, es que Palestina nos importa un bledo y nuestro antisemitismo es lo único que nos escuece los ojos a la hora de "llorar" ante la típica y fotogénica imagen de un niño palestino agonizando (sobre todo si sus padres lo han puesto en la línea de fuego, no vaya a ser que no se convierta en mártir). No es más que una franja de terreno baldío al que empujamos a los judíos para que vivieran bien apartados de nosotros, no fuera que nos contagiaran algo. Por eso, cuando se monta la gorda se nos pone el cuerpo tenso y nos acordamos de la represión israelí y blablabla; nos calentamos y no llevamos suficiente refrigerador. Si en vez de los judíos, aquellos que tuvieran rectos a los palestinos fueran los egipcios, los jordanos, los libaneses…, nos daría exactamente igual. ¿Acaso vimos manifestaciones por las calles cuando los bastardos del DAESH crucificaban y enterraban vivos a niños yazidíes? ¿Acaso alguien se acuerda que en Yemen hay una brutal guerra entre árabes? ¿Acaso nos preocupa algo la represión criminal por motivos étnicos que se viven hoy en ciertos puntos de Asia y África? Por alguna razón, "nos gusta" esto de Palestina porque nuestro antisemitismo, a flor de piel, es una peca que no desentona en nuestra faz de falsa tolerancia, amiguismo y flow.
Pero lo que veo con pavor, y eso que los vídeos que se pueden encontrar con facilidad por Internet, subidos por los propios milicianos de Hamás (grupo que no representa a Palestina), y que ponen a prueba el estómago, son las manifestaciones y lemas en bocas de los blancos europeos que se reúnen en esas concentraciones proPalestina: no hay ninguna diferencia con lo que se puede encontrar en los textos que defendían los pogromos y los nazis. Manifestaciones a favor de la paz en las que nadie condena la violencia extrema a la que se está sometiendo a la población civil israelí por parte de los milicianos o considerándola como algo "necesario" o "que no tiene importancia". El Jerem se nos ha pegado a la neurona podrida por el antisemitismo, y por ello consideramos insignificantes las cifras de muertos y secuestrados: lo mismo da cien que dos mil; no tienen nombre, no tienen rostro, están en la otra punta del planeta. Y son judíos (lo cual es una falacia, por cuanto hay nacionales israelíes cristianos y musulmanes), y también "fachas". Y hay gente que dice que todo esto, que se ve a la perfección, son fake news o crímenes que un terrorista de Hamás "jamás" cometería, pero sí un soldado israelí.
Son parecidas tonterías a las que se pudieron leer con la invasión rusa de Ucrania.
Lo cierto es que el dolor no entiende la "sublimidad" humana, por eso la sangre de todos es del mismo color.
La paz no se defiende por medio de la venganza y nosotros, si en verdad nos consideramos cristianos en el espectro cultural, deberíamos saberlo, pero resulta obvio que esta enseñanza no nos hizo mella. Si me parece horrible lo que hace A sobre B, también me tiene que parecer mal lo que hace B sobre A, es bien sencillo, y el pacifismo real es la oposición a la guerra y a cualquier forma de violencia activa. No me parece normal que haya gente que justifique asesinatos porque los del otro bando también los cometen, aunque, claro, estamos en un país en el que se ha blanqueado el terrorismo.
Israel, hipermilitarizado, se considera el Estado para el pueblo elegido por Dios y los palestinos (con Hamás como titiritero) solo entienden posible la paz con la expulsión de los israelíes y, como musulmanes que son, con la visión radical de una islamización total del planeta Tierra. Los que quedamos en medio, somos los pazguatos, asumámoslo.