Otro cuento más de Navidad (2ª y última parte)

21 de diciembre 2021

Faltaban cinco minutos para las 00:00. Todos esperaban ansiosos a que la Estrella 286159731 titilara y se sofocara cinco veces consecutivas para entrar en la Navidad. Rudolph encabezaba en primer trineo, el que dirigía Klaus, escudriñando orgulloso a los treinta que le acompañaban, en esta especial ocasión tirados por doce renos en vez de los ocho de costumbre. Cargados hasta los topes de juguetes, los trineos rutilaban en la noche repintados de purpurina nívea y barniz escarchado de hielo y conducidos por los diez duendes del Consejo Fabril y diecinueve más de entre los elfos más diestros. Todos permanecían en silencio absoluto, alternando miradas hacia la Estrella y hacia las miles de lucecitas navideñas que lucían en el Firme. Todos listos y tensos deseando que el plan del maestro Sócrates fuese un éxito.

Cuando la Estrella parpadeó de forma singular por quinta vez, todos sintieron un nudo en la garganta viendo que por el prominente tobogán descendía, como ya hacía demasiados años, el trineo eléctrico del Papá Noel de la Coca-Cola.

Sin embargo, sólo fueron unos segundos. Cuando apenas ese trineo, de colores chillones y música estridente, había descendido unos cinco metros, el fluido eléctrico sufrió un fallo súbito que le dejó clavado en el tobogán. Todas las luces del Firme se apagaron: las ciudades se fueron oscureciendo, la música cesó y el emblema del refresco, arriba y abajo del largo tobogán y diseminado por todos los rincones de las urbes, se fundieron en negrura.

— ¡¡¡Traigan un generador inmediatamente que arregle este desastre!!! -gritaba como loco un ejecutivo agitando un fajo de papeles con el emblema del refresco.

— ¡¡¡Necesito la grúa con urgencia; se ha apagado la Navidad!!! -decía un hombre histérico a su teléfono móvil.

— ¡¡¡Traigan la píldora naranja para el director de merchandising!!! -rugía un hombre con el rostro encarnado y la corbata derramada sobre su hombro.

El apagón había sembrado el caos alrededor del elevado tobogán. Todo era un ir y venir de coches, furgonetas, grúas y personas nerviosas. El otro, el Papá Noel de la Coca-Cola, braceando y sofocado desde el trineo eléctrico, observaba el abismo desde su altura encomendándose a todos los dioses. "San Judas Tadeo, quinientas rosas rojas te llevo si me sacas de este embolao", rezaba entre dientes buscando una señal en el cielo.

Entre el regocijo de los que seguían a Klaus, se escuchó el "Halaviuuuu" de este que ponía en marcha a Rudolph y al resto de renos. El jolgorio de los treinta trineos, descendiendo a las ciudades del Firme, se hizo tan notorio que los que estaban enfrascados en el lio del extenso tobogán dejaron su desasosiego unos segundos para observar cómo llovían trineos refulgentes tirados por renos de verdad. Las caras de asombro e incredulidad se multiplicaban a media que se acercaban y les pasaban raudos saludándoles con desbordante jovialidad.

— ¡¡¡Necesito ahora mismo el nombre y el registro del patrocinador de esta competencia desleal!!! -bramaba un hombre con el bombín ladeado y la saliva derramándose a un lado de sus labios.

Los trineos iluminaban la oscuridad de la noche sin electricidad y la llenaban de sonidos amables (risitas, exclamaciones de alegría, cánticos fugaces que quedaban atrapados en ecos). Los regalos de los niños, envueltos con finas y multicolores hojas de Arce, caían mansos sobre las casas introduciéndose por chimeneas, atravesando tejados, burlando cristales de ventanas. Comenzaba a escucharse el alborozo de los niños descubriendo sus regalos y a los padres agitando sus manos enérgicamente para saludar y dar las gracias a Klaus y a su séquito. Las ciudades se iban llenando de grititos entusiastas y luces de velas que aclaraban calles, jardines y ventanas.

— ¡Esto rejuvenece, señor Klaus! -exclamaba Oliver, encaramado en su trineo y con los ojos humedecidos.

Rudolph movía las astas entusiasta haciendo sonar los cascabeles y bandeando el farol de un lado a otro.

Apenas quedaban unos minutos para esos sesenta minutos acordados con el maestro Sócrates, cuando el último regalo cayó despacioso sobre la casa más alejada. La celebración fue tan ruidosa que Klaus tuvo que menear sus manos de forma enérgica. "Es hora de regresar, queridos míos. Habéis hecho un trabajo excelente. Estoy orgulloso de todos vosotros.", dijo movido por la emoción.

Y, en efecto, en el momento que regresaban a la Fábrica, volvió la electricidad y las ciudades y el desmesurado tobogán de la Coca-Cola lució como una hora antes. El Papá Noel que imploraba a San Judas Tadeo chilló aterrorizado por la sacudida que le volvía a lanzar cuesta abajo en su trineo. La música machacona anunciando el refresco regresaba a su estruendosa cadencia encendiendo lucecitas intermitentes y falsos duendes de neón.

— Señor Quincey, ellos han repartido todos…todos…todos los regalos…. ¿Qué hacemos? -preguntó un alto ejecutivo a un hombre oculto tras los cristales tintados de un coche tan largo como ostentoso.

— Mañana en mi despacho a las nueve en punto quiero ver a todos los directores de campaña -contestó con voz grave y autoritaria- ¡Qué suspendan todo! Hemos hecho el ridículo.

Surcando el cielo los treinta trineos describían círculos o subían y bajaban aliviados, ligeros de equipaje. Klaus comenzó a entonar una canción que, al poco, se hizo coral. Hasta los renos pataleaban presos del ritmo, lo cual aprovechó Rudolph para lanzar su bramido más sensual y prolongado. Las hembras se miraron, diríase, que ruborizadas por el atrevimiento del reno más longevo.

— ¡Gracias, Sócrates, te debo una, viejo!

Gritó Klaus, dejando de cantar, y puestos sus ojos ligeramente por encima del cielo.