Creo fue hace poco más de un año que ustedes y yo hablábamos de un problema bastante grande de la sociedad actual. ¿La corrupción? ¿El cambio climático? ¿La subida del precio del café?
No, me refiero a los choques por el cambio generacional. Ya saben, los millennials, esos entes que al parecer solo saben vivir viendo para una pantalla y que aparentemente no tienen grandes preocupaciones en la vida salvo los likes que ha recibido su último tweet. Oh, esperen, que yo pertenezco a esa generación. Diría que se me había olvidado, pero es que no hay día que no encienda la televisión o lea las noticias sin que vea esa palabra para recordármelo.
El verano tiene un efecto curioso en los periodistas y demás escritores de artículos en general, que parece que no tienen mejores temas de los que hablar salvo de lo que hacen o dejan de hacer los jóvenes. Porque para nada es interesante que nos estemos viendo empujados a nuevas elecciones, ¿para qué ocupar tiempo y espacio en temas trascendentales si se puede hablar mal de los que se están comiendo el rebufo de la crisis? Si es que, que cosas tengo a veces.
Últimamente, o porque San Google me odia, me han salido numerosos artículos y titulares que parecían estar hechos con la simple intención de difamar. Perlas como «Los jóvenes ya no quieren comprar pisos», o «Los españoles son los que más tarde se independizan de la UE» o grandes clásicos como «España necesita bebés», y por último, el que más me ha jodido a nivel personal «Adultos que van a DisneyLand, eso no puede ser».
Si unimos estos titulares al continuo discurso que hemos tenido que soportar los que nacimos en pleno boom tecnológico, no es raro pensar que un poco si que chirría. ¿Acaso tengo que ponerme un traje gris e ir por la vida con un maletín para que me tomen en serio?, ¿no valgo nada más que como recipiente para que el crecimiento demográfico se alce?, ¿podría alguien explicarme que tiene de malo en seguir disfrutando de mis aficiones de adolescente?
Tendemos, y es la peor costumbre que podemos tener, a igualar seriedad con adultez. Cuando estaba en la carrera, solía bromear con mis compañeras sobre qué te hace adulto. Pagar tus facturas, hacer la declaración de la renta, no dormir porque estás de trabajo hasta arriba cobrando una miseria o hacer la colada, esa gran tarea odiada. Eran conversaciones intrascendentes y desde un punto de vista satírico, porque todo se hacía durante un maratón de películas de Batman entre risas, terminando siempre con la frase más mítica y más real que se encontrarán en su vida. ¿Saben cuál es?
Ser adulto, es levantarte cada mañana y hacer las cosas sin tener ni la más remota idea de qué estás haciendo con tu vida.
Se ha creado esa relación entre adulto igual a trabajo, pero un trabajo serio y disfrutandoo de cosa serias. Yo que sé, una copa de vino, un libro tocho e infumable y la tranquilidad de un hogar. La clara personificación de la estabilidad.
Parte del problema, está en esa última palabra. Como no existe a día de hoy nada como un «trabajo estable» excepto contadas excepciones que equivalen a ver un unicornio, los jóvenes no tenemos dinero para irnos de casa, comprar un piso, formar una familia y por lo tanto, si se quiere, tener hijos a los que mantener. Increíble, ¿cierto? Lo sé, acabo de volarles la cabeza. ¿Quién iba a pensar que ese sería el verdadero inconveniente a toda esta situación?
Porque saben, ¡hola! Están leyendo a alguien joven que quiere todo eso, pero no tiene los medios suficientes. Y aún así, es adulta.
Una adulta que disfruta de las series de dibujos, que llora con las películas de Pixar, que se lo pasa como una verdadera enana delante de la sección juvenil de una librería y que persiguió a Aladdin durante cincuenta metros para que le firmara un autógrafo en Disneyland. Y al mismo tiempo, es una joven que piensa que tendrá que hacer de comer al día siguiente, si el tiempo le permitirá tender la ropa y como abaratar su abusiva factura de teléfono.
Que tengas ciertas aficiones o disfrutes de cosas que alguien se empeña a decir que son para niños, no te hace menos adulto. Del mismo modo, no te hará más mayor ir de serio por la vida solo porque crees que tienes que serlo para ser considerado adulto.
Una buena mejora para la sociedad y la convivencia entre generaciones, es que aprendamos que cada quien decide crecer a su manera. Unos prefieren optar por los clásicos y otros hacer de su afición su modo de vida. Unos jóvenes querrán la estabilidad de piso-familia-hijos y otros querrán vivir con una mochila a la espalda. Como en toda comunidad, existe la variedad, pero meter a todos los integrantes de un grupo en el mismo saco porque lo dicen las estadísticas, sin pararse a ver, sin pararse a analizar que el verdadero problema es mucho más profundo y totalmente fuera de su control, hace daño.
Dejen que cada quien sea el adulto que decida ser.