Este mes voy a ser clara.
Es un tema que hemos hablado largo y tendido ustedes y yo. He dado el coñazo con él hasta la saciedad, alzado banderas en favor de esta causa, gritado, llorado de frustración y zarandeado a más personas de las que podría admitir. Es hora de hacerles la pregunta que me lleva consumiendo años y que nadie ha podido contestarme nunca.
¿Cómo que soy muy joven para hacer ciertas cosas?
Lo siento, bueno, en realidad no. Llevo escuchando esa frase toda mi santa vida y sigue frustrándome. Cuando era una cría era demasiado joven para ir sola por la calle. De adolescente era lo peor, porque era muy joven para poder hacer gestiones de adulta; aunque luego si no las hacía, era una irresponsable. Y finalmente, ahora a mis cercanos treinta, soy demasiado joven como para saber que quiero hacer con mi vida. Entonces, ¿cuándo tenga cincuenta seré demasiado joven aún? No lo entiendo.
A decir verdad, sí. Todas esas veces la frase viene de personas mayores, pasada la mitad de siglo, con sonrisas nostálgicas, miradas en el pasado y palmaditas en la espalda que me tiran al suelo. Supongo que sí, soy muy joven, pero tampoco se me puede quitar crédito por ello. Ni a mí, ni a nadie.
¿Por qué toda esta larga introducción sin sentido? ¿Estoy lanzándole indirectas a algún familiar puñetero? No. Aunque no lo crean, no soy la protagonista de este artículo y mi familia tampoco, pero sí lo son las nuevísimas generaciones que vienen detrás.
Chicos y chicas brillantes, que en su plena adolescencia analizan los problemas inmediatos de la sociedad a la que se van a incorporar ¿Y saben? No les gusta y por eso innovan, crean, piensan y critican con una profundidad brillante. Muchos pensaran que son pequeños casos aislados. Mentes portentosas con una agudeza intelectual impropia de su edad.
Y como me encanta decir que se equivocan.
Son jóvenes, como lo fuimos todos nosotros, que en lugar de quedarse de brazos cruzados y aceptar lo que les damos, se levantan, actúan en consecuencia y lo mejor de todo, se dan cuenta de que juntos son más fuertes.
Tengo ejemplos, no se vayan a pensar. Hay casos y casos de jóvenes unidos en colegios privados que para cambiar las normas de vestimenta, hacen piña para luchar contra lo que ellos creen que no es justo con sus compañeras. Algo tan simple en apariencia como una falda o un pantalón, pero que al mismo tiempo marca una gran diferencia.
También, y más recientemente, un grupo de chicas, alentadas por un concurso crearon una aplicación para móvil para casos de agresión sexual o problemas. Enfocada para todos aquellos que no se sientan seguros caminando por la calle, no necesariamente mujeres, aunque todo empezó por ello. La entrevista a ese grupo de chicas es como un maldito rayo de esperanza, así que les animo a verlo. Porque todas admiten que quieren vivir en un mundo en el que sus amigos y familiares no sientan tanto miedo como ellas porque van por la noche sin compañía, pero como son conscientes de que es pedir demasiado actualmente ¿qué hacen? Resolver un problema.
Por favor, hagamos todos una pausa y pensemos un segundo. ¿Qué ha hecho usted hoy para resolver algún problema a parte de quejarse de que vamos otra vez a elecciones? ¿Ha salido a la calle? ¿Ha educado a sus hijos en el respeto y la igualdad? ¿Es consciente de que sus problemas son importantes, pero que no valen nada si no hay mundo en el que vivir?
Obviamente, no le pido a nadie que tenga los ovarios de Ruth Miller o Greta Thunberg de gritarles a los de Naciones Unidas. Son voces que necesitan gritar, llamar la atención de alguna forma para ser escuchadas y tomadas mínimamente en serio, y aún así no parecen lograrlo.
Estoy cansada de escuchar que los jóvenes son o muy emocionales, o muy irracionales, que tienen adultos detrás que los usan como campaña de publicidad, que son marionetas en las manos de sus padres y un largo barboteo de estupideces de señores con corbata, brazos cruzados y huevos de oro. Porque son ellos a los que les interesa callarlos. Alegan a su falta de experiencia, al descontrol de sus emociones para quitarles credibilidad cuando tienen más sentido común que todos ellos juntos.
Y porque hablo de adolescentes, pero no me hagan entrar con los más pequeños. Vocecillas tímidas de sinceridad prístina y sin filtros que si les hiciéramos más caso llegaríamos mucho más lejos como sociedad. Algo que el pipiolo ese que ahora se sienta en la alcaldía de Madrid debería hacer.
Por descontado y sin ningún tipo de crítica, aquí cada quien tiene sus prioridades. Unos priorizamos un café y otros prefieren poner por encima de todo la Unión Europea a el incendio del bosque que nos da más del 20% del oxígeno que nos permite em… ¿vivir? Porque por supuesto, si tiene una millonada en la mano, es más importante reconstruir una catedral que salvar el Amazonas. Notre Dame y la UE nos salvarán cuando todos la palmemos por los efectos de la contaminación, claro que sí campeón.
Lo triste, lo esperanzador o lo más hilarante de toda la situación, es la cara de los niños. Que ven a un adulto, supuesta fuente de sabiduría, sentido común y poder, decir barbaridades dignas de… bueno, de cualquier otro político, seamos francos. Juro que no tiene desperdicio esa expresión en sus rostros infantiles, y mi deseo, de todo corazón, es que les dure y sean de esas personas demasiado jóvenes para hacer grandes cosas y que aún así, las hagan.