Llegaron al vertedero encontrando una agrupación de aves que debatían en la base de una de las montoneras. Las cigüeñas, las de mayor envergadura, lanzaban picotazos a gaviotas, urracas o palomas intentando sacar el máximo provecho al codiciado manjar. La algarabía era atronadora aunque disminuyó algo cuando aparecieron el auto y la moto. Una ligera brisa traía un olor nauseabundo.
— ¡Joder, qué desmadre pajaritero! -exclamó Art, desmontando.
— ¡Y apesta de cojones! -añadió Dave.
No hizo falta que se acercaran demasiado al tumulto: Ed tenía media cabeza devorada envuelta en sangre y pequeños pedazos negruzcos revestidos de cabellos. Su cuerpo conservaba todavía parte de la tela del traje ajustado pero tenía tantas incisiones como las de un colador. La cavidad orbitaria que le quedaba estaba vacía y reseca y, junto a la boca sin labios (cueva rojiza donde destellaban los dientes), el cadáver parecía sonreír de forma siniestra.
— ¡¡La puta qué parió!! -dijo Vicky, dándose la vuelta.
Mat ya había retrocedido antes, tan sólo los dos rubios escudriñaban lo que quedaba del muerto con cierta curiosidad.
— ¿Conocíais al fiambre? -interrogó Dave, apoyándose sobre la pierna sana.
— Dejemos que los putos pájaros hagan su trabajo -dijo Mat con asco, dirigiéndose hacia el abigarrado chamizo de policarbonato.
La mujer terminó siguiéndole, aunque lo hizo dubitativa esperando que la acompañaran los otros dos.
Mat apartó de un manotazo un par de cacharros para poner al fuego un cazo con café del día anterior. Olisqueó un par de veces el recipiente antes de calentarlo.
— Sí, tal vez un poco de café me quite las ganas de vomitar. ¡Qué asco, tío!
Vicky fue a sentarse sobre uno de los camastros.
— Si quieres.
Dijo Mat, ofreciéndole una de las dos cajas de madera como asiento.
— Bah, expliquémosles a estos su trabajo y larguémonos cuanto antes.
Los dos rubios llegaron cuando Mat y Vicky sorbían el café.
— Tenéis hasta cadáveres en este jodido vertedero, demasiao.
Art entró tan jocoso como de costumbre.
El otro fue a servirse café del cazo cogiendo una taza descascarillada.
— Sentaros que os vamos a dar las últimas instrucciones para vuestro trabajo -comentó Vicky desganada, mostrándoles las dos cajas de madera.
Los dos rubios asintieron y, arrimando las cajas, se sentaron frente a los camastros. Dave prendió el ventilador e hizo un gesto cómico cuando el aparato renqueó hasta mover las hélices.
Cuando la mujer iba a comenzar a hablar, Art la interrumpió alzando la mano.
— Creo que, antes de que nos sueltes la charla, -comenzó sonriente- debemos aclararte algo.
De la parte trasera de su pantalón Art sacó una pistola Glock 42. No apuntaba a nadie en concreto, sin embargo movía en cañón en la dirección de Vicky y Mat.
— Es pequeñita, ya veis, pero os puede hacer un agujero lo suficientemente profundo como para mandaros al otro barrio.
Habían dejado el vaso del café en el suelo observando el arma con una súbita palidez.
— Así de fácil.
Añadió, antes de dispararle a Mat en mitad de la frente.
La mujer dio un gritito corto e hizo por incorporarse pero desistió ante la mirada de quien empuñaba la pistola.
Mat cayó de lado sobre el camastro tras golpear su cabeza en una de las paredes. Fue un asesinato rápido y discreto, sólo un gorgoteo que parecía venir de más lejos.
— Pobre Mat, con lo callado que era. Óyeme, monada, no teníamos pensado nada de esto, te lo juro, íbamos de gira loca con nuestra burra como te dije, pero hemos cambiado de opinión viniendo hacia aquí. Nos gusta la aventura, ¿sabes?
Dave rebuscaba en el mugriento armario pequeño hasta que encontró una botella de wisky empezada.
— Mira, Art, nos quieren dar la bienvenida con priva de la buena. Son fantásticos.
Se acercó al otro y le besó en los labios con demora.
— Son chicos legales, sí, bueno uno ya está para pocas fiestas -dijo Art, enseñando sus dientes relucientes- Así que, querida Vic, nos vamos a quedar con tu negocio hasta final de año a ver si nos paga el Gobierno. Lo hemos decidido de improviso, ¿verdad, amor?
Dave asintió mientras servía dos vasos generosos de licor.
— Nos ha gustado vuestro apaño -dijo chocando el vaso con el otro- Pillaremos a dos de los pipiolos que gandulean por el pueblo y haremos lo que hacíais. Punto.
La mujer respiraba hondamente, reteniendo el aire en los pulmones para expulsarlo con mesura. Movía con ritmo las manos sobre sus muslos sin perder de vista el cañón del arma.
— Y no te acojones: a nosotros los chochos ni fu ni fa. Tendremos que liquidarte pero...
— Será de forma devota.
Añadió Dave, lo que les provocó una ruidosa carcajada.
— Creo que podríamos intentar llegar a un acuerdo -dijo Vicky, intentando dar a su rostro y a su timbre de voz un cariz sereno y amistoso- Conozco bien esta zona y a los que controlan los abastos. Podríamos……
— ¡¡Calla, mala puta!! -exclamó Art, dando un puntapié a las piernas del muerto- No vamos a tratar contigo, ¿comprendido? Se ve a la legua que nos venderías a la primera de cambio.
— Es mejor empezar de cero -dijo Dave, limpiándose la barbilla con el dorso de la mano- y enseñar en esta jodida zona quienes son los que mandan ahora. Tú eres pasado, chata, tan pasado como ese que tienes a tu lado.
En los ojos de la mujer prendió la inquietud. Miraba las bocas sonrientes de los hombres y sus brindis como una amenaza a punto de ser efectiva. Apretaba los labios sintiendo esa resequedad que galopa garganta abajo. Estaba paralizada, aunque deseaba lanzarse sobre ellos para desollarlos con sus uñas escuchando con deleite sus aullidos. Los odiaba con tanta vehemencia que apenas sintió el balazo que le atravesó el cráneo. La sacudida la tumbó violentamente sobre el camastro, junto al otro donde yacía Mat.