Mirada de ida y vuelta

20 de julio 2023
Actualizada: 18 de junio 2024

Pues a día de hoy aún no sé si aquello fue una ilusión. De lo que sí tengo la gran certeza es de hallarme lúcido y completamente despierto. Mi duda viene por el gran mentiroso que es el paso del tiempo: parece que se empeña en distorsionar la realidad para, o bien sacarnos de la rutina, o bien, hacernos creer lo que nos gustaría que nos pasase

Pues a día de hoy aún no sé si aquello fue una ilusión. De lo que sí tengo la gran certeza es de hallarme lúcido y completamente despierto. Mi duda viene por el gran mentiroso que es el paso del tiempo: parece que se empeña en distorsionar la realidad para, o bien sacarnos de la rutina, o bien, hacernos creer lo que nos gustaría que nos pasase. Una jugarreta de alguno de nuestros hemisferios que, al fin y al cabo, también necesitan unas vacaciones para su esparcimiento.

Sea como fuere allí me encontraba, saliendo de mi casa dispuesto a dar ese paseo matutino al cual estoy acostumbrado desde la juventud y así poder recibir el preciado fresco de las primeras horas de los ineludibles veranos. Al internarme en el parque todo comenzó a cambiar en torno de mí. Los árboles no estaban alineados como hasta ahora, disponiéndose de forma salvaje. Incluso puedo asegurar que se trataban de otros distintos, más tupidos, más altos. A su alrededor crecían unas plantas que no había visto jamás y otras sobresalían del cauce de un río que no debería estar allí. El parque se extendía más allá de mi vista sin llegar a advertir los edificios limítrofes a éste. Seducido por lo que se colaba por mis ojos y oídos, continué andando sin ningún tipo de temor, entrando en un éxtasis del cual ni siquiera consiguió sacarme el canto de la multitud de extrañas aves que me sobrevolaban o iban de rama en rama.

En la lejanía un humo delgado y grisáceo ascendía ensanchando según arañaba el cielo. Fui hacia él; la curiosidad es innata en mí y desde luego esa decisión me esclareció, cuanto menos, parte de lo que estaba ocurriendo. Al llegar al lugar del que partía el humo los pude observar, sin ser advertido, entre la vegetación agreste: de poderosas mandíbulas y un aspecto prácticamente simiesco, aquellos seres primitivos hacían saltar fuego de entre la hojarasca y ramas que habrían amontonado con anterioridad. Se comunicaban en un extraño lenguaje y, al comprender que había retrocedido en el tiempo miles y miles de años, mi corazón dio un vuelco como jamás sentí.

Notar en mi hombro la manaza de uno de estos seres, me causó una perturbación al girarme no menor a la del que me tocaba por la expresión que pude advertir en su rostro. Emitió un gruñido que puso en alerta al resto del grupo. Quedé paralizado y pronto me rodearon; sin embargo, en vez de causarme algún daño como llegué a temer, se arrodillaron ante mí. Uno pasó su áspera mano por mi cara recién afeitada; otro acarició la suavidad de mi fino y reluciente cabello; todos admiraron la rareza de la ropa que vestía. Aquello me hizo recordar los documentales de esos indígenas que sostienen su primer contacto con alguien proveniente de la sórdida civilización. Si pensaban que era un dios, en ese momento creí lo mismo de ellos. De ser capaz de sobrevivir allí, desde luego tendría que debérselo exclusivamente a estos hombres.

Y así fue. Me alimentaron y no transcurrido mucho tiempo, uno de ellos plasmó mi figura en una de las paredes de la cueva en la cual nos cobijábamos. Como una obsesión que tenían conmigo, cada vez me veía representado más veces en la roca. La mayor parte de ellas, rodeado por motivos claramente sacros, me codeaba con el Sol y la Luna.

Con el paso de las semanas ya lucía una frondosa barba. Conseguí desenvolverme yo solo en parte de aquel bosque, únicamente con el propósito de dar breves paseos sin perderme. Si me topaba con algún animal peligroso permanecía quieto y rezando para no ser atacado.

En uno de esos paseos volvió a suceder. Alcé el cuello. Al otro lado de las vallas ascendían unos edificios gigantescos y grisáceos, estrechándose según arañaban el cielo. Todo había terminado... No muy seguro de desearlo, me encaminé a la salida entre los árboles terriblemente alineados. El calor que desprendía el asfalto era aplastante y la gente se fijaba sin disimulo en mi aspecto desaliñado. Si aquello fue una jugarreta de mi cerebro, no lo sé; pero es innegable que al menos se trató de mi realidad.