Miguel de la Quadra-Salcedo y su record mundial de jabalina

03 de junio 2016
Actualizada: 18 de junio 2024

Hace unos días que nos dejó otro personaje ilustre e irrepetible, digno de los mayores elogios que se le puedan dedicar.

Si la aventura tuviese nombre propio, ese sería el de Miguel de la Quadra-Salcedo y Gayarre, fallecido el pasado 20 de mayo, a los 84 años. Para muchos de nosotros, Miguel de la Quadra respondía al prototipo del aventurero por excelencia, considerándolo como uno de los últimos exploradores y aventureros románticos que existían en el mundo.

Había nacido en Madrid, en 1932, aunque a los cuatro años se trasladó a Pamplona, y si bien siempre lo hemos conocido por su faceta de aventurero y reportero (Guerra del Congo, Vietnam, Eritrea, golpe de Estado en Chile…), en sus últimos años ya más como divulgador (Ruta Quetzal), tenía otra faceta menos conocida y es la que trataremos aquí, la de deportista, más concretamente como el único hombre que consiguió lanzar una jabalina hasta los 112'30 metros, la mayor distancia jamás alcanzada.

Corría el verano de 1956 cuando el director Marco Ferreri (El pisito, El cochecito…), recién llegado a España, como representante comercial de los objetivos Totalscope, se encontraba grabando unas actividades deportivas en la Ciudad Universitaria en Madrid cuando una jabalina se clavó a pocos centímetros de sus pies, con sorpresa descubrió su procedencia, vio que había atravesado todo el campo de rugby. El lanzador era Miguel de la Quadra Salcedo, polivalente deportista. Su primera copa la había ganado como ciclista, lanzaba disco, martillo y peso. Saltaba altura. Corría 100 metros. Tenía el record de España de halterofilia de pesos pesados. Había sido pilier izquierdo en la selección nacional de rugby. Incluso había competido en bobs a cuatro en Cortina D´Ampezzo.

Félix Erausquin le enseñó a tirar la barra vasca, especialidad en la que el atleta gira sobre sí mismo antes de lanzarla. No tardó Miguel en aplicar esa técnica a la jabalina.
En París, cuando impresionó a L´Equipe, De la Quadra tiró 62 metros, el récord mundial estaba en 81. De vuelta a España,Miguel de la Quadra, Erausquin y otros lanzadores españoles, comenzaron a acercarse al record del mundo, mientras se desencadenaba la polémica sobre la legalidad del estilo. Pronto llevaron el récord hasta el centenar de metros. Un día de octubre en la Ciudad Universitaria, se dan cita 15.000 personas,Miguel tira 111 metros, la jabalina sobrevuela el campo de rugby y cae en el de baloncesto. 

Quizás preocupada por el hecho de que tres españoles puedan copar el pódium de los inminentes Juegos Olímpicos de Melbourne (al final España no iría por el boicot sobre la intervención soviética en Hungría),la Federación Internacional cambia el reglamente y prohíbe dar vueltas antes de lanzar el dardo. Miguel ni se inmuta y en Puerto Rico, lanza, sin vuelta, 91,8 metros, nuevo récord del mundo. La federación cambia por segunda vez la reglamentación, tampoco la punta de la jabalina puede mirar atrás. Allí se acabó el vuelo de la jabalina española, recordemos que otras modalidades, salto de altura por ejemplo (Fosbury Flop), fueron evolucionando, pero no ocurrió así con la jabalina.

Miguel de la Quadra participó en la siguiente olimpiada, celebrada en Roma en 1960, en lugar de desplazarse con todo el equipo olímpico español en avión, prefirió hacerlo con su hermano en una Vespa, queriendo vivir, con ese romanticismo de antaño, el verdadero espíritu olímpico desde los primeros momentos de los Juegos, consideraba que la olimpiada de Roma del 60 había sido la última donde primaba todavía ese espíritu olímpico, a partir de ahí, los juegos, se comenzaron a comercializar y ya primaron otros intereses.

Al finalizar los Juegos Olímpicos de Roma, su instinto aventurero le llevó al Amazonas donde, mientras trabajaba para el Gobierno colombiano realizando investigaciones agrónomas, hace acopio de un valioso material fotográfico que a su vuelta a España, en 1963, le posibilitaría ser contratado por Televisión Española como reportero. Años después, Miguel de la Quadra, ya como reportero, pasó un día por los territorios de una tribu amazónica poco amiga de los forasteros, para ganarse la amistad y respeto de la tribu, cogió una lanza y después de la vuelta oportuna, lanzó el arma al otro lado del ancho río del poblado. Los indios, asombrados, se disputaron los pelos de su bigote, los querían como amuleto.