Médicos en el fascismo

02 de abril 2024

Recientemente un artículo en El País ha hecho referencia a un informe de la Revista The Lancet (una de las más prestigiosas en el ámbito médico) acerca del comportamiento de la ciencia y la medicina más avanzadas de su tiempo en el régimen nazi. De su participación e implicación en procedimientos de esterilizaciones en personas con discapacidades, del aborto forzoso en casos de embarazo de estas personas, de eutanasia por razones absolutamente injustificables. No fue único caso el del famoso Dr. Mengele que decidía “quien moría, quien vivía” en Auschwitz, quién al llegar los trenes llenos de judíos, con un gesto dividía a los que iban a las cámaras de gas o a trabajos forzados. Los profesionales médicos – nos recuerda Miguel Ángel Criado en ese artículo – se sumaron en proporciones muy importantes al Partido Nacional Socialista. Y mucha de la investigación realizada se publicó en revistas científicas. Se señala que en el campo de Dachau se hicieron experimentos de altitud e hipotermia que conllevaban alta mortalidad. Un científico, implicado en estas experiencias, Hubertus Strughold, fue posteriormente contratado en las fuerzas aéreas de EEUU siendo considerado uno de los padres de la medicina espacial.

Leyendo estas cosas, me he acordado inmediatamente del denominado “Mengele español”, así llamado el Dr. Antonio Vallejo, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Valladolid. Tristemente famoso por sus teorías y su participación en las “depuraciones” franquistas, y autor de un estudio que pretendía demostrar  la inferioridad mental de las personas con ideología marxista. O su opinión acerca de que “las mujeres sanas carecen de deseo sexual”. Para Vallejo, el marxismo era una enfermedad mental. 
 
En Galicia también tuvimos médicos ejecutados (Vega Barrera, Amancio Caamaño…) y médicos asesinos: al Dr. Lis se atribuyen 30 ejecuciones. Lis era también un estudioso importante de la medicina popular en Galicia. 
Casos, los de Lis y Vallejo, que podrían perfectamente superponerse a los de sus colegas alemanes. La ciencia no los apartaba del fascismo.

Revolviendo en artículos y documentos antiguos, me encuentro con un informe de la Organización Mundial de la Salud que se titula “Chile, medicina y tortura” (publicado en Ginebra en 1974) que hace referencia al Chile post golpe de estado de Pinochet y a la represión de los médicos y miembros del Cuerpo de la Salud chilenos detenidos o asesinados por la Junta. Figuran con nombre que omito para no hacer la lista interminable: 34 torturados en el Estadio, 71 detenidos, algunos en islas, un suicidado durante la detención, 11 detenidos en embajadas y 134 en el exilio, 31 fusilados. Allende se consideraba entonces asesinado, después supimos que se había suicidado antes de que lo detuvieran y asesinaran. La Junta militar liquidó el Servicio Nacional de Salud, creado en 1952.  Hubo, cómo no, también médicos que se sumaron al poder golpista y participaron en torturas a detenidos. 

Naturalmente, a lo largo de la Historia, casos como estos se han producido en numerosos países, incluida la guerra y postguerra en España. Me refiero a Chile por haber encontrado esta documentación y ser un golpe de estado cercano y reciente en el tiempo.

En lo que no creo es en la habitual calificación que uniformiza la llamada “clase médica”. Tengo otra idea de lo que es una clase y los médicos no la conforman: los hay de muy distinta condición económica, empleados y empleadores. 

Los cambios sociales, los modelos de sociedad, la tecnificación, hacen que en estos tiempos la relación médico-enfermo haya cambiado en el sentido de una menor comunicación personal, de un menor acercamiento entre los profesionales y los enfermos. La medicina ha progresado muchísimo pero este progreso está más en relación con lo estrictamente científico que con el humanismo. Siempre que se plantean estos temas me acuerdo del famoso médico español Gregorio Marañón: internista, profesor, académico, historiador, escritor, que comentaba que el instrumento médico que había significado un mayor progreso era la “silla”, para verse, mirarse a los ojos, charlar reposadamente. Marañón, además, parece que nunca en las sesiones clínicas utilizaba un lugar preferente ni adoptaba posturas distantes. Así aprendía, así enseñaba. Se hace imposible imaginarlo como uno de esos 6 médicos de cada 10, que apoyaban partidos fascistas.