De entrada, dos mujeres fuera para poner a un hombre. Y de salida, un militar, para que parezca que la mano dura es lo que hace falta para arreglar las cosas. Esta debe ser una de la grandes aportaciones de Vox al gobierno valenciano.
La verdad es que más allá de la paridad, algo que en el PP se pasan por el forro, las consejeras cesadas eran de traca.
La primera, Salomé Pradas, era la responsable de Emergencias que no sabía que había un sistema de alertas; y la segunda, Nuria Montes, fue la que exigió de malos modos a los familiares de los fallecidos que esperasen turno. En fin, dos perlas.
Pero vamos a lo importante. Tenemos un militar al frente de una vicepresidencia. Concretamente, la que han denominado de la recuperación económica y social. Por si sus intenciones pudieran ser confusas, lo primero que dijo nada más hacerse cargo del puesto político, es que no piensa atender a cuestiones políticas.
Primero, la culpa no es de este señor, sino de quien lo ha nombrado. Y no es un mensaje tranquilizador el de Mazón, tratando de militarizar un problema que es eminentemente político. Colocar a un teniente general en una vicepresidencia para la recuperación, sustraído de la responsabilidad política, genera un problema democrático más a los que tiene ya Mazón a sus espaldas.
En segundo lugar, no tengo porqué dudar de la capacidad que este soldado, de apellido impronunciable, pueda tener para desempeñar la labor que se le ha encomendado. Sin embargo, dicho esto, alguien le tiene que explicar lo que significa ser vicepresidente de un gobierno autonómico democrático en la España de hoy.
El general, por muy general que sea, tiene que saber que está sometido a las directrices políticas de su jefe, a las directrices políticas del parlamento de la Generalitat y, por supuesto, a dar las explicaciones oportunas ante la población de la comunidad valenciana.
Mazón pretende parapetarse detrás del teniente general, por eso le ha traspasado el marrón pero, por mucho que lo intente, su nulidad ya ha quedado sobradamente demostrada.