Mamá, no quiero vivir para seguir sufriendo

11 de enero 2025

No existe nada más doloroso que enterarte que lo más querido por nosotros decide, un día, por propia voluntad, no continuar viviendo, porque es así como creee que podrá dejar atrás el sufrimiento que le atormenta.

Nada más horrendo que saber que esta decisión se fragua en el curso de la vida cotidiana y nada avisa de que algo pasa, nada borra la sonrisa, nada apaga las palabras, nada te alerta de que, en lo profundo de sus pensamientos, crece una realidad que, una vez toma forma, te abofetea cruelmente y rompe sin piedad tu alma.

Y es que es tanto su dolor, que se oculta muy profundo para que no se escuchen gritos, ni súplicas de auxilio. Es tanto y tan grande que se alimenta del sentimiento de vergüenza, del silencio que lo oculta, del miedo a ser incapaz de seguir viviendo y, se convierte en algo inmenso que se apodera de su ser y le lleva a sentir que no hay salida, que no hay remedio para su padecimiento. 

Nada más doloroso que el comprobar que no pudimos hacer nada para paliar esa pena porque, sencillamente, no conocíamos su existencia. Nada más doloroso que contemplar que lo más amado se apaga entre nuestros brazos y no entendemos como llegó a nosotros esa madrugada; la muerte, disfrazada de solución, a un problema que no percibimos y que se ocultaba tras su dulce mirada.

Nada más doloroso que la culpa que atraviesa nuestros corazones mientras vuela, envuelta en el sonido atronador y, paradójicamente, esperanzador de una sirena que busca con desesperación revertir esa decisión, tomada en la más absoluta soledad mientras la pesadumbre no le dejaba ver que, a su alrededor, mil manos hubiesen querido abrir mil ventanas por ella, para que entrase la luz a su atormentada alma.

Nada más doloroso que la espera en una fría sala donde el tiempo pareciese detenido, donde los minutos se convierten en horas, donde los latidos de nuestro corazón se atropellan, donde las lágrimas que brotan no son suficientes para expresar el miedo,  la angustia y el dolor, donde hasta el aire que respiramos, nos ahoga.

Nada más doloroso que escuchar que digan que ha de pasar tiempo y esperar con fe a que la vida se vuelva a acomodar en su cuerpo y que aún es pronto para poder dejar atrás el miedo a lo irreversible y recobrar la calma.

Nada más doloroso que no poder cambiarnos por ella en ese momento, dar nuestra vida a cambio, porque ¿para qué la queremos si con ella se iría nuestra única razón para vivir?.

Nada más doloroso que ver a nuestro alrededor la devastación de quienes sufren de forma indescriptible y sentirte incapaz de cambiarlo todo para que, ese instante, largo y pesadumbroso, no hubiese sucedido nunca.

Nada más doloroso que escuchar:

Mamá, no quiero vivir para seguir sufriendo