Me sobresalta el primer boletín de la mañana. Sobrevuela como un cuervo en mi mente que, plácidamente, surca entre un mar de nubes y apacibles sensaciones. Las palabras del locutor, afiladas como cuchillos, cortan el alma, recordando que la realidad cotidiana no es dulce, sino todo lo contrario. No es hora de empezar el día con amargura y desamparo, pienso. Y así, con el coraje de quien pretende esquivar un naufragio, decido en un abrir y cerrar de ojos, literalmente, que se acabó para siempre el despertarme todos los días con las crónicas. En lugar de las voces agoreras, elegiré una melodía tierna en mi sofisticado radiodespertador de última generación. Alexia será el ungüento que calme mi espíritu y me dé los ánimos para comenzar las jornadas de forma sutil y sin aspavientos. Los pliegues de su voz se deslizarán entre las ondas del tiempo y mis sábanas, tal vez susurrando secretos de esperanza y consuelo. Haciéndome volar, en suma. ¡Meciéndome, además!
Y, ya de paso, como una consecuencia natural e ineludible, también resuelvo en el acto, por salud mental, no leer más un periódico en mi vida. Es un resultado lógico: las páginas impresas, manchadas de tragedias y desencantos, no captarán más mi atención. Si las crónicas fueran interesantes y amables, quizás cambiaría de parecer. Pero no, todo son calamidades, chanchullos e inflación desatada. Los titulares resultan ser más criminales que sus propios contenidos. Prefiero apartarme de ese juego de luces y sombras que arden como brasas en la mente del más inocente de los ciudadanos. Así, apartado del mundanal ruido, estaré, quizá no más feliz, pero seguro que sí más protegido y menos atormentado. ¡Sabia decisión, también!
En la paz de la madrugada, al calor suave del embozo, he tomado una decisión temprana y sensata: no seré un testigo de la actualidad práctica. En su lugar, me sumergiré en la música, en los versos de un poema olvidado en la antesala del aroma de un café recién hecho. La luz del alba acaricia mis párpados, y siento que el mundo se renueva en cada uno de mis latidos. El silencio se extiende como un lienzo en blanco. En este instante, soy libre de escribir mi propia historia, de bailar con las estrellas y los sueños. Y así, con la promesa de un nuevo día, me sumerjo en el abrazo cálido de la mañana… ¡con fuerza, incluso!
Sé que algunos pensarán que mi decisión de alejarme de las noticias es una forma de evadirme de la realidad, de ignorar los problemas del mundo y de vivir en una burbuja. Pero no lo comparto. Las noticias que nos llegan a través de los medios no son la realidad, sino una versión sesgada, manipulada y sensacionalista de la misma. Hay otras formas de informarse, de aprender, de reflexionar, de participar y de actuar que no pasan por el consumo pasivo y acrítico de las noticias. Hay otras fuentes de conocimiento, de inspiración, de belleza y de felicidad que no dependen de las agendas mediáticas, de los intereses económicos, de las ideologías políticas o de las modas sociales. Cada uno tiene el derecho y el deber de elegir cómo quiere vivir su vida, cómo quiere relacionarse con el mundo y cómo quiere contribuir a mejorarlo. Mi elección es válida, coherente y responsable. Por eso, no me arrepiento de haber tomado esta decisión. Por eso, no me siento culpable de alejarme de las noticias. Por eso, no me considero un ignorante, un egoísta o un cobarde. ¡Me siento libre, tranquilo y feliz!
¡Maldita sea: son las 6:30 AM. Llegaré tarde a la oficina y yo divagando a pierna suelta!