Los viajes del doctor

23 de abril 2018
Actualizada: 18 de junio 2024

Nunca fue demasiado aficionado a los viajes. Cualquier cambio en su rutina calculada casi al milímetro le generaba tal cantidad de estrés que prefería permanecer en su pequeña ciudad aún sabiendo la cantidad de maravillas que se perdía por su obstinada voluntad de no desplazarse a ningún sitio

Nunca fue demasiado aficionado a los viajes. 

Cualquier cambio en su rutina calculada casi al milímetro le generaba tal cantidad de estrés que prefería permanecer en su pequeña ciudad aún sabiendo la cantidad de maravillas que se perdía por su obstinada voluntad de no desplazarse a ningún sitio.

Le agradecí no hace mucho tiempo desde este mismo foro de opinión que por lo menos no hubiese dejado de lado su conocida pasión por el equipo de fútbol del lugar de su ciudad adoptiva y siguiera acudiendo cada quince días al estadio de Pasarón a sufrir, vibrar y apoyar al Pontevedra CF como viene haciendo desde hace ya varias décadas.

Elegante, señorial y circunspecto el Doctor Jekill comprobaba como en casa su equipo era capaz de batir a equipos tan cualificados como el Fuenlabrada, ganar sin complicarse la vida a rivales directos como el Racing o el Cerceda o competir aún sin el premio del triunfo con otras escuadras tan potentes como las del Celta B.

Una vez presenciado el partido de turno abandonaba su asiento con la misma discreción con la que lo había ocupado para regresar a sus quehaceres cotidianos casi siempre envueltos en probetas o frascos de diferentes tipos con líquidos de todos los colores en su interior.

Sin embargo, la situación de su equipo fuera de casa no mejoraba y un par de resultados negativos en Pontevedra provocaron que la situación clasificatoria pasase de preocupante a casi desesperada.

Fue en ese momento, tras el empate ante la Ponferradina, cuando el tímido y solitario Doctor, llevado por un impulso irresistible, tomó la decisión de desplazarse a los estadios en los que el equipo jugaría sus partidos como visitante para apoyar aunque fuera en silencio y sólo con su presencia a esos jugadores en cuyas botas se encontraba el destino a corto plazo de la entidad.

Le habían contado que fuera de casa el Pontevedra se transformaba. Que no era él mismo. Que le resultaba imposible dejar la puerta a cero y todavía mucho más hacer goles. 

El Doctor escuchando los relatos de aquellos pocos que sí acudían a esos encuentros lejos de casa se imaginaba a su equipo con la faz de ese personaje que sólo él sabía que existía pues nació fruto de sus experimentos secretos con brebajes sacados de fórmulas contenidas en las páginas de libros antiquísimos.

Hyde. Sí, Hyde. Ese personaje desaliñado, indisciplinado, egoísta y peligroso parecía adueñarse del Pontevedra CF cada vez que su autobús abandonaba la ciudad y a esa circunstancia había que ponerle coto de manera inmediata.

Sin embargo, otro inconveniente vino a añadirse a la situación peliaguda del Pontevedra fuera de casa.   

Ya sentado en las gradas de la ciudad deportiva de Abegondo a la que había acudido armándose de todo su valor y una vez presenciada la primera parte de aquel choque, una llamada inesperada de su fiel ama de llaves de la mansión en la que vivía comunicándole un problema de urgente resolución le hizo despedirse con antelación de aquel encuentro y enterarse ya de vuelta de la derrota tras una segunda parte otra vez muy floja.

Lejos de amilanarse y rectificar su voluntad de embarcarse en todos los viajes que al club le quedaban hasta final de Liga, el Doctor tomó junto a sus asistente todas las decisiones necesarias para que ningún imprevisto le impidiera presenciar entero el siguiente partido de los suyos que sería en Navalcarnero.

Y sí. Ese día lo vio todo. Con ese porte imponente y distinción exquisita con la que la Naturaleza solo dota a unos pocos, el Doctor Jekill comprobó como el Pontevedra volvía a ser capaz de ganar fuera de casa "soltando" un partido muy bueno en aquella villa madrileña sin que hiciera acto de presencia el corrosivo Mr Hyde y ninguna otra circunstancia pudiera impedir la victoria pontevedresa.

Como no podía ser de otra manera, ayer en Valladolid también estaba el Doctor sufriendo y viviendo el choque con varias decenas de aficionados que ya habían acudido a Navalcarnero y que tan importantes han sido para que todo saliera bien transmitiendo un apoyo impagable a sus jugadores.

No podemos engañarnos. 

Tanta era la trascendencia del partido de ayer, tan buena la racha del equipo rival que acumulaba doce partidos sin perder y tan igualado y emocionante resultó el final del encuentro que el impoluto peinado del Doctor acabó realmente dañado por la tensión del momento y que su "rictus" habitualmente serio y un poco huraño se transformó durante unos minutos en un rostro sonriente y aliviado. Incluso hay quien dice que se le vio saltar abrazado a un par de aficionados pontevedreses para celebrar la consecución de unos puntos vitales que no aseguran nada todavía pero que nos colocan en una situación mucho más desahogada que hace tres o cuatro semanas en las que el agua amenazaba con cubrir el cuerpo granate hasta no dejar ni un solo pelo en la superficie.

Imagino en este mismo instante al renovado Doctor Jekill preparando el viaje a Segovia y fantaseando con la posibilidad de otra victoria que nos pondría la salvación al alcance de la mano. 

A buen seguro estará lamentándose de las dos bajas importantes con las que vamos a contar para una nueva final por la expulsión de Alex González y la lesión de Darío Flores.

Sin embargo, también estoy convencido de que con su presencia y no con la de ese entrometido y bullanguero de Mr Hyde el Pontevedra podrá volver a protagonizar otro partido ordenado y dar otro paso de gigante para apagar este fuego del descenso que ha conseguido preocupar hasta al flemático y aparentemente impasible Doctor Jekill.