Los sucesos de estos días nos retrotraen a esa España del esperpento, donde todo resulta paradójico: un Consejo General del Poder Judicial que lleva de okupa cinco años, incumpliendo la Constitución, acusando al Gobierno de abolir el Estado de Derecho por una ley que desconocen y que aún no existe, de tal manera que son ellos mismos los que están, con su comportamiento, invalidando el Estado de Derecho; un partido de ultraderecha, por no decir fascista (dada la simbología franquista que enarbolan), que llama a los Cuerpos de Seguridad del Estado a no cumplir con su deber y convoca manifestaciones violentas ilegales, acusando a un Gobierno democrático, elegido por los ciudadanos en las urnas, de golpista; una Conferencia Episcopal que en vez de propugnar y defender el perdón, una de las grandes aportaciones del cristianismo a la vida social y la convivencia entre personas, como decía el sacerdote Josetxo Vera en la Cope, niega la amnistía (se ve que son más indulgentes con la pederastia y prefieren el ojo por ojo del Antiguo Testamento); y unos manifestantes, vástagos de la ira inflamada por la caverna mediática y los odiadores profesionales, defendiendo el país al grito de "la Constitución destruye la nación” o "Felipe, masón, defiende tu nación”. Todo tan absurdo que uno podría creer que obedece a un caso de envidia, en el que estos sujetos están dispuestos a todo con tal de que también les den una amnistía a ellos.
Por desgracia, la situación es de absoluta gravedad, y obedece a una acción coordinada de la derecha para evitar o hacer inviable un gobierno progresista, pues nadie se creería que en un mismo día todos estos dedos de un mismo puño golpearan a la vez con el mismo anatema, sin ser así. Advertidos estábamos por el señor Feijóo, cuyas amenazas, añadidas al tuit de la noche del martes, recuerdan mucho a las palabras que Hitler le espetó al canciller Von Papen: "Tendrá usted la oposición más dura y más despiadada que pueda imaginar. Las responsabilidades de lo que ocurra serán de su gobierno”. Una oposición que se caracterizó por la violencia, también verbal, y el abandono de toda educación y cortesía, en la que los nazis acuñaron consignas perdurables: "Libertad, grandeza, orgullo nacional”. Por aquel entonces el centro derecha alemán también intentó frenar a la izquierda garantizándose un gobierno con la ultraderecha nazi, que acabó marcándole el discurso y el paso marcial. El resto es historia.
Precisamente la historia nos ha demostrado que la ira vende muy bien. Ahí teníamos, de un lado, a los nacionalistas catalanes llamando a la secesión, con los resultados consabidos para una Cataluña que ahora intenta volver a la normalidad, votando opciones más sensatas. Y ahora, tenemos del otro a los nacionalistas españoles o nacionalcatolicistas, alentando a violentar las sedes de partidos democráticos y a avivar el conflicto catalán. En medio quedan los demócratas de este país intentando pacificar la situación, tendiendo la mano, dialogando e incluso poniendo la otra mejilla, pese al coste, porque son ya muchas las batallas y padecimientos que han curtido su experiencia. Veteranos como los del Partido Socialista, con más de 140 años de historia, que ya en 1897 escribían en ‘El Socialista’: "Afirman algunos que con nuestra táctica de prudencia ni conseguiremos hacernos respetar, ni alcanzaremos nunca ningún resultado práctico. Tan erróneas y aventuradas profecías pueden formularlas no más de dos clases de individuos: o el iluso que vive fuera de la realidad, o el ambicioso que, atento a su medro particular, no ve en la sangre del pueblo sino el escabel de su fortuna" [...] "Porque hemos aprendido que los actos irreflexivos y las intentonas debilitan las fuerzas y matan los entusiasmos, siendo nuestra aspiración el bien común".
Como en otros tiempos, muchos militantes socialistas no han podido acudir estos días a sus sedes, las casas del pueblo, porque algunos parecen empeñados en que su actividad vuelva a la clandestinidad. Por eso, con más razón que nunca, este domingo muchos demócratas de Pontevedra volveremos a reunirnos, como cada 12 de noviembre, en el monumento en memoria de los vecinos fusilados en 1936 por quienes defendían una nación en la que sólo cabían ellos. Mientras ese día unos volverán a manifestarse en aras de la ira, nosotros lo haremos para recordar a los que dieron su vida por la libertad de pensar y practicar valores democráticos, sin odio, sin rencor. Porque, como decía Leonard Cohen, a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quienes están del otro lado.