La noche electoral, cuando Feijóo salió al balcón, hubo un momento de justicia poética. Y no lo digo porque allí le esperara una Julieta que le auguraba un trágico porvenir, sino porque su cara reflejaba una realidad que había falseado durante toda la campaña, o que no supo entender tras 13 años de mayorías absolutas en Galicia. Acababa de descubrir el significado de la democracia, y así lo hizo entender cuándo, cariacontecido, manifestó que iniciaría el diálogo con las fuerzas políticas para ver la posibilidad de formar gobierno de acuerdo con la voluntad mayoritaria de los españoles, expresada en las urnas. La voluntad de una España plural, representada por diversos partidos, a cuyos votantes y miembros estuvo vilipendiando desde su voximanización (algunos dirán que por influencia del nigromante de su Lady Macbeth madrileña). "Tarde piaches", que le dirían en su Galicia Galicia Galicia, a la que tres veces también acabó negando, enardecido por unas ínfulas que engrandecieron sus propias encuestas.
Después de llamar txapotes, pederastas, asesinos, terroristas, extremistas y otras lindezas a todos los que no fueran acólitos del PP, Feijóo ha tropezado con el funcionamiento real de nuestro sistema electoral, representativo y parlamentario, en el que los ciudadanos no eligen directamente a su presidente, sino a sus representantes en el Congreso, que son los encargados de votar y elegir al Jefe del Gobierno. Por tanto, esa España plural que tanto denuesta y que suma no sólo más diputados, sino también más votos, es con la que se ve abocado a dialogar. Pero, como decía aquella campaña contra el bullying que sufrían, especialmente, aquellos niños a los que tildaban de maricones, los que eran objeto de mofa por hablar raro o ser diferentes, las que sufrían abusos por ser niñas: "yo no juego con abusones". Feijóo es el niño con el que ahora nadie quiere jugar.
Y no sólo eso, con su actitud ha sembrado odio, riéndole las gracias a la ultraderecha, hasta el punto de que esta se ha visto envalentonada a practicar la censura, suprimir las políticas de igualdad, eliminar controles sanitarios o incluso augurar que las calles de Cataluña volverían a arder. Ha contribuido a la desinformación y a la incultura democrática, haciendo creer a la gente que tenemos un sistema presidencialista, pero sólo cuando le conviene (me resulta además curioso en quien acusa a su contrario de presidencialismo, un sistema que rechazamos, probablemente cansados de 40 años de dictadura y falta de diálogo), instalando la duda en el proceso democrático y en instituciones como correos (que ha demostrado su solvencia y responsabilidad). Por ello, una de las conclusiones que saco de estas elecciones, es la necesidad de formar más a la ciudadanía en el funcionamiento de nuestro sistema democrático, desde las aulas, pues no se puede engañar al instruido.
Todos los años aparecen votos con un papel en blanco dentro del sobre, pero eso no es un voto en blanco, es nulo. El blanco es un sobre vacío. Enseñamos a nuestros hijos a multiplicar, geografía… pero ¿los enseñamos a votar, a comprar un piso, a manejarse en un banco, a respetar a los demás? Esa es la verdadera educación para la ciudadanía. Así se llamaba una asignatura que cumplía con una recomendación del Consejo de Europa y que promovía una sociedad tolerante, plural y la defensa de los valores democráticos, hasta que el Gobierno de Mariano Rajoy decidió eliminarla. Los poderes fácticos siempre entendieron el peligro de la educación. De ahí que personajes como Ana Rosa Isabel Tatiana de la Virgen del Carmen, más conocida como Ana Rosa Quintana, que debió faltar a clase el día que enseñaron buenas prácticas periodísticas (imparcialidad, precisión, transparencia, independencia y responsabilidad con la información), siga insistiendo en inventarse la Constitución, sin molestarse en leerse su artículo 99: "Si el Congreso de los Diputados, por el voto de la mayoría absoluta de sus miembros, otorgare su confianza a dicho candidato, el Rey le nombrará Presidente". Pero que se puede esperar de quien se casa con la corrupción y no se molesta ni en leerse el libro que no había escrito. El presidente que salga legítimamente elegido, lo será por la mayoría de la representación popular, digan lo que digan. Y punto.