La gloria… Está a un paso. La puedo palpar. No tengo más que estirar la mano para acariciarla. La huelo; huele bien y no me da miedo. ¿Respeto?, sí, por supuesto. Llevo años persiguiéndola y no pienso dejarla pasar de largo. La gloria por fin llama a mi puerta y de interponerte… te mataré; sin ningún tipo de compasión; igual que a un molesto insecto que revolotea sin parar; de un solo manotazo. ¿Sangre fría? Es probable. Aun así, eso es algo que debería preocuparte a ti y no a mí. Cuídate. Es un consejo, tal vez el único que te dé. Cógelo si te viene en gana. Si no… serás, casi con seguridad, hombre muerto.
La gloria… ¿Alguna vez has escuchado esta palabra? Sí, imagino que muchas... Me refiero a si alguna vez has estado a punto de echarle el lazo. Apuesto a que no. De lo contrario, sabrías de lo que hablo. No te parezca raro. No es nada más que un gatillo. Tu dedo podrá temblar; sin embargo, al gatillo, le traerá sin cuidado y, bang, la bala atravesará el cráneo en cualquiera de los casos. Mi dedo, te aseguro, no temblará. Si me muestro débil desde un principio, tarde o temprano, se irá todo al garete. Los posibles errores pueden prevenirse. Si te tiembla el dedo, será porque la gloria no será tan ansiada como cabría de esperar. Y yo… la deseo como nada en este mundo. Igual que a cualquier tipo de querencia; igual que alargar un último suspiro…
La gloria únicamente puede conseguirla aquel que la merece. Hay que buscarla, pero también tendremos que moldearla como al barro; trabajarla como a una tierra que pareciendo estéril, conseguimos arrancarle una semilla germinada. Y quien no la merezca, mejor que ni lo intente. Escribir en la historia tu nombre con letras de oro; eso es la gloria. De no conseguirlo te habrás quedado a un improductivo medio camino. Serás un ser mediocre que con fortuna, terminarás siendo borrado de la memoria de la humanidad; un donnadie…, y habrás muerto definitivamente, como si jamás hubieras existido. Con probabilidad es lo peor que pueda pasar. Aquel que no busca la gloria se resigna desde sus orígenes a una desaparición paulatina; sin embargo, el ambicioso morirá en el momento en que se cierren las puertas de su ansiada gloria. Y mi ambición, te aseguro, hará que me perpetúe a lo largo de los siglos.
«¿Pero serás capaz de acabar con mi vida para conseguir tu sueño?», debes estar preguntándote. Sí, ya te lo dije. Tu vida me trae sin cuidado. Incluso diría que mi propia vida me trae sin cuidado. Lo realmente importante es sobrevivirme a mí mismo. Cuando ya no esté, mi busto de piedra seguirá mirando a todos los mediocres desde lo alto. Una mirada llena de desprecio mientras a ellos se les entrecorta la respiración ante este severo Pantocrátor personificado en mí, ante este emperador que maneja los hilos de la muerte y de la vida de sus conciudadanos, porque le place deshojar la margarita de la fortuna. Sí, esta es mi respuesta: acabaré contigo y no te volveré a avisar. Sólo inclinaré la cabeza ante esta inmortalidad que me saluda.