Sería muy recomendable que toda lectora o lector que se aventure a leer esta crónica diera marcha atrás para desentrañar lo que escribí el 22 de octubre del año 2013, mi primera publicación en este querido periódico, a la que titulé "Kabalcanty y yo y viceversa". Con la lectura de dicha página tendría la opción de no leer esta próxima o bien escarbar en la curiosidad para ver qué ocurre casi ocho años después.
Ocurrir ocurre poco, dicho sea de paso, o más bien pasa lo que tenía que pasar: Kabalcanty vino para quedarse. Ahí le tengo frente a mí, sentado en el sillón, impertérrito, con su inseparable sombrero y ahumándome la casa con sus reiterados cigarrillos. No puedo echarle, cada día menos, aunque su presencia, muy constante cuando estoy a solas, me desquicia en tantas ocasiones.
— Lo que te jode es que yo soy el que escribo, pimpollo.
Me dice con esa sonrisa por emerger, congelada en un gesto que se demora casi ofensivo, sarcástico.
Kabalcanty se ha hecho personaje con el paso del tiempo, aquel que brotó en 1983 como mero seudónimo se ha ido forjando real a través de lo que él mismo escribe y yo permito. Sé que todo ha sido algo perfectamente calculado desde su pose estética con sombrero y patillas largas hasta esa K. que infiltra en novelas y relatos. Su meta, supongo, aunque esto nunca lo admite, es absorberme del todo, que Jesús sea sólo un vago recuerdo con un número DNI.
Comenzó suplantándome fuera de casa, lejos de los que me conocían bien. Se ladeaba su sombrero, se vestía moderno y se lanzaba a contar su historia que no era la mía en ningún caso.
— Era la historia que tú querías tener –es tan molesto que me interrumpa que, aunque no serviría de nada, me gustaría darle en toda la jeta- Tu realidad, tu pasado, te gusta tan poco como a mí me encanta el que cuento. Es así, pedazo de cabrón.
Tampoco ahorra el insulto ni la provocación como veis, amigos lectores.
Como he dicho antes, afloró en mi mundo en el año 83 y así anduvo, encarcelado en folios en una sola palabra, hasta mediados de 1991. Desde ese año hasta ese nefasto 22 de octubre de 2013 estuvo criando polvo, olvidado en hojas de cutis amarillento, urdiendo su venganza en un inframundo rodeado de palabras mecanografiadas e ideas mohosas en el último cajón del armario. Cuando ese día apareció sentado en la taza del váter, tras descorrer la cortina que cobijaba mi ducha matutina, comprendí que algo extraño pasaba; no era fruto de un resacón ni de un mal sueño ni una alucinación propiciada por el vapor de agua, no: era un fantasma real que, cruzado de piernas en el aseo, venía a pedir cuentas a su creador. Yo había dicho la palabra maldita treinta años antes y ahora, ese cadáver que pernoctaba en un pretérito escrito, volvía para quedarse.
— No olvides que tuviste una depresión entretanto, cosa que pudiste ahorrarte si yo hubiese estado entonces.
Aunque lo diga este farsante doble, es cierto, sí. La depresión me pudo y no tenía tiempo para sacudírmela escribiendo.
— Y aún te quedan secuelas porque sigues dándole al Tryptizol. No me digas que no.
— ¡¡Es una dosis de mantenimiento!! –le contestó airado, levantándome por no tirarme a su cuello.
— Tranquilo, colega, que lo digo por tu bien. Vaya humos que te gastas.
Kabalcanty se levanta del sillón y me deja mirando por la ventana escuchando cómo abre el frigorífico y levanta la anilla de una lata de cerveza. "¿Quieres una birrita?", me pregunta desde la cocina.
No solía inmiscuirse cuando estaba presente mi familia ni los allegados que me conocían mejor ni los pocos amigos que me iban quedando, sin embargo, cada vez más a menudo, irrumpe harto de cervezas cuando menos me lo espero. Esa es su progresión: hacerse patente en mi intimidad. Conoce mis puntos débiles, las flaquezas que trato de ocultar con años en ristre, y es cuando se posiciona y dice por mí sin tino.
— Podrías enterrarme otra vez; esa es tu baza ganadora y lo sabes.
Me dice, volviéndose a sentar con una mano ocupada en el pitillo y la otra en el bote.
Pero tendría que dejar la escritura, o mejor dicho negarle que escribiera. En eso juega con ventaja por lo menos de momento pues mis ganas de escribir son directamente proporcionales a las suyas.
— La dualidad te mata, tío, te contradices a cada rato.
Tengo que reconocer, sí, que él representa mi inspiración, mi musa con bigote para no ser tan amable, pero una cosa es eso y otra diferente es que te abra el frigorífico, te coja una cerveza y se te siente en el sillón tan pancho. De acuerdo que me vino bien esa iluminación, mas usurpar mi cuerpo y mi mente es intolerable o debería serlo porque no veo la manera de evitarle.
— Somos jodidos siameses, dilo de una puta vez y no andes con rodeos. No creo que suponga tanta carga como dices lo que pasa es que te gusta hacer literatura hasta donde no la hay. ¡Dios, qué brasa!
He considerado necesario escribir esta glosa como perdón ante mis lectores. Porque este Kabalcanty lo único que persigue, creedme, es figurar como único autor y actor, destruirme, terminar con una cooperación que, bien acorde, nos sería beneficiosa a los dos. Pero he tirado la toalla sintiendo su avance devastador e insolidario en pos de que esa palabra iniciada con la letra K. figure en mis libros desplazando a mi nombre auténtico. ¡Es inadmisible!
— Tu nombre figura entre paréntesis debajo del mío en las primeras hojas de los libros -me dice con un retintín de fingida benevolencia- Si yo soy el que los escribe, ¿cómo leches quieres encima que se te ponga de titular? Este tío es que no se entera de qué va la película.