Las filloas y las orejas son el alma dulce del Entroido en Galicia

01 de marzo 2025
Actualizada: 9:00

En este festín de tradiciones, las filloas y las orejas brillan con luz propia, convirtiéndose en el dulce homenaje que rendimos a nuestra historia y a quienes nos precedieron

En Galicia, el Carnaval no solo se celebra con disfraces, música y comparsas; también se vive a través de los sabores que, año tras año, reafirman nuestra identidad cultural y nos conectan con las raíces de nuestra tierra. En este festín de tradiciones, las filloas y las orejas brillan con luz propia, convirtiéndose en el dulce homenaje que rendimos a nuestra historia y a quienes nos precedieron.

Las filloas, delicadas y versátiles, son un símbolo de la maestría culinaria gallega. Elaboradas con ingredientes humildes -harina, leche, huevos y un toque de anís o canela-, estas finas creaciones se deslizan sobre la plancha caliente con una elegancia que solo la tradición sabe otorgar. Ya sea servidas solas, espolvoreadas con azúcar, o rellenas de miel, crema o chocolate, e incluso con la carne del cocido, las filloas no solo deleitan el paladar, sino que también despiertan recuerdos de nuestros ancestros que, con paciencia infinita, preparaban docenas de estas joyas para llenar de calidez las mesas familiares.

Y la referencia a esa paciencia no es ni mucho menos gratuita, porque de ella dependía de que las filloas salieran con la textura que las hace únicas: finas, casi traslúcidas, ligeras como un velo. Hoy en día, en algunas campañas de promoción y eventos culinarios, se observa una tendencia a hacerlas más gruesas, permitiendo que se les dé la vuelta con una espátula y una sola mano. Pero esa no es la esencia de la filloa tradicional. Su verdadera naturaleza exige tal delicadeza que solo se puede levantar con los dedos y con ambas manos, asegurando que mantiene su suavidad y flexibilidad inconfundibles. Reivindicar esa finura es preservar el alma de este manjar, asegurando que las generaciones futuras conozcan y disfruten las filloas tal y como siempre se han hecho en los hogares gallegos.

Por otro lado, las orejas son el crujiente y aromático contrapunto que define al Carnaval gallego. Su preparación, un arte transmitido de generación en generación, comienza con una masa sencilla pero llena de secretos: manteca, huevos, harina y azúcar. Al ser fritas, adquieren su característica textura dorada y crujiente, evocando imágenes de mesas llenas de risas y manos ansiosas por tomar una más. El delicado perfume de anís que las envuelve nos transporta a un tiempo donde la sencillez era sinónimo de exquisitez.

Estas delicias no son solo postres; son símbolos de unión y de memoria colectiva. Preparar filloas y orejas es un acto que va más allá de lo culinario: es un ritual que conecta generaciones, un puente que nos recuerda a los que nos enseñaron a valorar lo esencial y a quienes, desde sus humildes cocinas, convirtieron lo cotidiano en un legado eterno.

Vivimos en tiempos en los que la prisa manda y la comodidad de lo industrial ha desplazado muchas de nuestras costumbres más entrañables. Basta con acercarse a cualquier supermercado para encontrar filloas y orejas envasadas, listas para consumir. Pero, ¿a qué precio? Más allá del sabor, lo que se está perdiendo es el ritual, la magia de prepararlas en casa, el aroma que impregna la cocina y la alegría de compartir el proceso con la familia.

Antes, la cocina se llenaba de vida en Carnaval. Los niños esperaban impacientes a que su abuela apartara la primera filloa, y más de uno robaba una oreja recién frita mientras aún estaba caliente. Eran momentos de aprendizaje, de transmisión de recetas que no estaban escritas, sino grabadas en la memoria de quienes nos precedieron. Y es precisamente esa esencia la que no podemos dejar que se pierda.

Necesitamos despertar en las nuevas generaciones el interés por estas tradiciones, hacerles ver que cocinar una filloa con las propias manos es un acto que va más allá del simple hecho de comer. Es un vínculo con nuestra identidad, con nuestra historia. Recuperemos el hábito de ponernos el delantal, de volver a hacer de la cocina un espacio de encuentro, de contar a nuestros hijos y nietos cómo lo hacían sus bisabuelos, de mostrarles que la verdadera tradición no se encuentra en una estantería del supermercado, sino en la mesa familiar, donde el Carnaval se disfruta con todos los sentidos.

En este Carnaval, mientras el sonido de la fiesta llena las calles y las risas resuenan, sentarse a disfrutar de unas filloas y orejas es, en el fondo, rendir homenaje a nuestra identidad. Son mucho más que manjares; son la viva expresión de una Galicia que, fiel a sí misma, sigue celebrando el sabor de lo auténtico y el valor de sus tradiciones. Porque, al final, el Carnaval no sería lo mismo sin estas joyas que, año tras año, nos recuerdan que lo verdaderamente valioso siempre se encuentra en las cosas más sencillas.