Feijóo ha vuelto a conseguir una mayoría absoluta y eso, al contrario de lo que debería significar, es una mala noticia para la planta noble de Génova. Al menos para los intereses personales de Casado, que se supone querrá continuar al frente de partido y volver a ser candidato en las próximas generales.
Feijóo afianzó su marca, hizo una campaña alejada de las siglas del PP, que es lo mismo que alejarse de la dirección, ganó las elecciones, consiguió la cuarta mayoría absoluta (con lo que eso significa hoy en día) y, en poco tiempo, será reclamado por la opinión pública para que se desplace definitivamente a Madrid. Esta vez no dirá que no.
Casado, igual que hacen los líderes nacionales cuando a sus barones les va bien en las provincias, ha tratado de hacer suya la victoria del aventajado gallego, pero eso no es compatible con alejarse del batacazo de Iturgaiz en el País Vasco. Sobre todo, porque en Galicia no hizo nada que ayudase o perjudicase al partido, pero en el País Vasco impuso al candidato y la coalición con Ciudadanos. Lo que pretendía ser un golpe de efecto de la dirección para dar un aviso a navegantes, se convirtió en un fracaso absoluto, otro más, personalizado en el propio Casado.
Feijóo se casa con Galicia, pero él (y todos) sabemos que es un matrimonio de conveniencia, más bien una relación temporal que ha iniciado la que podría ser su última fase. Igual no llega a los cuatro años comprometidos desde esta misma semana. El tren que dejó pasar cuando estaba en juego el relevo de Rajoy, volverá a pasar y esta vez con más posibilidades de cogerlo. Feijóo es listo, tiene más tablas que Casado y sabía que aquel no era el momento.
Lo único que comparte Feijóo con Casado son las siglas del partido, y aún así, no las necesitó para la propaganda electoral. Feijóo es más moderado, habla en tono conciliador y pone en valor la gestión por encima de la ideología. Sin embargo, Casado es más agresivo, ha cometido el error de derechizar el partido y ha entrado en una pelea absurda por la conquista de la ultraderecha. Los resultados son evidentes, Casado ha perdido todas las elecciones en la que su partido ha participado desde que él lo preside, y Feijóo las ha ganado todas con mayoría absoluta.
Feijóo propone un partido moderado que desactive los populismos de extrema izquierda y extrema derecha, y Casado prefiere la lucha por ver quién es más extremista a la vez que exige responsabilidad al Gobierno pero se atreve a decir, en sede parlamentaria, que estamos en una dictadura constitucional.
Ahora a Casado le ha entrado el pánico del jefe malo que tiene gente mejor a su cargo y teme que Feijóo se convierta en su peor pesadilla. Es muy probable que su reacción consista en radicalizar aún más el partido.