Empiezo recientemente un libro de François Dosse sobre los intelectuales franceses entre 1944 y 1989 (El desafío de la historia 1944-1968, constituye la primera parte) y claro, lamento que los jubilados no tengamos tiempo libre para abarcar tantas cosas. Coincide, además, con un trabajo -denso estudio- de un amigo mío sobre Jean Paul Sartre.
Leí, hace años la monumental biografía de Sartre escrita por Annie Cohen Solal, autora nada menos que de otra sobre Picasso, pero los años transcurridos y los déficits de memoria hacen que mis recuerdos se hayan ido debilitando.
Aunque permanezca el recuerdo emocionado del libro de Simone de Beauvoir “La ceremonia de los adioses”, sobre los tiempos finales de Jean Paul y reflexiones sobre la vejez en general.
Sartre y Beauvoir, el más importante filósofo del siglo XX y la mujer que define y determina – aún lo sigue haciendo – el feminismo con su “la mujer no nace, se hace”, que trasciende, a través de algo que a algunos les podría resultar sólo una frase afortunada, todo un contenido reivindicativo, filosófico e histórico. Es imposible, en un breve comentario, extenderse sobre la relación de pareja de Simone y J. Paul. Se conocen en la École Normale Supérieure y ya no se separaron hasta su muerte. Aunque tuvieran, los dos, relaciones con otras personas, largas algunas y conocidas por el otro. Esa especie de amistad amorosa indestructible. Con colaboraciones en todos los ámbitos culturales, con conocimiento por parte del otro de prácticamente todas las obras: novelas, teatro, ensayo político y filosófico, participación en Revistas culturales antes de su publicación etc.
Pero es imposible, en un corto espacio, resumir estos aspectos. Quisiera hoy referirme a Sartre como piensa mi docto amigo, a quién aludí antes, como el mejor filósofo del siglo XX. Y a sus circunstancias vitales personales en medio de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de Francia por el Nazismo, la Guerra de Vietnam, la independencia de Argelia, las intervenciones por parte de la URSS en Praga, Budapest, la Revolución Cubana, el mayo del 68…
Sartre fue toda su vida un filósofo en acción, dormía poco, se ayudaba de anfetaminas y escribía, colaboraba, o dirigía directamente, las más importantes revistas de su época, viajaba (solo o con Simone). Siempre celebro una fotografía suya subido en un bidón dirigiéndose a manifestantes en huelga. Pocos intelectuales de su nivel recuerdo en semejante actitud. Ninguno que haya rechazado el premio Nobel de Literatura, incluida su dotación económica. Tiempos aquellos de generosidad en los que el dueño de “La joie de lire”, François Maspero, hacía la vista gorda ante los numerosos robos de libros de su librería: “no se debe pagar por la cultura”, decía.
Perfecto no hay nadie y John Gerassi le pone en algún aprieto y le hace dudar (¡ cómo no va a dudar un hombre de cultura de su nivel ¡ ) en su libro de “ Conversaciones con Sartre”.
Pero el espacio es reducido y es obligatorio hacer una breve referencia a lo fundamental.
- Para Sartre , la existencia precede a la esencia, el existir precede al ser, lo que descarta la existencia de un ser superior. Somos libres y dueños de nuestra existencia.
- Esta libertad y responsabilidad individual hace necesaria una Ética personal. El Marxismo humanista de Sartre tiene como bases fundamentales: Individuo, libertad y ética.
- Su concepto del marxismo-materialismo dialéctico como sistema filosófico, lo separa del marxismo que los comunistas definen como ideología política y económica.
Pero no sólo carezco de espacio. También, lógicamente, de “altura” para pormenorizar sobre los múltiples aspectos de la obra sartriana. Sirva pues esto como detersión personal y recuerdo a un filósofo que, en ocasiones, parece casi haberse olvidado, o tenerse menos en cuenta en la actualidad.