El periodismo, como profesión, está en horas bajas. No lo voy a negar ni pretendo defender los comportamientos contrarios a toda deontología y toda ética de algunos compañeros y medios de comunicación, pero que haya ovejas negras y que últimamente haya mucho que reprochar al sector no implica que tengamos que soportar agravios como los vividos en el exterior de los juzgados de Pontevedra ayer.
El día se presentaba como la enésima guardia a las puertas del juzgado para poder informar sobre el paso a disposición judicial de un detenido. En este caso, eran diez y ya los propios investigadores de la Guardia Civil y la Policía Nacional los describen como integrantes de un "grupo criminal" con "una estructura altamente jerarquizada y especializada" y destacan la "violencia ejercida por sus integrantes". Vamos, que ya íbamos preparados para que la jornada fuese larga y poco agradable.
Para lo que no íbamos en absoluto preparados es para vivir situaciones incluso escatológicas. Supongo que como resultado de esa falta de respeto generalizada hacia la profesión, uno de los detenidos se sintió libre de agraviar a los compañeros gráficos que cubrían la noticia. Primero, cuando la Guardia Civil le custodiaba al Juzgado de Guardia, al llegar a la altura de un fotoperiodista de prensa y un cámara de televisión, se bajó el pantalón y les mostró el culo (perdonen si les ofendo).
La agente de la UCO que le custodiaba le llamó la atención y le pidió que se comportase, pero él, lejos de hacerle caso, les espetó: "Si no tienen vergüenza ellos, yo tampoco". Y se quedó tan pancho.
La situación me pareció reprochable, pero, en el fondo, los que nos dedicamos a esto ya tenemos asimilado que nos va en el cargo presenciar este tipo de comportamientos y le resté importancia. Sin embargo, pocos minutos después se convirtió en esperpéntica. Cuando el mismo detenido abandonaba el juzgado, al llegar a la altura de los dos mismos reporteros gráficos, se bajó la mascarilla con la mano que llevaba esposada y escupió directamente hacia estos compañeros que no estaban haciendo otra cosa que su trabajo.
Presencié la escena a unos metros junto a una compañera y ambas quedamos pasmadas. Al principio, nos entró la risa, pues ni habíamos asimilado lo ocurrido. Inmediatamente, nos dimos cuenta que este gesto que en cualquier otro momento podría haberse quedado en una falta de educación y respeto hacia personas que, insisto, tan sólo estaban haciendo su trabajo, en plena pandemia, supone una situación de riesgo añadida.
Sin duda, el detenido que soltó el escupitajo era consciente de ese riesgo y del temor que causaba, pues podría ser una persona con covid-19 que, escupiendo a un compañero, lo estaba contagiando. Por fortuna, la sustancia que expulsó fue a parar al suelo y no hay constancia de que se haya producido un riesgo real para nadie, pero a mí me hace preguntarme: ¿En serio tenemos que aguantar esto?
No. No tenemos que hacerlo. Nos merecemos un respeto, como profesionales y como personas. Puede que nuestro trabajo tenga detractores, puede que cualquier compañero, yo misma, meta la pata o cometa un error o con su trabajo ofenda o haga daño a alguien. Pido perdón si lo he hecho alguna vez y puedo asegurar que SIEMPRE mi objetivo (y mi prioridad) es informar. Pero, desde luego, reitero que no tenemos que aguantar comportamientos como este porque el periodismo merece un respeto, y quienes lo ejercemos también.
El periodismo, por definición, es incómodo. Es rara la noticia que no genera críticas o que no tiene enfrente a alguien que no quiere que se publique. Entiendo que la que íbamos a contar ayer podía ser fastidiosa para los implicados y su entorno y asumo la actitud de personas como las que ayer, a pocos metros de nosotros en los alrededores del juzgado, nos dedicaban miradas desagradables y no ocultaban que les molestaba nuestra presencia allí, para fotografiar a sus allegados. Es ya parte de mi trabajo convivir con esas situaciones muchas veces embarazosas, pero no, insisto, no tenemos que aguantar ni que nos enseñen el culo ni, mucho menos, que nos escupan.