Esperamos con ansia e ilusión el verano que viene. Tras este tiempo de pandemia y mascarillas, volverán los conciertos al aire libre, las reuniones de amigos y los abrazos a cara descubierta, regresará el caminar por la playa y zambullirse en el mar fresco, relajante y sereno, tomaremos de nuevo nuestras caras de limón en las terrazas compartiendo anécdotas y sentires.
Sin duda, esperamos el verano con ganas de infante y esperanza de un nuevo renacer, aguardando que nos limpie y serene de toda la tristeza pasada, de todo el dolor transcurrido.
El verano siempre trae esa expectativa vacacional, vacaciones del curso y de la vida, ese espacio donde podemos tomarnos una pausa y viajar a lugares lejanos, bañarnos en la playa , piscina o río, dejar que el Sol oxigene nuestra mente y conocer distintas gentes y culturas. A veces, simplemente, nos gusta dejar que el tiempo nos lleve, dejar pasar las horas muertas frente a un paisaje o una caña de pescar.
Cada verano es diferente y único están aquellos de la infancia donde descubríamos el mar, las caracolas, nos mojábamos los pies descubriendo un universo marino y único, diferente y acuático, y tostándonos al sol con un polo de limón en la mano, y construyendo castillos de arena imaginando que eran fortalezas inexpugnables, indestructibles. Son aquellas antiguas épocas repletas de inocencia las que inundan el recuerdo y nos hacen evocar nostalgias pasadas, de la familia y las playas, de las primeras veces nadando, en la adolescencia tal vez del primer amor, en la madurez de las muchas ocasiones sumergidos en el agua, nadando y dejando que el agua nos arrastre a un lugar donde no existe el ruido ni la furia , sino solamente la sal y los dominios de Neptuno, un oasis de arena y espuma donde nuestro cuerpo flota y se inunda de vitamina D y escamas.
Después están los veranos tranquilos, aquellos donde las noches son custodio de las luciérnagas y los luceros en el firmamento. Aquellos donde miramos al firmamento esperando encontrar una estrella, una respuesta o un amor. Aquellos de crepúsculos violeta anaranjados, que nos devuelven la paz y el silencio tanto tiempo buscados en medio del estrés y el trasiego del curso, aquellos donde los niños y niñas disfrutan de las vacaciones escolares, y los adultos de un merecido descanso haciendo una pausa de nóminas, papeleos y atascos.
Sí, deseamos el verano que viene. Con ahínco y ganas. Esperando que sea un soplo de aire cálido después de todo lo vivido, a pesar de ello o justo por ello. Esperando que nos traiga una nueva esperanza porque nunca, en ninguna de estas estaciones, la hemos perdido del todo.