El hombre que miraba fijamente al váter

29 de febrero 2024
Actualizada: 18 de junio

No es de extrañar el quedarse mirando fijamente al váter. Yo, de hecho, lo hago de forma habitual. No está bien el juzgar algo que no se ha probado, pero peor es el juzgar algo que haciéndolo, queremos tapar a toda costa por aquello del qué dirán, uniéndonos a los del otro lado en un acto de falsedad supina. Desde aquí, desde el borde del váter, os animo a experimentar los placeres que podéis obtener justo en este momento

No es de extrañar el quedarse mirando fijamente al váter. Yo, de hecho, lo hago de forma habitual. No está bien el juzgar algo que no se ha probado, pero peor es el juzgar algo que haciéndolo, queremos tapar a toda costa por aquello del qué dirán, uniéndonos a los del otro lado en un acto de falsedad supina. Desde aquí, desde el borde del váter, os animo a experimentar los placeres que podéis obtener justo en este momento. Hipnótico, abstracto por momentos, bien se podrían pasar las horas muertas sin retirar la vista ni un segundo. Ionesco, Beckett y cualquier miembro del absurdo, lo harían con total seguridad. No descarto que sus primos hermanos, los surrealistas, también tuvieran tan fascinante entretenimiento, pero más bien los veo cambiando el váter por cualquier otro objeto o trasmutando el agujero por un profundo pozo o la garganta de una fiera hambrienta.

Puede haber cosas de nuestro día a día que a otros les parezcan extravagantes. A mí mismo me resulta de lo más raro cuando veo a alguien cruzando la calle. ¿Os habéis parado a pensar que estamos en manos de la cordura del conductor? Bien podría acelerar y pasar por encima de nosotros impunemente. Por eso cuando veo a alguien cruzar por el paso de cebra, no puedo dejar de ver sus sesos resbalando por la luna del coche. Yo prefiero quedarme al otro lado de la calle, incluso aseguro no haber estado nunca al otro lado de la calle, aunque vea la carretera despejada. De ahí mi desconocimiento de la ciudad aunque, al menos, eso sí, continúo vivo.

Tampoco veo normal escuchar a la multitud corear el nombre de un equipo de fútbol. Y no lo digo por aquello del dejarse llevar por la masa, de la falta del Yo, del individualismo que debiera primar. No, no lo digo ni más ni menos porque entre toda esa multitud, con seguridad, se encuentre el conductor que acelera cuando ve a un peatón cruzar por el paso de cebra: la empatía es buena; el exceso de ella, estúpido.

Ay, el mar… El mar es lo más parecido al váter. Te sientas en una roca y miras las olas romper en la orilla o contra los muros del muelle; la espuma que desaparece al instante al igual que el mayor de los tímidos; la quietud cristalina en ocasiones, o fangosa en zona de berberechos; las burbujitas que ascienden

de algún pez que platea de vez en cuando al rozar la superficie. Pero yo no tengo al mar cerca…

Id por lo tanto al váter y dejaos arrastrar por sus aguas cautivadoras. No os lo ordeno, os lo aconsejo; una humilde recomendación para conseguir estar a solas con el Yo, con el preciado Yo que cada día se aleja un poquito más de nosotros mismos. Tal vez se vaya con toda la razón despreciándonos por provocar semejante cercenamiento. Da igual, sobreviviremos: ante este divorcio ya habrá alguien que nos diga lo que debemos hacer. De nosotros dependerá el ser obedientes o no. De nosotros dependerá, o no.