Creo que en los tribunales a Trump le pueden pedir hasta 700 años de cárcel que penden sobre su cabeza, mejor dicho, sobre esa boina que luce de pelirrojo que no sabemos si será trasplante de titanio dorado en filamentos. Un resumen radical de las posiciones que mantiene Trump: no está lejos de ser algo así como cambiar la política exterior, controlar la inmigración, enfrentar al ideario woke -desde el cambio climático hasta las teorías raciales/colonizadoras- y dejando caer en medio de las grandes corporaciones multinacionales su aversión a las siglas ESG, las que hacen referencia a que la empresa que las adopta incorpora las normativas ambientales, sociales y de gobierno corporativo respetuosos con toda la agenda progresista. No hay gran corporación que no celebre el 8M, el orgullo gay o no nos aleccione una y otra vez sobre la sostenibilidad. Pero vamos a hablar de Kamala Harris.
California. San Francisco. La ciudad mitificada en todo el cine de los 70 y siguientes, imagen de la libertad hippie que, al finalizar el siglo, la red de redes implosiona para ser capaz de generar en el interior de sus campus tantas ideas que llegan a crear las mayores empresas mundiales. Hoy siguen apareciendo empresas, pero hay algunas que también se van: X y SpaceX salen de California. Dice Musk que llevaba años entrando y saliendo de sus oficinas apartando drogadictos. Todo puede ser. El caso es que, la ininterrumpida desde hace años dirección demócrata del Estado va como va: hasta hace un par de meses tenía la tasa de desempleo más alta del país, y las autoridades acusan al Covid 19 de que la recuperación haya sido tan lenta. Me suena esto. También me gusta esta otra cuestión que hace referencia al nivel de exigencia institucional de los demócratas: por sexto año consecutivo California atrasa la entrega del Informe de Salud Financiera del cual dependen sus extraordinarios requerimientos de fondos públicos para su Deuda. Me sigue sonando.
Decía que estábamos en los años 70 cuando Kamala Harris se encontraba allí, en San Francisco. Tiempos de marihuana y comida vegetariana, de flores, pelo largo y de músicas muy diversas, algunas que maridaban con la heroína y en directo. A la cúpula progresista que mandaba en San Francisco y en California quería acceder Harris mientras iba haciendo contactos, malas lenguas hablan del porinteréstequieroandrés de la joven Harris que hace bingo liándose con el casado Willie Brown que por una carambola se convierte en alcalde: inmediatamente la chica yeyé llega a fiscal de distrito, en pleno San Francisco, la sin par Kamala.
En este momento y en esta ciudad entraban en el partido demócrata portentosas figuras, de las que conozco, Nancy Pelosi, que hasta ayer mismo creo que era la presidenta de la cámara de representantes y con un altísimo peso político. Otros personajes pululaban al calor de la rica miel: el alcalde George Moscone -que será sustituido por el susodicho Brown- consigue la alcaldía en 1975 con la ayuda de voluntarios y simpatizantes que tanto valían para montar protestas de distinto género como para participar activamente en las campañas electorales. Entre los más destacados figuraba Jim, un predicador que recibía muchas y variadas bendiciones de la cúpula progresista y que se pasaba el día clamando contra la guerra del Vietnam, el machismo y el racismo: infaliblemente el tipo estaba acostumbrado a pedir fondos, descubrir nuevos pecados sociales y recibir subvenciones con la que reunía una buena congregación con gran porcentaje de negros y mujeres que le permitió construir el Templo del Pueblo. Es significativo cómo todo aspirante que se precie apela y usa al Pueblo para sus propios y únicos fines: trasladado a la historia ahí tenemos en primer lugar a todos los movimientos de masas, comunismo, fascismo, socialismo, nacionalismo. Los conducator. Un vergel. Pero el amigo Jim, tan bien arropado por la cúpula política y que recibe dinero a espuertas del progresismo, comienza a recibir algunas llamadas de la policía por ciertos presuntos abusos. Tanto es así que disponiendo de suficientes fondos, contactos y estructura es capaz de trasladarse desde las ubres demócratas de San Francisco a Guyana, en el borde del Caribe. Unos mil correligionarios fundan una comuna en un extenso solar en medio de la jungla: en breve se inician y suceden los problemas de escasez de fondos, de la persecución de la Justicia que investigaba ciertos abusos en el Templo del Pueblo californiano, incluso algún asesinato cometido en el seno de la tribu. Kamala Harris goza en lo alto de la vida política al lado de su alcalde y los amigos del partido que gobiernan la ciudad. Algunos a su lado escriben incluso al presidente Jimmy Carter (y a la esposa, que quedó literalmente cautivada) defendiendo al bueno de Jim, como lo hará también el vicepresidente Walter Mondale requerido por cercanos a Kamala como Harvey Milk, que asistió a los servicios del Templo del Pueblo y escribió cartas efusivas al gran sacerdote, héroe de la justicia social, cruzado por la igualdad racial. También estuvo por allí Jane Fonda, espécimen típico del atolondrado progresismo norteamericano, e incluso gente de los Black Panters.
El Día de Acción de Gracias -18 de noviembre de 1978- los 918 miembros del Templo del Pueblo en Guyana fueron asesinados en masa por Jim Jones y sus secuaces, que ordenaron e inspiraron el envenenamiento que acabó con todos. Cianuro, unos lo bebieron y a otros inyectado bajo amenaza de muerte. Jones, un disparo en la cabeza. Todos. No hay artista progre que pinte el semblante de Kamala Harris mientras está escuchando las noticias ese día antes de trinchar el pavo.