Cartas a Pontevedra desde el futuro

09 de abril 2019
Actualizada: 18 de junio 2024

Yo hoy me siento un hombre sin patria y sin casa, sin un hogar antaño recordado, un barrio, una simple calle en la que rememorar juegos y carreras, tiendas diminutas llenas de maravillosas sorpresas de caramelos y chocolate, escondites en portales, más carreras, huyendo de los avisos maternales porque tal vez podría venir un coche

Yo hoy me siento un hombre sin patria y sin casa, sin un hogar antaño recordado, un barrio, una simple calle en la que rememorar juegos y carreras, tiendas diminutas llenas de maravillosas sorpresas de caramelos y chocolate, escondites en portales, más carreras, huyendo de los avisos maternales porque tal vez podría venir un coche.

Soñé, sin querer, en mis días en la Alameda, veinticinco pesetas que me llegaban para mi tarde feliz en los billares, en la escopeta de balines trucada, en uno o dos churros, un paseo y, a lo mejor, un roce de manos con la niña a la que juré amor eterno.

Recordé los bailes, con un traje prestado, mi primera pajarita agobiando mi cuello, los brindis por la felicidad, porque todo nos era dado, porque el futuro era el cohete que nos llevaría al infinito, cielo azul sin nubes, borrascas imposibles.

No podré nunca olvidar las castañas de la Ferrería, las palomas, malditas y confiadas, que se apoyaban en nuestras manos para comer el maíz que María nos vendía. Y la gente de la plaza, amistosa, familiar y todavía más confiada, que se regalaban unos sueños que nunca se cumplirían.

Volví a mi pueblo, maldita sea mi estampa. Regresé con un proyecto vital, una idea, un sueño, hoy irrealizable. Porque no hay feria, ni baile, ni sueños, ni personas confiadas, acaso las palomas que mendigan un maíz que nadie les dará.

No encontré gente, y se me ocurrió preguntar. Se tuvieron que marchar, me dijeron, aquí no hay vida, mi amigo, sólo sobrevivimos los que nos sentamos al sol e intentamos dar maíz a las palomas mendigantes, si nos lo permiten. No vive nadie más aquí. Apostamos algunos por un caballo ganador pero alguien le puso una zancadilla a nuestra vida, a un futuro nuestro.

Todos los días son lunes, o sábados, qué más da, me comentaron. Si llueve, no salimos, nadie acude ya a los paseos por los soportales; y tiempo hace que el sol luce sombrío, aletargado y lunar, como echándonos en cara lo que somos y no lo que algunos quisimos ser.

Aquí nada encontrarás, mi amigo, sólo un pueblo en ruinas, olvidado y, seguramente rencoroso, harto de unas promesas que nos han llevado al olvido y a la soledad. Estamos en la ciudad maldita donde andar es el sueño, pero en la que nuestros pasos nos han llevado a la pesadilla total.

Gus Nogueira