La muerte soñada anticipada, ¿cómo negarse? Escogí lo típico: el Réquiem de Mozart. Hoy, si repitiese la experiencia, me inclinaría por "Ne chantez pas la mort", esa magnífica colaboración entre Ferré y Caussimon en que se llama a la eutanasia "La suprema enfermera".
Pero, con el paso de los años, pienso más en la muerte de personas queridas desaparecidas, bien sean personas amigas o gente destacada en el mundo de la literatura o el arte, que han dejado vivencias o testimonios sobre ese momento del final inexorable. Incluso pienso en la forma de recuperarlos de alguna manera. Hay amigos que estoy, con pena, resignado a no recuperarlos jamás, bien por la evidencia de su muerte o por la absoluta seguridad de que si siguen vivos (vivas) no tengo ninguna referencia que me permita localizarlos.
Y entonces revuelvo papeles, libros … o veo trozos de películas. Por supuesto de aquellos autores que me han influido más a lo largo de los años.
Mi admirado Luis Buñuel en su autobiografía "Mi último suspiro" (escrita en colaboración con Jean Claude Carrière) termina afirmando que le gustaría cada diez años salir de su tumba para curiosear cómo ha evolucionado el mundo, la sociedad. Lo haría dirigiéndose a un kiosko de prensa y repasar las noticias de los periódicos. Hasta D. Luis, de imaginación desbordante, tendría dificultad en comprender en qué se han convertido los kioskos que han pasado de vender periódicos a repartir chucherías, dulces o revistas del "corazón". O, si abriese una de esas revistas, encontrarse con modelos masculinos que visten como mujeres, aunque si se acompañan de barba, quizás Buñuel sonreiría. También, eso sí, podría constatar que la catástrofe planetaria que él creía que acabaría produciéndose, todavía no se había producido. A Buñuel, admirador de Sade, no le gustaba en el arte lo políticamente correcto. André Breton le comentó una vez (¡tanto tiempo atrás!) que "el escándalo ya no existe". Pero, en cualquier caso, no buscaría un psiquiatra, no le gustaba el psicoanálisis y creía en la imaginación como libertad total del hombre.
J. Paul Sartre, tampoco nos consolaría demasiado, al fin y al cabo: "antes de nacer no somos nada, después de morir, tampoco". La vida es un intermedio entre la nada y la nada, de dudosa importancia, por lo tanto.
Si la edad nos acosa y nos empuja y los amigos ni reaparecen ni resucitan, consuela encontrarse – sin tener que buscar en las religiones que tenemos a mano y que nos han conformado – opiniones médicas doctas. Tal es el caso del Dr. Sans Segarra que asegura que hoy "tenemos pruebas objetivas, con base científica que permiten afirmar que la muerte física no es el fin de nuestra existencia real que perdura después en otra dimensión energética". Dan ganas de gritar: Dios te oiga.
Leer a Sans Segarra remite (las cosas no son como las vemos sino como las recordamos, decía Valle Inclán) a testimonios de quienes después de experiencias con el ácido lisérgico confesaban la aparición, bajo sus efectos, de imágenes perdidas en el inconsciente, recordando incluso imágenes y sonidos de los primeros años de vida.
La poesía, como no podía ser menos, está llena de reflexiones y símbolos sobre la muerte. Son pocos los escritores – los creadores de cualquier tipo en general – que no la han aludido. Imposible elegir entre tanta maravilla poética, difícil seleccionar a los que han escrito mejor sobre ella. Leopoldo María Panero, el llamado "poeta loco" se manifestaba destruido por la poesía y especificaba que "sólo es hermoso el pájaro cuando muere", al mismo tiempo que aseguraba que la locura es una defensa natural. John Keats para quien la muerte es la gran incógnita de la vida, veía a la muerte como liberación.
Pablo Guerrero, en un magnífico poema cantado decía: "para huir de la muerte, nos amaremos sin horario y sin ley. Sencillamente". Imaginando una ciudad en dónde lucha la muerte y el amor, el amor y la muerte. La vida, pues.