No recuerdo exactamente si compartíamos coche por semanas o si íbamos siempre en mi "Seat 133" de color amarillo; una auténtica bala, con tracción trasera -como debe ser-, PO 2813 K; capaz de subir con poderío, (a fume de carozo), la cuesta del alto de Puxeiros entre Vigo y Porriño, pidiendo a gritos en los tramos más pronunciados una quinta velocidad que no tenía y yo suplía - cuando era posible- con adelantamientos ágiles y cómodos con tal de no romper el ritmo en la subida. Aquel nuevo "Seat venía a sustituir el veterano 600 al igual, creo recordar, el 1430 lo hacía con el reconocido 1500.
Cierto es que yo lo trataba a cuerpo de rey: cambio de aceite BP, gasolina Super también de la Britihs Petroleum cada dos mil y los mejores aditivos del mercado para aceite y gasolina, revisión y/o cambio de valvulina… ; calefacción a tope en verano con el fin de evitar un posible calentamiento -presumían de ser coches muy "revolucionados - a lo que sumaba, en este mismo sentido, tener semiabierto el pequeño capó trasero de motor merced un artilugio de gomas elásticas y dos piezas en madera para refrigerar el interior.
Eliseo y yo trabajábamos en el colegio de La Lama de nueve a diecisiete, incluidas las dos horas dedicadas a la comida. Yo solía romper con frecuencia el horario ininterrumpido y regresaba a casa a comer, con el tiempo más que contado para estar de nuevo en clase a las tres, permitiéndome hacer una parada en un bar de La Reigosa desde donde partía una señal que rezaba "Monte de LA FRACHA" del que tan bien me contaba mi colega en alguna ocasión de la ida o de la vuelta.
- No me digas que no subiste nunca – me decía Eliseo. Es bonito, con prado tipo alpino, aglomeraciones de rocas que parecen puestas a propósito por un cíclope, caminos entre bosques de pino manso; incluso hay lobos -decía.
La verdad es que yo, sin haber profundizado plenamente, si había tenido contacto con el monte desde otro punto, a raíz de la invitación de un amigo lugareño llamado Tino, quien nos invitó a conocer una curiosa roca tipo menhir a la que llaman Pedra Longa situada en el lado que La Fracha da a Marcón.
Finalizado el curso escolar, una tarde de verano, cogí a mis tres hijos, subimos hasta el bar de la Reigosa aparcamos y nos metimos monte arriba, corroborando todo aquello que me había dicho mi compañero exceptuando los lobos, claro. El monte colmaba mis expectativas lo que indica que volvimos una y otra vez, sobre todo en otoño en busca de los estupendos boletus en el camino de las antenas o los preciados níscalos y cantarelas en la pequeña vaguada del bosque de los pinos mansos varias veces pasto del fuego. Llegamos a conversar con un pastor trashumante procedente de Castilla León, encontrarnos con un posible cementerio de animales rodeado de grandes helechos, hacíamos pequeños rapeles y mini escaladas en la masa rocosa de uno de los picos, nos separábamos los días de niebla para volver a reunirnos orientándonos a base de silbato… En fin que por entonces La Fracha era bastante desconocida para muchos, pero no para nosotros.
Hace un año que no acudo por allí por "falta de tiempo", pero leo en PontevedraViva las actuaciones y proyectos que se están llevando a cabo y me alegra que se haga conocer la belleza del parque y se muestre este a todos animando a visitarlo como Eliseo hizo conmigo.
Viejo amigo, ¿qué es de tu vida?