El incendio de la emblemática fábrica de Pontesa. Ese era el único tema de conversación en todos los rincones de las localidades de Paredes, Arcade o Ponte Sampaio. La intensa columna de humo negro que cubrió la desembocadura del Verdugo, el estado de los heridos y el intenso olor a quemado centraban las preocupaciones de un vecindario todavía sobrecogido por la escena vivida durante la tarde y la noche del pasado domingo.
El trasiego de peatones por delante de las viejas instalaciones de Pontesa durante esta mañana era incesante, como el de todos los días, con una salvedad. Volvieron las mascarillas y, el que ya la desterró de su indumentaria habitual, se cubría la nariz y la boca con la mano.
En las cafeterías, los clientes intercambiaban sus impresiones sobre el incendio, otros ojeaban, todavía atónitos, las noticias en la prensa local y algunos mostraban vídeos y fotos compartidos a través de las redes sociales.
Muchos vecinos de estas localidades siguieron las labores de extinción del fuego desde primera línea, desde las ventanas y balcones de sus casas, casi todas con vistas a una nave que durente medio siglo dio trabajo a buena parte de sus habitantes. La terraza de la azotea de un hotel próximo a la antigua factoría se convirtió en un improvisado palco para seguir, con angustia y temor, el trabajo de los efectivos de emergencia.
"Teníamos mucho miedo de que el humo viniese hacia aquí, porque acabamos de arreglar la fachada y porque estaba ardiendo la cubierta, que es de uralita y podría contener amianto que es muy contaminante", explicaba este lunes María José, la directora del hotel San Luis, desde una privilegiada azotea con unas vistas a la ría de Vigo oculta ayer por una densa y sobrecogedora columna de humo negro.
"Es una pena lo que ha pasado porque es una fábrica con mucha historia. En los años cincuenta era una empresa puntera", recuerda la gerente de un hotel que compartió los años de esplendor de la antigua Pontesa. "En los años cincuenta, aquí se hospedaban trabajadores alemanes que venían a hacer labores de inspección y controlo en la fábrica", recuerda María José.
Hoy en día situación ya no tiene nada que ver con la de hace 50 años. La fábrica de cerámica quebró y buena parte de sus instalaciones están abandonadas, casi en ruinas. Otras pasaron a tener otra utilidad, funcionan como almacenes. Y fue en una de esas naves dedicada al acopio de cereales en la que se originó este voraz incendio.
En la explanada exterior del complejo fabril, sobresale también la acumulación de troncos de madera. Esta escena no es habitual, pero el cierre de Ence por la prealerta por sequía convirtió esta fábrica en un almacén improvisado que aportó una dosis más de peligro al incendio. "Nos daba miedo también que el fuego se extendiese hasta los troncos, porque mira cuánta madera hay, si llega a arder...", confesaba una preocupada María José señalando desde la azotea los centenares de troncos allí amontonados.
Aunque ya no es lo que era, la relación entre la fábrica y el hotel sigue siendo estrecha. "Sigue habiendo mucho movimiento a diario de camiones entrando y saliendo, pero trabajadores hay muy pocos. Aun así, algunos operarios siguen viniendo a comer aquí a diario", sostiene la hostelera preocupada por el estado de salud del trabajador que resultó herido de gravedad como consecuencia de las quemaduras sufridas por la explosión.
Mientras tanto, en el interior del recinto fabril el tiempo parecía haberse congelado. Los restos de cereal ardidos seguían humeando bajo la atenta vigilancia de efectivos de emergencias, bomberos y la Policía Nacional. Los agentes custodiaban la fábrica a la espera de la llegada de los especialistas de la Policía Científica, encargados de investigar las causas del origen del incendio.
Al interior de la factoría, acordonada, no estaba permitido el acceso y por los alrededores de la nave solo podía verse a algunos operarios y responsables de la empresa que tenía alquilada la nave intercambiando opiniones sobre lo ocurrido.