Ha pasado casi un año y aún no había reunido las fuerzas necesarias para regresar a la zona cero. El 24 de julio de 2013 acudió con otros tres voluntarios de Protección Civil al barrio compostelano de Angrois para prestar "la ayuda que hiciese falta" tras el descarrilamiento del tren Alvia. Permaneció allí desde las 23.30 de la noche hasta las 12.30 horas de la mañana siguiente colaborando, primero, en el rescate de heridos y fallecidos y, después, para recuperar el contenido de los vagones y colaborar en la limpieza de la vía. Y, cuando llegó a casa, intentó dormir, pero "las imágenes me comían". Con el paso de los meses consiguió mantener esos recuerdos apartados, se creía que "ya los tenía medio olvidados", pero este lunes volvió y no lo pudo evitar, se le puso la piel de la gallina y "empezaron a venirme las lágrimas".
El reencuentro con Angrois le resultó "muy duro". Llegó, aparcó y quiso bajarse en la zona en la que aquella noche se concentraba parte del dispositivo de rescate, a tan sólo unos metros de uno de los vagones que saltó de la vía al lado de las casas. Pero los recuerdos le volvían y decidió irse hacia la otra punta del barrio, "por no recordar", entre otras circunstancias, los sonidos de los móviles de los viajeros sonando en los vagones, pues "esa cantidad de teléfonos sonando es una cosa que no sacas de la cabeza".
Pasados unos minutos, reunió fuerzas y regresó para encontrarse con voluntarios de varias agrupaciones de Protección Civil con los que hace un año trabajó codo con codo para intentar minimizar las consecuencias del fatídico accidente, que se saldó con 79 muertos (80 si se contabiliza un viajero fallecido en octubre) y más de 140 heridos. Todos se mantendrán en el anonimato, como anónimo fue el 'espíritu de Angrois', personas que ayudaban a personas, sin importar el nombre o procedencia.
No es la primera vez para sus compañeros, pero la carga emocional es la misma. Uno de ellos recuerda que cuando quiso regresar poco tiempo después del accidente "no duré aquí ni 30 segundos". Desde entonces sí ha estado en la zona en varias ocasiones y las sensaciones siguen siendo las mismas, "te coloques donde te coloques de la curva de A Grandeira, cada metro cuadrado tiene un sentimiento, tiene una palabra de un compañero".
"Cada metro tiene una imagen, cada metro tiene un recuerdo y yo creo que eso va a tardar muchos años en desaparecer, si desaparece", manifiesta este voluntario mientras, una vez más, se le pone la piel de gallina al regresar, pues "un año después no se te quitan las imágenes de la cabeza". Cada vez que llega al puente desde el que aquella noche se veían los vagones destrozados y que ahora se ha convertido en guardián de flores, notas, recuerdos y homenajes a las víctimas vuelven a pasarle, a modo de fotogramas, los sucesos de aquella noche. Las mantas, los heridos, los cadáveres, los restos del tren y todas las veces que bajó a las vías para rescatar a un pasajero o alguno de sus objetos personales.
Otro de estos voluntarios tiene que regresar con cierta frecuencia a Angrois, pero no por más habitual el momento resulta sencillo. El primer día, el segundo costó. Y ahora aún cuesta. Para algunos voluntarios las vivencias asociadas al descarrilamiento no acabaron el 24 de julio, ni el 25, sino que en los días posteriores aún siguieron prestando atención a las víctimas de los heridos y fallecidos e intentar poner un poco de distancia para superar los duros momentos vividos resulta más complicado.
"Cada metro tiene una imagen, cada metro tiene un recuerdo y yo creo que eso va a tardar muchos años en desaparecer"
Desde que el tren descarriló en Angrois a las 20.41 horas del 24 de julio, algunos de los integrantes del operativo no se pararon a descansar hasta las dos de la madrugada del viernes, más de dos días después, y pensaba que el cansancio haría que lograse descansar, pero no fue así: "Mi mujer me dijo: estabas gritando, dormías, pero llorando". Unas horas después volvió a levantarse y volvió a Angrois, a la sede de Protección Civil, al multiusos del Sar (tanatorio colectivo), al edificio Cersia de información a las víctimas, porque "qué hacía en casa sabiendo que podía ayudar en algún sitio". Ahora, pasados casi doce meses, aún "me acuerdo de las víctimas, de sus familiares no necesité ningún psicólogo, pero estuve bastante sin dormir a gusto". Tiene los ojos brillantes de la emoción, mayor en los últimos días, cuando "empezó a hablarse otra vez".
A medida que recorren el barrio de Angrois recuerdan dónde rescataron un herido, dónde taparon un cadáver con una manta, imágenes dramáticas que tienen muy vivas en su mente, pero que, por su dureza y por respeto a las víctimas, no se reproducirán. A su cabeza vuelven las 26 agrupaciones de Protección Civil que aquella noche y los días siguientes colaboraron en el operativo de emergencia y la ayuda entregada, valiente y desinteresada de los vecinos de Angrois, los primeros en echarse a las vías y apoyo fundamental a los policías, bomberos, sanitarios que colaboraron en el operativo. A todos ellos se les entregará este 24 de julio, aniversario del accidente, la Medalla de Oro de Galicia por su aportación.
"El voluntariado no tiene problemas con nadie. Se trabajó en conjunto y es la parte buena que sacamos de aquí"
Las Medallas de Oro de Galicia premian este año lo que se bautizó por aquel entonces como el espíritu de Angrois o la Galicia solidaria, entre ellos, siete agrupaciones de Protección Civil de la provincia de Pontevedra. Algunos agradecen la implicación de todos y que "aquel día se trabajó muy bien" mientras otros creen que el recuerdo que realmente debería perdurar de esa experiencia es que "en ningún momento dijimos que yo soy de aquí o tú eres de allí, no, empezamos a trabajar todos juntos, gente que no se conocía de nada". "El voluntariado no tiene problemas con nadie. Se trabajó en conjunto y es la parte buena que sacamos de aquí", valora.
"Me quedaría con tres palabras, tristeza, solidaridad y humanidad"
Hay quien se ha quedado, dentro de toda la amargura del momento, con que "aquí había muchas agrupaciones, mucho personal y nadie tenía una cara más larga que otra, había silencio y una transparencia de uniformidades, no se distinguían más que cuerpos de emergencias". Este voluntario "quedaría con tres palabras, tristeza, solidaridad y humanidad". Tristeza "por todo lo que pasó". Solidaridad de pensar "todos tenemos que echar una mano". Humanidad "de todos los servicios de emergencias".
Y todos se quedan con la satisfacción de haber podido ayudar, pero la pena de no haber podido ayudar más. "Un año después no me pregunto si pude haber estado, estuve".
(Esta 'conversación' se ha traducido para agilizar su lectura, pues sus cuatro protagonistas hablaron indistintamente en gallego y español)