La respuesta a la pregunta que planteamos en este titular es "sí". Al menos, así se desprende del estudio que han realizado de forma conjunta investigadores de las universidades de Vigo y Santiago y el Centro de Investigaciones Forestales de Lourizán.
Han logrado diseñar un modelo estadístico que permite predecir qué zonas de monte son más proclives a sufrir incendios de "alta severidad", es decir, esos fuegos que afectan a los árboles en su totalidad.
El estudio, coordinado por el profesor José María Fernández de la Escuela de Ingeniería Forestal del campus de Pontevedra, concluye que la fuerza y dirección del viento, el tipo de vegetación o la existencia de pendientes en el terreno son factores "determinantes" para que los incendios forestales causen "mayores daños" en las masas arbóreas.
Basándose en esos factores y otras variables topográficas, meteorológicas y relativas a los combustibles vegetales, este modelo diferencia en qué parcelas es más probable que se produzcan graves incendios. Para ello, se analizaron entre otros los incendios que sufrieron en 2013 los municipios pontevedreses de Ponte Caldelas y Oia.
"Lo que nos interesaba ver es si en base a los datos que recogimos de los incendios somos capaces de predecir dónde va a ocurrir lo mismo en una zona que no haya ardido", explica José María Fernández.
A partir de la investigación, los investigadores concluyeron que los incendios son "más frecuentes" en zonas con alta velocidad de viento y en zonas donde las copas del arbolado están más cerca del suelo "lo cual era lógico", así como en lugares más expuestos al sol.
Además, los incendios más graves se repiten en áreas "con alta rugosidad del terreno" o en lugares en los que el suelo presenta mayores variaciones de altura en un corto espacio.
El estudio que se desarrolló en Pontevedra se centró en los llamados "fuegos de copa", que son incendios caracterizados por el paso de las llamas de la copa de un árbol a otra, provocando que estas ardan por completo.
Se trata, señala Fernández, de incendios que traen consigo "muchas implicaciones", en primer término, en las propias tareas de extinción, ya que "no es lo mismo enfrentarse a llamas de ocho metros que de 25, que son algo realmente imparable".
Una vez sofocados, añade, no sólo se pierde masa arbórea, sino que el suelo queda "totalmente expuesto" a la acción de la lluvia, que va a provocar un arrastre de materiales que generará "repercusiones negativas" más allá de la zona del incendio.
Poder distinguir, por lo tanto, qué parcelas son "críticas" puede ser una manera de "ayudar" en la toma de decisiones sobre tratamientos preventivos, según los autores de la investigación.
Los resultados de este estudio se recogen en el artículo que Fernández firma, junto a José Antonio Vega y Enrique Jiménez del Centro de Investigaciones Forestales de Lourizán y Ana Daría Ruiz y Juan Gabriel Álvarez de la Universidad de Santiago, en la revista European Journal of Forest Research.