No se le pueden poner puertas al campo. El confinamiento decretado por el Gobierno para frenar el avance del coronavirus se encontró con una excepción en el rural. No por desobediencia, por obligación y necesidad. "Os animais teñen que comer todos os días, neniño". Contundente argumento que justifica la presencia de vecinos en los campos y huertas de los asentamientos rurales del área de Pontevedra.
El del campo es un trabajo duro y no siempre bien valorado, pero estos días desde el encierro absoluto de las ciudades se observa con cierta envidia la libertad de salir a tomar el aire o a dar una breve caminata por el monte que rodea estos asentamientos rurales. "¡Quién me diera tener un jardín!", habrán oído de forma reiterada de muchos amigos, familiares y conocidos urbanitas que antes rehusaban coger una hazada o salían despavoridos al ver un insecto.
En las fincas, los propietarios se afanan estos días en preparar los campos para la siembra, en retirar malas hierbas y en recoger el fruto de semanas anteriores. Sin embargo, también ellos se están viendo afectados por las restricciones de movimiento. Muchos dueños tienen fincas a varios kilómetros de sus casas y al no tratarse de grandes productores, sino que producen para consumo doméstico, temen que las autoridades los multen y por eso muchos optan por dejar sus huertos abandonados.
A los que no pueden dejar de lado son a sus animales. En el corral a gallinas y cerdos hay que visitarlos todos los días, pero hay otros animales de granja que necesitan salir a pastar. Es el caso de cabras, ovejas y vacas que pueden verse en las parcelas disfrutando del pasto fresco que brota en estos primeros y cálidos días de primavera.
Aun así y a pesar de que en espacios abiertos las posibilidades de contagio se reducen, el miedo a contraer el coronavirus sigue muy presente. "Eu non sei se é bo sair ou non, pero teño que vir a botarlle de comer ás galiñas", explica una octogenaria de Poio que baja a diario a su finca para atender a sus aves de corral y comprobar el crecimiento de sus repollos, lechugas y verzas.
La duración del confinamiento sigue siendo todavía una incógnita. La prohibición de reunirse con amigos, tomarse un café en una terraza o dar un paseo por la playa es algo que afecta a la sociedad, pero con la compañía de los animales, con una huerta en la que matar las horas muertas o un jardín en el que tomar el sol., la cuarentena se lleva mejor.