El camino diario hacia la reeducación: "Se trata de salir de aquí y empezar una vida nueva"

A Lama
16 de octubre 2018

Más de 150 años después de que en 1861 Concepción Arenal escribiese que "lo peor que puede suceder es que en las prisiones no entre nadie, como ha sucedido hasta aquí", entramos en el centro penitenciario de A Lama y conocemos cómo es su día a día en su 20 aniversario

Prisión de A Lama Mónica Patxot - Arquivo

Corría el año 1861 cuando Concepción Arenal escribía que "lo peor que puede suceder es que en las prisiones no entre nadie, como ha sucedido hasta aquí". Han pasado 157 años desde que esta precursora del feminismo y de la apuesta por la reinserción y la educación en las prisiones escribió su obra, pero su filosofía sigue tan actual que cobra sentido toda iniciativa para dar a conocer cómo se vive en el interior de un centro penitenciario. Tras los muros del de A Lama hay mucha vida, muy diferente a la idea preconcebida que tiene una parte de la población de cómo es todo rejas adentro y a la espera de ser contada por quiénes la construyen día a día: trabajadores e internos. 

La podemos conocer de la mano de Dani y Santiago, dos internos que llevan un año y cuatro meses y tres años en prisión, los últimos meses viviendo en primera persona el presente de la reinserción en el sistema penitenciario, ese ideal que parecía utópico cuando Concepción Arenal escribió 'El visitador del preso' y que a ellos les ha hecho recobrar toda confianza en que, una vez que cumplan su condena, puedan recuperar las riendas de sus vidas y seguir caminos que nunca más les vuelvan a llevar a estar privados de libertad. 

Ambos cumplen condena y son en la actualidad coordinadores en el MET, el módulo educativo y terapéutico de A Lama, que, como recuerda Teresa Delgado, subdirectora de tratamiento del centro, suponen "dar un paso más" en los módulos de convivencia y añadir a los internos la posibilidad de curar la adicción a las drogas y/o el alcohol que desencadenó su ingreso en prisión. Tal y como insiste David, educador del módulo 9 de convivencia, "toda la prisión está libre de drogas, pero los internos que asumen el compromiso de entrar en uno de estos módulos se están comprometiendo también a unos controles estrictos" que garanticen que no burlan la ley para consumir sustancias prohibidas. En el MET, se va más allá y se les ofrece tratamiento específico de deshabituación.

Dani y Santiago asumieron el compromiso y se sometieron al exigente programa del MET, pero ya casi alcanzan con la palma de su mano esa vida soñada sin adicciones ni delitos. "Se trata de eso, de salir de aquí y empezar una vida nueva", insisten.

Cuando un interno entra en el MET lo hace voluntariamente y tras un período de prueba de 20-25 días en el que conoce su funcionamiento para saber si está dispuesto a cumplir las normas del tratamiento. Una vez que dan el sí, pasan por tres fases, una primera de tres meses para conocer el módulo, darse a conocer e interiorizar las normas y una segunda más larga en la que se profundiza en el trabajo más individual y se avanza con terapeutas, educadores y psicólogos en "por qué llegaste al módulo ocho, qué conductas te trajeron a la cárcel, qué has hecho bien o mal, qué puedes cambiar". Son siete meses en los que "empezas a hacer un cambio personal".

Esa segunda fase se hace dura, pues los internos urgan en su vida, pero tienen el apoyo de los compañeros, de un equipo multidisciplinar y de su tutor y, una vez superada, se pasa a la tercera, la de integración propiamente dicha, en la que empieza a gestarse su salida de prisión a un centro exterior como, por ejemplo, el cerrado de Proyecto Hombre en Ourense, en el que continuarán el tratamiento y la condena. Las posibilidades son tan variadas como los casos de cada interno o la duración de su condena y siempre se elabora un itinerario personalizado.

"Cuando sales, empiezas a aplicar lo que aprendes aquí", indican estos dos internos, "que no te drogues aquí no es difícil porque estás en un sitio controlado, pero el reto está fuera. El reto es cambiar tu vida". Para muchos el cambio pasa por recuperar los vínculos familiares, que son cruciales y que muchas veces han dinamitado en la espiral de drogas, alcohol y delincuencia en la que entraron antes de acabar en prisión. Dani, por ejemplo, confiesa: "llegué hecho una piltrafa, en declive total, no me hablaba con nadie". Ahora ha recuperado la relación con su hija y con su hermano y ve la luz al final del túnel

"Que no te drogues aquí no es difícil porque estás en un sitio controlado, pero el reto está fuera. El reto es cambiar tu vida"

En el duro día a día de la reeducación tienen aliados claves en el personal de Cruz Roja que trabaja con ellos cada mañana, en sus terapeutas y también en sus tutores. En este módulo, los funcionarios de vigilancia asumen un compromiso más allá de sus obligaciones y hay cuatro que, a turnos, ejercen de tutores, conocen las problemáticas de los internos y actúan de enlaces con el equipo multidisciplinar. 

Se trata de un destino voluntario que Ramón, uno de los cuatro actuales, explica que pidió hace ya un año "por una cuestión de realización personal, de darle más sentido a lo que hacemos". La suya no es una "mera labor de vigilancia o custodia", sino que hacen su aportación personal porque "le puedes aportar mucho". No resulta extraño que estos tutores incluso acompañen a los internos en sus salidas de prisión, en lo que Teresa Delgado llama "permisos tratamentales" para empezar a sentar las bases de su vida fuera. 

El día a día en el MET se diferencia por estos tratamientos anti adicciones, pero en el resto reproducen el esquema de módulos de convivencia como el 9, en el que forman parte del equipo de gestión Germán y Ramón. Sus celdas se abren y cierran a la misma hora que en el resto de módulos ordinarios y pasan, de media, 14 horas al día en ellas, pero lo que marca la diferencia es cómo viven esa mitad de la jornada que pueden salir a las dependencias comunes en las que conviven y se respetan. 

El equipo directivo que lleva con buen timón José Ángel Vázquez en A Lama suele hacer incursiones frecuentes a estos módulos para ver cómo discurre su día a día, pero quiénes realmente guían la actividad del módulo son, en "corresponsabilidad", internos y educadores. Desde que a las 8.30-8.45 bajan a desayunar hasta que a las 13.00 comen y vuelven a sus celdas a descansar, "la idea es que se mantengan siempre ocupados" y así lo garantiza el trabajo de unos y otros

La tarde, entre las 16.30 que vuelven a salir de la celda y que vuelven a acostarse, es el momento de "tiempo libre" en el que muchos se dedican al deporte, a leer, a la televisión o a hobbies como jugar a las cartas en el aula que tienen reservada como pequeña biblioteca -hay una en cada módulo y una central en el edificio multiusos-, pero las mañanas tienen que tener una actividad "organizada"

"Es mucho mejor estar en un módulo convivencial", aseguran Germán y Ramón, este otro basándose en su experiencia de una estancia previa en prisión en un módulo ordinario. "Nos comprometemos, nos encargamos de la limpieza, de las actividades... Exige normas para relacionaros entre nosotros. Es como si estuviésemos en casa, para nosotros es mucho mejor", relatan.

Tienen normas que José Ángel Vázquez define como "muy básicas" como son "no escupir en el suelo" porque son los propios internos los responsables de la limpieza de los módulos y otras que ahondan más en cómo mejorar la experiencia diaria y que siempre se consensúa entre todos bajo la coordinación de los educadores en una asamblea de todos los habitantes del módulo, en la actualidad 79, muchos en celdas individuales y otros en compartidas. 

Esas normas les llevan a tener cada día de 10.00 a 12.30 horas actividades obligatorias. Algunos forman parte del total de 300 internos que actualmente asisten a actividades formativas oficiales en el centro, de modo que salen del módulo para sus clases, pero otros se quedan y autogestionan cursos de seguridad vial, informática, geografía, historia o emprendimiento. Hay quién opta por asistir al taller de marquetería y crear verdaderas joyas como hórreos, barcos o incluso casitas de muñecas de madera para regalar a sus familiares o al propio centro.

En el módulo 9, como ocurre en los otros seis de convivencia, "la idea básica es que se respetan" y que se trabaje en la "reeducación" con el objetivo de "devolverlos a la sociedad de tal forma que no vuelvan a delinquir". En estos módulos, tal y como sostiene el director del centro, incluso se genera "un ambiente más propicio" para que se sometan con éxito a programas de reeducación en asuntos tan delicados como la violencia de género o las agresiones sexuales.

Así ha sido la evolución de A Lama hasta llegar a esta situación actual