Del corazón de la masacre en Ucrania a Marín: "Mataron a niños por la calle, dispararon a todo lo que veían"

Marín
06 de abril 2022

Su casa ya no existe. El lugar en el que se refugió acabó destrozado por una bomba. Ahora, 41 días después de que el horror acabase con su vida tal y como la conocía, llega a Marín en busca de un nuevo hogar lejos del horror. Es Anna Sidorova, refugiada en el colegio San Narciso

Llegada de 20 refugiados ucranianos al colegio San Narciso de Marín
Llegada de 20 refugiados ucranianos al colegio San Narciso de Marín

Su casa ya no existe. El lugar en el que se refugió acabó destrozado por una bomba. Ahora, 41 días después de que el horror acabase con su vida tal y como la conocía, llega a Marín en busca de un nuevo hogar y una oportunidad lejos del horror. 

Es Anna Sidorova, una joven de 31 años que residía en Kiev cuando Rusia invadió Ucrania. Allí perdió su primera vivienda. La segunda voló por los aires en Borodyanka, la ciudad que en las últimas horas el Gobierno ucraniano ha situado como uno de los epicentros de la masacre, con escenas todavía peores que las que en los últimos días salieron a la luz de Bucha.  

El 24 de febrero el inicio de la Guerra de Ucrania sorprendió a Anna en su casa de Kiev y esa misma jornada puso rumbo a la ciudad de Borodyanka. Llegó en busca de refugio con su familia y encontró un infierno. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, reveló este martes que "hay información de que en Borodyanka y algunas otras ciudades ucranianas liberadas el número de bajas de civiles puede ser aún mucho mayor". 

La fiscal general de Ucrania, Iryna Venediktova, aseguró que las atrocidades que se vivieron en esta localidad a 25 kilómetros al oeste de Bucha, a 50 de Kiev, presentan "en términos de bajas humanas, la peor situación". La ciudad estuvo en manos de las fuerzas rusas durante semanas y, al igual que en Bucha, se habla de asesinatos masivos de civiles. 

Este martes, nada más llegar a Marín, a través de una intérprete, Oksana, esta joven ucraniana relató su terrible experiencia allí. Llegó a España hace días con sus hijos de 12 y 3 años y, tras unas jornadas con una familia de acogida en Madrid, puso rumbo a Pontevedra porque en el colegio San Narciso le ofrecen escolarizar a los niños. A su lado, otras 17 personas, entre las que estaban también dos hermanas de Anna. 

De esos días en Borodyanka recuerda que "mataron a niños por la calle, dispararon a los coches, a todo lo que veían, a todo el mundo". La situación fue mala desde el principio, pero fue empeorando con el paso de los días. Ya el segundo día de la guerra "hubo muchos aviones rusos y volaban bajo, como a 300 metros, para que los ucranianos no pudieran dispararles". 

En esos primeros días, la población civil creía lo que le decían las fuerzas rusas, "que no iban a hacer nada malo a gente civil", y se quedaron todos en casa esperando. Sin embargo, pasaron pocos días cuando "empezaron a disparar a los coches e incluso a coches donde ponían que había niños".

En ese momento, "se dieron cuenta de que no podían quedarse allí". A través de su intérprete, Anna contó que "gracias a Dios", su marido la convenció de que "se tenían que marchar urgentemente con los niños" porque un par de días después cayó una bomba en su casa. Ahora "se ha quemado todo y ya no tienen nada allí, donde estaba refugiada ya no había nada".

Se quedó sin su segunda casa y llega a Marín en busca de esa nueva oportunidad. En Kiev trabajaba vendiendo tickets de tren en la estación de ferrocarril, pero aquí llega sin nada. También sin su marido, que se quedó en Ucrania. Allí, "en principio, ayudaba a evacuar a la gente, ancianos y otra gente allí", pero "ahora el ejército ruso ya no deja ni recoger cadáveres". 

Muy agradecida con la solidaridad recibida en España, no quiso perder la oportunidad de trasladarse a Marín porque había opción de escolarizar a sus hijos. Ella quiere aprender español y buscar trabajo, "y ya en el futuro ya verá", pues "el marido está allí"

A Marín llegó en un autobús procedente de Madrid con un total de 20 refugiados ucranianos, familias de madres con sus hijos. Las caras de cansancio y las miradas desubicadas empezaron a descender las escaleras pocos minutos después de las cuatro de la tarde, todavía sin comer y con ganas de encontrar el ansiado descanso. Pocos minutos después, tras dejar sus maletas, disfrutaban de la primera comida en calma en el que será su nuevo hogar por un tiempo que nadie es capaz de definir. 

En el colegio San Narciso hay, con ellos, 52 refugiados ucranianos, pertenecientes a 19 familias diferentes, de los que 38 son niños ahora escolarizados en el centro y residiendo con sus madres y abuelas en la residencia ubicada en el mismo recinto. No es la capacidad máxima que tienen las instalaciones, pero sí el máximo de recursos disponibles para darles la atención que requieren para esta nueva etapa, según informa Antonio Traba, director del centro.

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