Hace medio siglo que no se vivía en Combarro una escena similar a la registrada el pasado sábado. El agua llegó hasta las casas, inundó bajos, restaurantes y tiendas y, en algunos negocios, causó importantes destrozos. Los más viejos del lugar señalan que es habitual que dos veces al año el agua inunde calles y plazas, pero no en los términos del sábado pasado y que, para encontrar el último episodio similar, hace falta remontarse 50 años.
Lo recuerda Jaime Alvariñas. Su hijo Carlos regenta el bar O Peirao, en la plaza del mismo nombre, la zona cero del agua, y el sábado, tras lo ocurrido, le preguntó si recordaba algo similar. "Me dijo que había pasado eso hace 50 años, cuando estaba haciendo la casa".
Lo confirma Juan Jesús, vecino de la casa de al lado. En su caso, el sábado no estaba y no pudo vivir en primera persona lo ocurrido, pero señala que hace 50 años sí había pasado. "Tenía 5 o 6 años", señala, la última vez que vio cómo el agua le llegaba hasta la puerta de la casa.
En los últimos años no se había repetido porque en esta zona de Combarro, en la Rúa do Mar y la plaza O Peirao, se han realizado sucesivas obras en las últimas décadas para elevar el nivel del suelo sobre el agua y evitar este tipo de episodios. Se puede ver hoy en día en las escaleras del antiguo muelle o en algunas puertas, que quedan más abajo del nivel de la calle.
El sábado se produjo esta escena histórica por la confluencia de varios factores: mareas vivas y la pleamar y una borrasca de agua a la misma hora. El resultado fue que el nivel del mar subió tanto que llegó a zonas inusitadas.
Carlos Alvariñas explica que dos veces al año, en la marea de Pascua y en agosto, suelen tener episodios en los que el agua llega hasta la mitad de la plaza O Peirao, pero nada de las dimensiones de lo ocurrido el sábado. En su caso, le causó algún pequeño destrozo en el almacén y le obligó a desmontar la terraza, su punto fuerte.
Las mesas y sillas flotaban y las mamparas que separan la terraza empezaban a escaparse hacia el mar, de modo que decidieron recoger todo.
Más daños sufrió la Bodega O Bocoi, situada en la Rúa do Mar, la principal de la zona peatonal de Combarro, llena de negocios de hostelería y tiendas de recuerdos y artesanía. Su dueña, Josefa, señala que están acostumbrados a que el agua les llegue al local, pero no tanto.
El sábado tenían el local lleno para las comidas cuando el agua empezó a subir, le causó daño en los congeladores y les dejó sin luz. Además, llegó un momento en que subió tanto que los clientes se mojaron, pero lo mejor fue que todo el mundo lo tomó con humor.
"La gente lo tomó con mucho humor. Como no está acostumbrada, había gente extranjera que decía Venecia", explicó este lunes, mientras hacía balance de los daños y esperaba a que el seguro lo peritase.
Según explicó, la clientela empezó a descalzarse y algunos sacaron a otros del local a caballito. "Un camarero que tengo muy simpático les dijo: el que quiera salir seco de O Bocoi, 10 euros y lo llevo a caballo".
El humor también llevó a un vecino de esta calle a sacar la piragua y recorrer la plaza O Peirao sobre su embarcación, en una imagen que causó sensación entre la clientela de los negocios.
Al día siguiente, el domingo, también llovió mucho a la hora de la pleamar, pero el agua no alcanzó niveles tan altos. O Bocoi pudo abrir, aunque sin luz y con una carta más limitada porque no tenía electricidad en la cocina ni congeladores. La clientela no tuvo miedo al agua y acudió a sus reservas.
Igualmente con mucho humor se lo tomaron los clientes de la tapería Pedramar. Su dueño, Elio, explica que en el comedor no tenían agua, pero sí en un planta inferior del negocio, donde tiene la terraza, el almacén y los aseos.
El agua impidió usar la terraza, dañó dos congeladores y la tarima del almacén e inundó el baño. Ese buen talante de los clientes hizo que "se descalzaron para ir al cuarto de baño, para no mojar el calzado".
A partir de las 16.00 horas del sábado, la gente iba por la calle con botas de agua, con el agua cubriendo hasta media pierna -llegó a subir 50 centímetros- e incluso descalzos. Finalmente, se ha quedado en una anécdota que muchos recuerdan con cariño y que otros esperan que no se vuelva a repetir.