Después de haber recorrido sin prisas la ciudadela de Sighisoara, cuna del príncipe Vlad Tepes (Tras las huellas del conde Drácula: llueve en Transilvania), nos adentramos de nuevo en la ruta del Conde Drácula atravesando el paisaje agreste de Transilvania. Viajamos luchando contra la puesta de sol, deseando que la noche no nos atrape, pues la sinuosa carretera parece más sobrecogedora a medida que se desvanece la luz del día, mientras va adentrándose en un bosque espeso.
De vez en cuando nos cruzamos con algún carromato tirado por caballos, que se apresura a regresar a un lugar seguro antes del poniente. Mientras, sobrevuela en cada curva la imagen de la macabra silueta del vampiro y el viaje, a nuestro pesar, se hace más largo de lo esperado.
Finalmente divisamos las luces tenues de la ciudad de Sibiu, que nos recibe envuelta en miles de sombras amenazantes. Cientos de ojos nos vigilan desde los tejados de las viviendas, como si la mirada de Vlad Dracul, el demonio rumano, se multiplicara por mil en esta vieja ciudad sajona.
En la negrura de la noche, con el miedo en el cuerpo y sugestionados por la historia siniestra de nuestro personaje, preferimos esperar a que amanezca para descubrir las calles de la enigmática Sibiu.
Al despuntar el alba la cosa pinta muy distinta. Basta con poner un pie en las empedradas callejuelas para darnos cuenta del encanto de esta preciosa ciudad medieval que además es una de las mejor preservadas de Rumanía. Los temibles ojos que a la noche vigilaban desde lo alto son en realidad una de sus señas de identidad, ya que casi todos los edificios de Sibiu conservan esos peculiares ventanucos que les dan aspecto de casas vivientes con ojos.
El casco antiguo de Sibiu se caracteriza por el entramado de callejuelas, muchas de ellas comunicadas por túneles, que conservan el aspecto medieval de aire sajón. En 2004 fue incluida en la Lista Indicativa del Patrimonio de la Humanidad precisamente por su "Centro Histórico y su sistema de Plazas" entre las que se organiza la vida cotidiana de esta ciudad. Las más transitadas son la Plaza Grande y la Plaza Pequeña que se comunican por el túnel abovedado que forma la Turnul Sfatului (Torre del Consejo), todo un símbolo de la ciudad.
En la Piata Mare (Plaza Grande) encontramos alguno de los edificios más emblemáticos: el Palacio Brukenthal, una construcción en estilo barroco que acoge el Museo más antiguo de Rumanía o la Biserica Romano-Católica, la iglesia que preside la plaza junto al ayuntamiento y el museo.
Atravesando el pasadizo que forma la bonita Torre del Consejo llegamos a la Piata Mica (Plaza Pequeña) antiguamente ocupada por mercaderes y artesanos, hoy lugar de encuentro para habitantes y turistas que disfrutan de las tardes en locales y terrazas. Este es un buen lugar para probar alguno de los ricos platos que ofrece la gastronomía rumana acompañados por una jarra de cerveza, muy apreciada en Rumanía, o degustar de postre un chupito de Palinka, licor típico de la zona de Transilvania.
Sibiu fue en su día una ciudad fortificada, sus murallas de las que se conservan algunos restos protegían a comerciantes y gremios de artesanos. Entre torreones y pasadizos la imagen de la antigua ciudad se preserva tan nítida que es fácil imaginar la efervescencia de la vida intramuros, con el trajín incesante de oficios e intercambios comerciales.
La ciudad exhibe además de hermosos edificios de aire germánico, dos imponentes catedrales:
La Catedral de la Santísima Trinidad construida a principios del siglo XX, llama la atención por su aspecto en estilo neobizantino, con las paredes rayadas en colores rojizo y ocre. Pero la sorpresa está intramuros ya que los frescos y mosaicos que la adornan son deslumbrantes. Entramos en plena ceremonia así que debemos permanecer en silencio, en las iglesias rumanas la devoción es absoluta, mientras no dejamos de asombrarnos con el magnífico iconostasio o la lámpara de araña descolgada bajo la enorme cúpula, que recuerda a alguna de las mezquitas otomanas de Estambul.
Al atardecer nos acercamos al otro gran templo de Sibiu ubicado en la Plaza Huet, la catedral Luterana de Santa María, una iglesia del siglo XIV por fuera todavía más imponente que la anterior, de grandes dimensiones y que destaca por sus torres entre las que despunta la de mayor altura de toda Transilvania. Sus interiores son por el contrario más sobrios, pero incluyen varias cosas de interés, como el órgano, la pila con decoración gótica o una colección de sepulcros entre los que se dice que se encuentra enterrado el hijo de Vlad Tepes, Mihea el Malo, que moriría asesinado en los escalones de la propia iglesia. Así que, siguiendo la pista de Drácula, nos acercamos en este lugar monumental a su descendencia más directa.
Tras la visita apetece quedarse un buen rato divagando por las callejuelas del casco antiguo, para seguir descubriendo rincones encantadores. Entre bonitas fachadas de tonos pastel nos acercamos hasta el Puente de las Mentiras, que esconde una curiosa leyenda: Se dice que cuando alguien miente al atravesarlo, el puente cruje. También se cuentan otras leyendas más negras sobre comerciantes mentirosos que fueron arrojados desde el puente cuando éste revelaba sus engaños. Y es que Rumanía es una tierra llena de misterios, de cuentos y de tradiciones centenarias. Cerca del puente, un pianista desgrana una obra de algún compositor rumano que nos traslada a otra época, así que si nos dejamos arrastrar por la música enseguida nos encontraremos sumergidos entre los animados gritos de mercaderes y artesanos en la pujante ciudad medieval de Sibiu.
El sol se está escondiendo y volvemos sobre nuestros pasos hacia la bulliciosa Piata Mare, para asomarnos desde la Torre del Reloj, donde la vista de la puesta de sol es magnífica. Cuando bajamos ya no hay más luz que la que irradian las farolas y los "ojos" misteriosos de los tejados de Sibiu. Fascinadas por ese brillo tenue reconocemos que la noche, aunque resulta algo tenebrosa, hace todavía más bonita esta ciudad y nos incita a quedarnos un rato más antes de partir de nuevo tras los pasos del No-muerto.
A la mañana siguiente el sol brilla con fuerza. Es un buen momento para retomar la ruta, pero antes hacemos una parada a pocos minutos de la ciudad en un lugar muy especial: el Museo Astra, una manera fantástica de conocer más de cerca las tradiciones y estilos de vida de los distintos pueblos de Rumanía. Ocupa una extensión de casi 100 hectáreas al aire libre donde se pueden recorrer entre jardines, las construcciones más típicas de cada región, un interesante viaje al pasado rumano.
Después de un paseo soleado continuamos la ruta, impacientes por llegar a nuestro siguiente destino: a algo más de dos horas de camino nos espera la hermosa ciudad de Brasov con muchas más sorpresas para descubrir en este viaje a través del tiempo y de la Rumanía más auténtica.
Marga Díaz