El escritor oscense Manuel Vilas vuelve al podcast ‘Cara a cara’ para charlar sobre ‘El mejor libro del mundo’ que es el que por supuesto cualquier autor querría firmar y el que persigue insistentemente el narrador de esta ¿novela, o quizás ensayo literario?.
Un título que para quienes ya conozcan las letras de Vilas Vidal les retrotraerá a ese ‘Ordesa’ que tantas alegrías y reconocimientos le supusieron.
En este caso el punto de partida es una nueva década, la entrada en los sesenta años y la revisión del universo interior y exterior que esta edad le provoca.
“Los sesenta me hicieron reflexionar sobre una certeza matemática: tenía más pasado que futuro. Y ante esa certeza empecé a escribir el libro, intentando contarlo todo sin filtro. Esta es la edad en la que uno puede permitirse el lujo de no admitir ningún tipo de hipocresía, ni de freno y por eso es muy libérrimo, muy escrito con las tripas”, explica.
En este compendio de reflexiones, opiniones y experiencias sobre prácticamente todo, en ‘El mejor libro del mundo’ no escatima en abrir la puerta de atrás de su propia profesión.
"En el mundo de la literatura existe ese tabú de no decir lo que realmente los escritores llevan en la cabeza, y aquí se dice”, avanza sobre este trabajo.
De igual forma “el libro ataca dos cosas, la solemnidad y la superstición que son enemigas de la alegría de la vida, de la felicidad, la libertad" y mete el diente a supersticiones religiosas, políticas, morales, sexuales...
En este punto de la charla pasamos a una cuestión que también queda plasmada, el terrorismo de ETA.
Manuel Vilas confiesa que en las numerosas entrevistas hechas sobre este libro, nadie le había preguntado por este tema, lo cual atribuye a que “sigue siendo tabú en la sociedad española”.
El aderezo constante que utiliza es el “aceite de la inteligencia”, es decir, humor, esa somarda aragonesa de la que proviene Vilas y que aplica por ejemplo a los personajes de Égolo o de Pichulas. “La risa compartida es estar menos solos, es lo más humano que tenemos”, dice el barbastrense.
Y otro recurso del autor para que cualquiera tenga preaviso al abrir estas páginas: “llamo a las cosas por su nombre y no por sus nombres sociales, que suelen ser confusos e hipócritas”.