Navidades a la napolitana

Pontevedra
25 de diciembre 2022

En Nápoles el sentimiento navideño roza el paroxismo: deslumbrados más por el aura de los santos que presiden las monumentales iglesias que por las luces decorativas, la ciudad de los Belenes adquiere en diciembre un color especial

Sorrento
Sorrento / Marga Díaz

Se acerca diciembre y en la costa Sorrentina, muy próxima a Nápoles, se preparan para días intensos. Y no parece lógico, pues el verano italiano, ese de las películas y de los descapotables de época todavía queda muy lejos, pero es que llegan las Navidades y los napolitanos andan a mil con sus preparativos, así que en Sorrento, puerta de entrada a la magnífica costa amalfitana no van a ser menos.

En Nápoles el sentimiento navideño roza el paroxismo: deslumbrados más por el aura de los santos que presiden las monumentales iglesias que por las luces decorativas, la ciudad de los Belenes adquiere en diciembre un color especial.

Casi se podría decir que sus tres dioses: Maradona, Sofía Loren y la pizza napolitana, asisten impotentes a una temporal desmitificación, mientras que el "presepe" (el tradicional pesebre napolitano) cobra un protagonismo indiscutible. No es de extrañar ya que en Nápoles reside precisamente el origen de esa tradición secular. Desde finales del siglo XVII, pero sobre todo en el XVIII el gusto por estas representaciones navideñas fue creciendo y traspasó los límites de las iglesias convirtiéndose en una de las señas de identidad de la Corte y la nobleza, hasta que finalmente se extendió a todo el pueblo. Hoy los belenes napolitanos representan a personajes tan variopintos como Trump, el Papa Francisco o Maradona en escenarios de ruinas romanas y hasta de grandes ciudades. El realismo es brutal y el evidente toque satírico hace que perderse descubriendo detalles entre los cientos de figuras sea un auténtico placer.

Visitar Nápoles en fechas navideñas tiene en verdad un encanto especial. La Vía San Gregorio Armeno todo el año exhibe estas obras de arte, pero durante estas fechas se esmera hasta tal punto que no hay día que no amanezca abarrotada de aficionados y curiosos. Lo mismo ocurre con la próxima vía San Biagio dei Librai, donde el barullo resulta incluso acogedor, en contraste con la elegante decoración que engalana las calles de una ciudad caracterizada normalmente por su ambiente caótico y desordenado.

Aunque es ahí donde precisamente reside el encanto de Nápoles, no debemos perdernos las visitas a los interminables monumentos napolitanos: la magnífica Catedral, la Capilla de Sansevero, que acoge al Cristo Velado (una valiosa obra escultórica muy apreciada por los napolitanos), la iglesia de San Gennaro o el Convento de Santa Chiara con su patio azulejado, y por supuesto una visita imprescindible: el Museo Arqueológico Nacional.

Pero no nos engañemos, quien viaja a Nápoles normalmente no busca belleza ni patrimonio (algo de lo que la ciudad está plenamente sobrada), sino ese olor tan peculiar que desprenden sus barrios, así que después de un par de días empapándonos de arte lo que toca es callejear y callejear para descubrir esos rincones que hacen de Nápoles la ciudad más especial de Italia.

En el barrio español, si no nos conformamos con sentarnos en una de las terrazas más turísticas, podemos acertar con alguno de los locales que ofrecen la pizza más rica del mundo: solo tomate, mozzarella y aceite de oliva. Parece imposible, pero en verdad es un manjar muy diferente y superior a cualquier pizza del mejor restaurante italiano.

Una vez repuestas nuestras fuerzas, se puede optar por ir de compras a alguno de los lugares más exquisitos y así conocer la otra cara de Nápoles: el barrio de Chiaia que acoge a las mejores firmas o las majestuosas Galerías Umberto I complacen a los más exigentes. Si aún hay tiempo también podemos acercarnos a visitar las dos imponentes fortalezas que dominan el horizonte napolitano: El Castel Nuovo dedicado hoy a Museo y lugar de celebración de conciertos y eventos, o el Castel dell ´Ovo en el que, según la leyenda, Virgilio escondió un huevo mágico que nunca debería desenterrarse para evitar que la ciudad sufriera una gran catástrofe.

Otra opción muy tentadora es descender a los niveles más ocultos de Nápoles, para conocer alguna de las catacumbas paleocristianas excavadas en el subsuelo o también la denominada Neapolis Sotterrata, un lugar lleno de misterio. Cualquiera de las dos visitas se debería considerar imprescindible, pero las catacumbas son impactantes: En el laberinto de túneles bajo el suelo están enterrados varios obispos y otros fieles cristianos. A lo largo de varios pasadizos se contemplan las oquedades en la roca a modo de nichos e incluso hermosas pinturas murales que todavía embellecen la piedra de algunos arcosolios.

Pero aunque Nápoles por sí sola merece una buena visita, no hay que olvidar que a escasos 40 minutos en tren (menos todavía en coche), la antigua ciudad de Pompeya aguarda paciente después de dos mil años casi intacta, con la huella del volcán que la cubrió de cenizas.

Los secretos que guarda el Sitio Arqueológico de Pompeya son inimaginables, así que es preciso dedicarle un día entero o como mínimo una buena mañana.

Al recorrer la antigua ciudad se percibe la perfecta planificación urbanística romana, con sus dos avenidas principales, el cardus y el decumanus, construidas con surcos en los laterales para facilitar el tránsito de los carros. De ellas derivan todas las calles secundarias entre las que perderse es inevitable y además muy recomendable. En las entradas y patios de las domus principales se puede imaginar el lujo de algunas de las familias pompeyanas: esculturas delicadas como el fauno, mosaicos y frescos bellísimos marcaban la diferencia entre las clases privilegiadas. Algunas de ellas destacan por su conservación y por el valor de las obras: la Casa del Huerto o la Villa de los Misterios donde los colores de los frescos permanecen casi intactos y las figuras son de una calidad extraordinaria.

En el museo Antiquarium se preservan muchos restos destacados: figuras decorativas, estatuas, útiles de cocina y mosaicos, aunque la mayoría se exhiben en el magnífico Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

La visita a Pompeya nos traslada a una época de esplendor acercándonos a las termas, los templos, el foro, el anfiteatro y hasta al lupanar (el antiguo burdel romano todavía conserva los huecos de los lechos y las pinturas eróticas). La vida cotidiana fluía en la ciudad antes de ser sepultada bajo las cenizas del Vesubio, un pasado trágico que nos recuerdan las impactantes figuras reales de personas y animales que se conservaron como petrificadas, envueltas en cenizas y que hoy son un testigo más de la violencia del volcán.

Después de este paréntesis en el tiempo, nada mejor que cerrar la escapada navideña dejándonos caer una par de días por la relajante costa del mar Tirreno y disfrutar de las coloridas calles de Sorrento. Si el verano es fabuloso en este pueblo de tonos amarillos y azules, pasar aquí la Navidad es una experiencia muy agradable: entre limones y guirnaldas, las calles lucen una decoración muy bella, aunque sin excesos, haciendo gala del gusto exquisito que caracteriza a estos pueblecitos costeros.

La calle principal "Corso Italia" atraviesa la bonita Piazza Tasso rodeada de edificios históricos. En un paseo podemos visitar la Catedral y de camino parar en alguno de los comercios que muestran sus escaparates más elegantes. Luego hay que acercarse a la Marina Piccola desde donde parten los barcos hacia Capri, pero sobre todo descender a la Marina Grande que con su colorido puerto pesquero parece un cuadro de temática marinera. También hay que caminar hasta la parte más alta del pueblo para disfrutar de las vistas desde el parque Villa Comunale, y si es posible acercarse a las terrazas del bellísimo hotel de Las Sirenas, desde donde se observa el azul más intenso del mar. Y así, descubriendo callejuelas, plazoletas, conventos y hasta molinos abandonados, nos empapamos del olor a sal entre el bullicio navideño y la calma habitual de los sorrentinos, antes de dejar este paraíso escondido que volverá a despertar en las noches del animado verano italiano.

 

Marga Díaz (www.mundoviajero.es)