Es muy de agradecer que el propio David Uclés (Úbeda, 1990) deje pistas para aclararnos qué es esta obra que hemos tenido entre manos, salida de las suyas. Tras haberla disfrutado (porque este libro se disfruta pese a las barbaridades que acontecen en sus páginas) este lector reconoce que todavía no sabe muy bien qué es La península de las casas vacías (Siruela, 2024)
Quizás categorizarla resulte un trabajo en vano. Podríamos identificarla como una saga familiar, ficcionada con más o menos veracidad, una epopeya de un territorio, sus paisajes y sus personajes, arrasado por la Guerra Civil o una novela histórica poco costumbrista. Si la han leído seguro que lo habrán hecho ustedes también.
Aunque Uclés construye un artefacto literario (o metaliterario, habida cuenta de la cantidad de citas de otros autores, siempre respetuosas y bien traídas) en el que varias veces habla de realismo mágico como el término para definir estilo, más bien creo que, por encima de los formalismos, su pretensión es que el lector conozca no solo las peculiaridades del territorio en el que todo nace en la obra (Jándula, pueblo-trasunto de Quesada, provincia de Jaén) sino también entienda el rol que el propio narrador asume, siempre vigilante de los protagonistas y sus avatares. Con ellos dialoga y a ellos da explicaciones, los sitúa dentro del relato, los aparta y los hace regresar capítulos más adelante, los valora o menosprecia e incluso hay algunos a los que se permite adelantarles su futuro, trágico en casi todos los casos.
Ese formalismo de Uclés no debe hacernos perder la perspectiva ante el valor real del libro. Sin dobleces pero con delicadeza va directo al grano, a contar la odisea de Odisto Ardentano y su familia (antecedentes del autor) que atraviesa la Iberia asolada por la sombra negra de la guerra y la muerte, maltratada por la ferocidad de los hombres.
La novela es un río que nace en Jándula y por el que descienden sus personajes mecidos por la barbarie. Así, siguiendo su curso, el lector sabrá de las peores aberraciones: se encontrará en la plaza de toros de Badajoz, morgue para 4.000 almas; en la carretera de Málaga a Almería verá morir a miles de civiles bombardeados por alguno que aún hace poco merecía placas en calles y colegios; en el Álcazar de Toledo y en el Santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar verá el asedio republicano y el horror de su final; en Gernika escuchará alemanes ensayando guerras venideras, etc. Antes, en la propia Jándula los anarquistas no tardarán nada en decidir sobre la vida de algunos vecinos mientras otros, inclementes, se aprovecharán de los anarquistas para aniquilar a los señoritos latifundistas, sembrando su propio terror y cerrando rencillas del pasado.
Porque Jándula ("un lugar donde las lágrimas brotaban de color diferente dependiendo de la emoción") es el centro de la narración siempre. Antes de la guerra ya documenta Uclés sucesos originales, únicos, podríamos pensar que irreales, incluso mágicos, que nos conmueven y nos dejan patidifusos. Allí vive Manolo, hipocondríaco que se traslada, todavía sano, a vivir a un nicho del cementerio para acostumbrarse, o Trinidad, cuyos miembros son de leche y se regeneran; allí en el padrón de habitantes (el de la municipalidad republicana a la que apenas le quedan un par de años de vida) eran habituales nombres que ahora ya no se estilan (Felixmina, Sancia, Silvestra, Escolástico, el propio Odisto…); y allí suceden cosas increíbles como que se pinten las casas de negro como signo de luto o el crecimiento desmesurado de las acelgas aventure una catástrofe.
Siendo un libro sobre la guerra, Uclés opta -es de agradecer- por contarnos historias de la gente del común que por escribir soflamas. Es cierto que toma partido contra el fascismo, como no debería ser de otra manera -por mucho que bastantes opten aún por la equidistancia cuando deberían hacerlo por la ecuanimidad- pero denuncia por igual las barbaridades de comunistas y anarquistas. Pero además del compromiso y la denuncia, su ingente esfuerzo documental y su estilo desenfadado e ingenioso hacen aparecer por las páginas del libro a personajes históricos de la época, cuyas andanzas y encuentros con los janduleses protagonistas, contadas con mayor o menor grado de ficción, divertirán al lector. En las casi 700 páginas del libro hay lugar para Robert Capa y Gerda Taro (fotografiando ambos un Museo del Prado en zafarrancho de recogida de sus joyas con destino a lugar más seguro, arrollada ella por un tanque en Brunete), Erick Blair/George Orwell (colocado por el narrador en 1938 para cuidar del herido Odisto), Julian Bell (poeta, sobrino de la gran Virginia Woolf, fallecido cuando conducía una ambulancia también en Brunete), Rafael Zabaleta, pintor jiennense, autor de "óleos fértiles", Maruja Mallo (pintora precoz de paso por Jándula, camino de Cádiz) o el mismísimo Franco, que pacta una áspera entrevista con el propio Uclés.
A todos ellos y a los que no hemos incluído en esta reseña les dolió Iberia, a cada uno a su manera. Uclés lo asevera en un relato sobre las casas y las almas que se quedan vacías desprovisto de ostentación, trabajado y realmente mágico.