Frente a la temible Costa da Morte próximo al bello arenal do Trece, la noche del 10 de noviembre de 1890 el Buque Serpent de la corona británica se debate contra un mar agresivo.
Pero la lucha es desigual y el océano implacable acaba por arrastrar al Serpent a una muerte irremediable: tras el naufragio del buque, de los 175 tripulantes solo tres supervivientes pudieron contarlo.
Años atrás el mar había devorado al vapor inglés Iris Hull, en una larga y trágica madrugada. Ahora, los desafortunados tripulantes de ambos buques comparten descanso rodeados de un paisaje idílico en uno de los cementerios más tristes pero también más bellos: El Cementerio de los Ingleses.
Un pórtico coronado por una cruz pétrea da pie a atravesar la verja oxidada y entrar al pequeño recinto: el Camposanto es humilde, con las tumbas de los infelices salpicando el suelo cubierto de arena y matorral, donde incluso a veces se esconde agazapado algún conejo.
Pero mira al mar de frente como desafiando su poder y reivindicando el orgullo de quienes lucharon allí por sus vidas y perdieron.
El lugar rodeado de dunas junto al Monte Blanco y a la Ensenada do Trece, es tan mítico que está considerado uno de los cementerios más especiales y bellos de Galicia y está incluido en la Asociación de Cementerios Singulares de Europa.
En Cambados, otro Cementerio Singular a los pies del Monte da Pastora, también mira al mar: Santa Mariña de Dozo, inmerso en los vestigios antiguos de la iglesia de Santa Mariña, languidece melancólico abrigado por las ruinas del templo. En sus restos se percibe la antigua grandeza de la iglesia sostenida por cuatro arcos que la dividían en tramos y hoy miran al cielo desamparados. Cuenta la leyenda que un castigo divino hizo caer el techo, dejando los arcos pétreos al descubierto. Hoy al caminar entre ellos, cuando las nubes amenazan con oscurecer la vieja iglesia y el cielo plomizo envuelve los monumentales panteones, una sensación extraña, entre paz y desasosiego, se nos cuela hasta el alma.
La muerte está presente en la cultura gallega con cierta naturalidad: Las procesiones de ataúdes de Ribarteme, la peregrinación a San Andrés de Teixido o la antigua creencia de las almas que vagan en procesión en la temible Santa Compaña, forman parte de una tradición que para nuestros antepasados normalizaba el paso a la "otra vida". Sin embargo, estas costumbres tan arraigadas no están exentas del aspecto trágico: ceremonias solemnes, días de luto e incluso plañideras que antiguamente lloraban por dinero, a los muertos. De este sentido dramático de la muerte beben en Galicia los cementerios, llenos de romanticismo, pero tristes y decadentes.
En Rumanía donde la mayoría de cementerios tiene también ese halo de decadencia y algunos casi de desamparo, las lápidas yacen entre hiedras y telarañas como si sus habitantes fueran definitivamente presa del olvido. Al norte del país, las Iglesias de Madera de Maramures, declaradas Patrimonio Mundial por su antigüedad y sus particularidades, siempre tienen uno de estos bellos pero melancólicos camposantos: cruces oxidadas, sepultadas entre flores y vegetación conforman la imagen de la Transilvania más profunda.
Sin embargo, no muy lejos de allí, en un pueblecito al norte de la región de Maramures, se encuentra uno de los cementerios más animados y coloridos del mundo: El Cementerio Alegre de Sapanta.
Entre caminos de flores coloridas, las tumbas de Sapanta están revestidas de tonos alegres, predominando el azul, acordes con la bonita Iglesia que respalda el cementerio. Las cruces están decoradas con bonitos dibujos y en cada una se cuenta con un toque de humor la historia de vida de quien yace allí, su profesión, su familia, sus aficiones… pero también la historia de su muerte: atropellos, incendios o enfermedades, la tragedia se vuelve cómica con la ironía y desparpajo del artista.
La tradición de este lugar pintoresco se remonta al año 1935, cuando el artesano Stan Ioan Patras comenzó a dar "vida" a la muerte con su peculiar obra, que trascendería a las siguientes generaciones y hoy todavía se mantiene. Así, este Cementerio Alegre pone una nota de color y de humor a la muerte, y consigue sacar una carcajada ante la parte menos alegre y más trágica de nuestra existencia. Ver para creer.
Marga Díaz
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