Granada se esconde como una joya roja y blanca protegida a la sombra del macizo de Sierra Nevada.
Tierra de contrastes y encuentros, sus barrios delatan el paso de diversas culturas y religiones: judíos, musulmanes y cristianos han dejado huella en esta hermosa ciudad. Podemos recorrerla empezando por el Realejo, antiguo barrio hebreo donde vivía y se desarrollaba una próspera comunidad hasta que en 1492 con la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos quedó casi convertido en un gueto. Hoy recuperado su espíritu podemos pasear entre palacetes y casonas como la Casa de los Tiros o el Palacio del Almirante y acercarnos a la Plaza de Santo Domingo, presidida por la estatua de Fray Luis de Granada delante de la hermosa fachada de la iglesia de Santo Domingo. El paseo resulta agradable, pero seguramente no tan estimulante como callejear por el Albaicín, el barrio más antiguo de la ciudad. Su autenticidad contrasta con el hervidero de paseantes y turistas que transitan entre callejuelas blancas, salpicadas de fuentes y aljibes, asombrados por ese aire nazarí que todavía destila. Al atardecer la subida al Mirador de San Nicolás se convierte en una especie de procesión de visitantes, ansiosos de contemplar la puesta de sol frente a la imagen icónica de la Alhambra con Sierra Nevada detrás. El esfuerzo merece la pena.
De nuevo en pleno centro, calles como Gran Vía o Recogidas exhiben la Granada más moderna repletas de comercios de firmas famosas y conocidos locales de comida rápida. Muy próximas se encuentran algunas plazas monumentales: Una de las más icónicas es la de Isabel la Católica presidida por la hermosa estatua de Isabel junto a Cristóbal Colón en las Capitulaciones de Santa Fe, donde la reina aceptaba el viaje de Colón a las Indias. Todo entre la animada mezcla de vida estudiantil y turística que se desenvuelve en la ciudad. Algunas destilan además esa mezcla animada de vida estudiantil y turística como la de Bib-Rambla, de las más antiguas, aunque hoy muy transformada, la del Campillo o la magnífica Plaza Nueva, que a pesar de su nombre es la más antigua de Granada. Quienes buscan ambiente de terraceo y nocturno encontrarán que Granada está llena de locales, terrazas arboladas y vida cosmopolita.
Ya en el casco antiguo la Catedral constituye el centro neurálgico de la antigua ciudad, y se alza formando parte de un imponente conjunto monumental compuesto por La Capilla Real, la antigua Lonja, el Colegio de San Fernando, la Parroquia del Sagrario y otras iglesias o dependencias catedralicias. Distinguible desde cualquier mirador entre el enjambre de callejuelas que forma la vieja ciudad, la denominada Catedral Metropolitana y Basílica está considerada como una de las más bellas del Renacimiento.
A su lado está la magnífica Capilla Real que preserva un buen número de joyas artísticas: El retablo de la Santa Cruz, la denominada Reja Mayor, bellísima elaborada a modo de retablo, en tres pisos y varias calles, con una iconografía impecable, y sobre todo los sepulcros de los Reyes Católicos y de su hija Juana la Loca con Felipe el Hermoso. Los dos mausoleos son joyas labradas en piedra, una obra maestra del Renacimiento. Adosada al que fue en su día la antigua Lonja de Mercaderes y a un lateral de la catedral, la Capilla es una visita imprescindible en Granada.
Desde aquí, sin apenas darnos cuenta entramos en la Alcaicería, un antiguo mercado fundado en el siglo XIV que nos transmite la sensación de haber atravesado el Estrecho y encontrarnos en el vecino país marroquí o en algún hermoso bazar de Estambul: entre callejuelas angostas y locales porticados la visión colorida de las tiendas de artesanía y el olor a especias envuelven la atmósfera transportándonos a cualquier medina de Oriente. El barrio original quedó arrasado en el siglo XVIII por un incendio, pero fue reconstruido siguiendo la estética árabe y hoy luce así, como un verdadero zoco. Aquí toca callejear y buscar los rincones más carismáticos que son muchos, entre ellos la calle de las teterías, un lugar perfecto para meternos en ese ambiente recogido y a la vez animado del atardecer granadino.
Levantarnos al día siguiente temprano es una buena idea para aprovechar la mañana y acercarnos a la joya de Granada, si hemos reservado entrada, ya que el monumento suele ser cada año el más visitado de España. A pesar de ello en la Alhambra no se perciben aglomeraciones, las horas están asignadas en las visitas a los Palacios Nazaríes (aunque sin límite de tiempo una vez dentro) y los jardines son tan extensos que si no viajamos en plena temporada podremos disfrutar del paseo por los del Generalife, a la sombra de cipreses, rosales e infinidad de flores, entre el sonido refrescante de fuentes y albercas. Un lujo en los días de calor.
Después de recorrer los jardines conviene salir a tomar algo y reponer fuerzas para el punto fuerte de la visita al complejo, los palacios Nazaríes: El Mexuar, El Palacio de Comares, o de Yusuf I y el Palacio de los Leones, o de Mohammed V.
En ellos entramos en un sueño hispano-árabe de repujados y filigranas: Columnas y paredes labradas, azulejos esmaltados en bellos colores y artesonados e incluso frescos en muchos de sus techos. El agua está siempre presente en todo el recinto, entre fuentes y albercas que dan frescura y representan la pureza y la vida en el futuro paraíso.
Junto a los bellos Palacios de la Dinastía Nazarí, encontramos el magnífico Palacio de Carlos V, un edificio colosal, y muy cerca la enorme Alcazaba, un recinto y torres defensivas desde las que hay unas vistas impresionantes de toda la ciudad. A los pies de la gran torre se desarrollaba el Barrio Castrense donde habitaban los militares que vigilaban y protegían la Alhambra. En estas ruinas se percibe todavía la disposición típica de una casa musulmana con un pequeño patio, rodeado de habitaciones y la letrina. Destaca la que pudo ser del jefe de Guarnición, por su mayor tamaño, con una alberca en su centro.
AL descender de la Alhambra podemos hacerlo por un paseo arbolado junto a la entrada al complejo arqueológico o animarnos a bajar por la cuesta del Rey Chico que muere en el Albaicín y donde nace la leyenda del rey Boabdil. Desde aquí podemos continuar hasta el Sacromonte, eso sí no nos libramos de ascender de nuevo a la colina donde están sus casas cueva encaramadas. Aquí encontramos un barrio que despierta por las noches con multitud de tablaos flamencos y restaurantes típicos escondidos en cuevas blancas.
En la parte alta del barrio hay un pequeño pero interesante museo, el Centro de Interpretación de las Cuevas del Sacromonte. En él se desgrana la cultura y costumbres de la vida tradicional del Sacromonte, a través de un paseo por varias de sus casas-cuevas, una visita muy recomendable.
Y para cerrar el viaje a una de las ciudades más bellas de España, un paseo por La Carrera del Darro junto al río puede ser una opción muy relajante, antes de preparar nuestro próximo destino por tierras granadinas: los maravillosos pueblos de la Alpujarra.
Marga Díaz
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