Tras varios días recorriendo la Transilvania más bella dejamos atrás Sighisoara y Sibiu, dos de las ciudades más pintorescas, para viajar hacia Brasov. La tarde va decayendo y el sol se oculta, parece que una vez más cabalgamos contra la noche como el osado Van Helsing cazavampiros de Stoker. Llegando a nuestro destino, un espeso bosque nos rodea y pensando en la sombra del vampiro es inevitable que un escalofrío nos sacuda el cuerpo.
Dicen que Brasov sufrió como ninguna la crueldad del príncipe Vlad, que en 1459 ordenó empalar a los rebeldes sajones que se arriesgaron a oponerse a su reinado, pero no del todo satisfecho con su venganza, dio orden además de quemar la ciudad. Y así al caer la noche Brasov ardió entre sombras y gritos de terror. De esta siniestra hazaña y de la afición por empalar a sus enemigos y exhibirlos como trofeo disuasorio, el nombre de Dracul se asocia no solo con la orden del Dragón a la que pertenecía su padre, sino con el mismo diablo.
La ciudad de Brasov es hermosa, su ambiente rezuma una mezcla de bulliciosa alegría y elegancia, arropada por los míticos Cárpatos y rodeada de bosques en los que es fácil encontrarse con osos. En lo alto de la montaña de Tampa, las enormes letras de BRASOV presiden la ciudad entre la espesura del bosque al más puro estilo Hollywood. Hasta allí se puede acceder en funicular para contemplar desde otra perspectiva la ciudad con su maraña de tejados rojos. Merece mucho la pena.
A pie de calle los mejores lugares de Brasov se visitan en un agradable paseo: las murallas la convirtieron en una ciudad fortificada dentro de una importante ruta comercial. Caminando un rato podemos visitar las torres y bastiones defensivos edificados en su mayoría durante la edad media. Algunos de ellos se conservan hoy como espacios museísticos que guardan colecciones de armas, maquetas y otros vestigios históricos, como el Bastión Graft o el importante Bastión de los Tejedores erigido por ese gremio de artesanos.
Para conocer un poco la historia de Brasov también debemos buscar alguno de sus monumentos religiosos como la Sinagoga Beith Israel, terminada en 1901 en bonitos tonos blancos y anaranjados, o la magnífica Iglesia Negra, una de las mayores iglesias góticas de Europa que ardió en el año 1689. La huella imborrable del fuego en sus muros da nombre desde entonces a esta antigua iglesia que acoge grandes joyas en su interior: tapices valiosos y una rica decoración con estatuas y pinturas, además del imponente órgano, uno de los más grandes de Europa.
Pero la mejor manera de disfrutar Brasov es pasear con calma por sus embellecidas avenidas y sentarse a cenar o tomar una caña en la animada plaza del Ayuntamiento. Los locales y edificios de Brasov tienen un aire chic, como de ciudad tocada por una elegante magia. Esto le ha valido para convertirse en escenario de multitud de películas y para ser reconocida como una de las más bonitas de Rumanía. La calle Republicii exhibe un buen puñado de fachadas de colores con hermosas decoraciones. Desde ella se accede a la Piata Sfatului (Plaza del Ayuntamiento) presidida por la Torre de los Trompetistas, donde se ubica el Museo de Historia de Brasov. En la misma plaza se encuentra la Catedral Ortodoxa y otros edificios emblemáticos como la casa del Mercader hoy convertida en un bonito restaurante.
El paisaje boscoso que abraza a Brasov es la antesala de una excursión imprescindible para los amantes de la naturaleza, a la búsqueda del oso pardo. La abundancia de estos impresionantes animales hace que algunos hoteles protejan sus recepciones de manera especial, ya que no es raro que al caer la noche, cuando el pueblo queda envuelto en sombras, los osos bajen al centro buscando alimento.
Pero sería imperdonable no aprovechar la estancia para intentar un encuentro con estos magníficos animales, así que al anochecer nos adentramos con un guía especializado en lo más profundo del bosque, caminando en silencio. A partir de un punto el sendero se vuelve más cerrado y en la orilla se han colocado una especie de barricadas de troncos como posible protección, por si el oso sorprende al grupo en plena caminata.
Después de una hora que termina con un ascenso por una empinada ladera rodeada de árboles, llegamos al punto de observación: una cabaña muy bien escondida desde donde "capturar" al impresionante rey de los Cárpatos, eso sí siempre con una cámara, ya que afortunadamente la caza del oso está prohibida en Rumanía desde el año 2016.
Esta actividad de avistamiento no es lesiva para estos animales, ya que los grupos siempre reducidos deben esperar silenciosos en la cabaña sin la seguridad completa de que se acerque el oso, con el único reclamo de un poco de alimento en algún tronco visible desde el mirador.
El encuentro es tan fantástico que nos hace olvidar que estamos en territorio vampírico y descubrimos que quien manda en los Cárpatos es el gran oso pardo, señor indiscutible de estos bosques.
El regreso hacia Brasov se hace ya en plena noche y con el cansancio acumulado del día y la emoción de la excursión, caemos en una somnolencia extraña. Entre sueños y realidad, junto al ruido monótono del jeep rodando por carreteras secundarias, creemos escuchar la música melancólica de Annie Lennox como si Vlad Tepes quisiera recordarnos que estamos todavía bajo el influjo de sus dominios, en los temibles montes de Transilvania.
A la mañana siguiente decidimos afrontar ya la última etapa y nos dirigimos hacia Bucarest. El camino pasa cerca de una pequeña isla donde dicen que termina la historia de Vlad Tepes, enterrado en el bucólico Monasterio de Snagov. Pero no podemos dejar atrás las tierras de Drácula sin visitar el lugar en el que algunos quisieron ver su morada en vida: El Castillo de Bran.
El mito de Drácula se popularizó hasta hacerse internacional tras el auge de películas y libros, especialmente gracias a la fantástica obra de Bram Stoker. Así se buscaron lugares que asociados al personaje tendrían un gran impacto en el turismo de la región. El castillo de Bran es uno de ellos, un lugar que la historia real nos dice que nunca acogió a Vlad Tepes, pero que hoy se erige como uno de los monumentos más visitados de Rumanía.
La visita al castillo, sin embargo, no defrauda en absoluto y es muy recomendable. Situado en lo alto de una colina rodeado de un paisaje frondoso, el edificio es una construcción muy original y hermosa llena de pasadizos y torres, con unas estancias cuidadas que conservan muchos muebles y decoraciones medievales.
Las alusiones a Drácula están en alguno de sus aposentos y en muchos carteles con un toque irónico, así como en el pueblo cercano donde abundan tiendas de recuerdos y algún local que ofrece experiencias "terroríficas".
Terminada la visita ponemos ya rumbo a la capital rumana, donde finaliza esta ruta marcada por la presencia constante de un personaje misterioso, odiado por muchos, pero también ensalzado por otros como héroe nacional defensor de la identidad rumana en una época convulsa. En el camino hemos visitado pueblos y ciudades maravillosas con una arquitectura muy característica y hemos recorrido bosques misteriosos rodando entre paisajes magníficos, porque Rumanía al fin y al cabo es mucho más que la cuna de Vlad Tepes y el lugar donde se creó el mito de Drácula, es un país amable y sorprendente que combina arte, tradición, naturaleza y cultura.
Marga Díaz